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El cine indaga en los traumas y los encubridores de los abusos en 'Kalak' y 'Un silencio'

Coinciden en la sección oficial del Festival de San Sebastián dos películas que, desde diferentes perspectivas, ofrecen relatos sobre los abusos sexuales en el seno de la familia

Fotograma de 'Un silencio'

San Sebastián

El cine tiene la capacidad de añadir capas de complejidad a asuntos delicados para intentar capturar lo profundo de los comportamientos humanos. Esos temas espinosos, y en muchos casos delictivos, se pueden abordar con cierta distancia desde la ficción sin dejar de contribuir a una reflexión. Es el caso de los abusos sexuales a menores dentro de la familia, conflicto que centra dos de las películas a competición en esta edición del Festival de San Sebastián. Dos propuestas muy diferentes que se acercan, por un lado, a los encubridores de esos delitos y, por otro, a las consecuencias y la gestión del trauma en la edad adulta. "El cine no tiene que ser moralista, pero yo sí tengo una moral, quiero llevar al espectador a no juzgar lo que ve en la película", defiende Joachim Lafosse sobre la posibilidad de dramatizar estos casos.

El director belga es experto en trazar retratos psicológicos de la pareja y la familia. Ya sea con matrimonios separados que tienen que convivir juntos como en Después de nosotros o mostrando los efectos de la bipolaridad en Un amor intranquilo, su trabajo anterior que compitió en Cannes. En esta ocasión, el autor no consigue el brío, la tensión y la complejidad al contar esta historia, donde nos presenta a una familia de clase alta que se desmorona por un secreto del pasado en Un silencio. La historia parte de un caso real ocurrido en Bélgica relacionado con los abusos a menores y la posesión de pornografía infantil.

"Se trata de un caso seguido por la prensa, pero eso no crea una película, nosotros tenemos que crear unos personajes. Escuché los distintos hechos y me pregunté por qué me impactaba este caso. Me daba la posibilidad de contar el veneno de este crimen y la vergüenza, y sus consecuencias desastrosas. Me gustan el suspense y la ironía dramática como herramientas del cine, quería indagar en la psicosis del hijo, en el ahogamiento y sufrimiento de la mujer", explica Lafosse, cuyo guion se inspira en el abogado Victor Hissel, que en la década de los 90 defendió a los padres de las víctimas del pederasta Marc Dutroux y en 2010 fue condenado por posesión de pornografía infantil.

El autor recurre a la intriga y el suspense para adentrarse en esta familia formada por un prestigioso abogado que se encarga de un caso mediático, su mujer, un hijo adolescente adoptado y una hija que se marchó del hogar. Desde el primer momento el espectador entiende que hay algo oculto en esa casa, que un delito del pasado, del que no todos son conocedores, enturbia las relaciones entre ellos. Lafosse toma el punto de vista de la esposa y el joven y acompaña a esos personajes en su progresivo conflicto con el encubrimiento poniendo sobre la mesa numerosos temas. En el centro está la idea del título, el silencio, y también la vergüenza. "No hay un día en el que no nos hayamos preguntado cómo mostrar a esta mujer traumatizada, no es cómplice, tenemos que animar a que la gente hable. Ella no ayuda al criminal, hace lo que puede para enfrentar la situación. Si tratamos a la gente que no habla de cómplices no vamos a salir de este bucle ni encontrar una salida", replica el director rechazando que la mujer sea cómplice, sino también una víctima.

La francesa Emmanuelle Devos interpreta a esa mujer atenazada, ambivalente, que calló en su día, que minimizó el delito, que no supo afrontar el suceso y que, como tantas mujeres, vivió dominada por la figura masculina. Ahora, dice la propia intérprete, siente físicamente ese silencio de tantos años. Lo siente en una casa enorme y rodeada de lujos, otro de los temas que plantea el director. Cómo la comodidad económica de los entornos burgueses y el miedo a perder un cierto nivel de vida contribuye al silencio, a no mirar de frente. Ganador de la Concha de Plata a la mejor dirección en San Sebastián en 2015 con Los caballeros blancos, Lafosse suma complejidad a este drama con otro planteamiento, el hombre, al que da vida Daniel Auteuil, es un abogado especializado en casos de abusos a menores. "Este hombre cree que puede salvarse ayudando a víctimas de los mismos actos que él cometió, eso es una lógica perversa, un acto defensivo", añade el realizador que logra componer un drama complejo, un laberinto psicológico de personajes heridos que acaba dinamitando esa familia.

Curioso que Lafosse más que retratar el caso de esta familia y de los abusos, haga referencia también a cómo el foco mediático puede hacer que el entorno de ese agresor no se atreva a dar el paso, por una profunda sensación de vergüenza y miedo. Un silencio se estrena en un momento donde el abuso sexual está mirado con lupa tras el Me Too, como explicaba el director. "Quise hacer esta película porque, cuando ocurrió, la gente salió a la calle para exigir que nunca más pudiera suceder algo así, que no hubiera más lobos en el bosque y me satisface comprobar que ahora la pregunta es otra, ¿no seré yo el lobo? o ¿no habrá un lobo o una loba en la familia?", ha señalado.

Si Lafosse juega con la intriga y silencio como herramienta narrativa, la sueca Isabella Eklöf hace todo lo contrario. La idea de la directora, responsable de Holiday (2018) y coguionista junto a Ali Abasi, de Border, es desconcertar todo el tiempo al espectador en Kalak, película que compite por la Concha de Oro, y que incomoda desde la primera escena, donde muestra directamente una felación. A partir de ahí, la directora va contando a retazos cómo el trauma de haber sufrido abusos en la infancia deja a una persona sin capacidad de disfrutar y de construir relaciones sanas en un futuro.

La fuerza del guion está en el personaje de Jan, un enfermero que también es padre y fue abusado sexualmente por su progenitor cuando era adolescente. Ese es el motivo por el que huye a Groenlandia, donde le llaman Kalak, una palabra groenlandesa que significa verdadero y sucio. Este Kalak distribuye su tiempo entre su familia, su trabajo en un hospital y el sexo con cuantas mujeres se presenten, muchas de ellas nativas. El noruego Emil Johnsen da vida a este personaje con una estupenda interpretación.

"La vida no es tan sencilla y limpia desde el punto de vista dramático y es bueno explorar todas las cosas que no son tan claras, con un enfoque de la historia divertido. Nos han alimentado con una estructura dramática holliwoodiense en la que siempre sabemos lo que va a ocurrir, y es aburrido y, cuando cuelgas una escopeta en una pared es mejor no usarla, como dijo Chéjov, es mejor tenerla colgada para mantener la tensión y hablar de otra cosa", decía la directora que con esta premisa construye una película desconcertante, fría y algo deslavazada, que no acaba de entrar en ninguno de los conflictos y dilemas que plantea y que se abre y se cierra con esa relación entre víctima y abusador.

Entre esos temas que aborda con iniciativa, además del caso de los abusos y el trauma en torno al sexo, se encuentra cómo configurar una familia tradicional en el mundo de hoy o cómo sobrevivir a las drogas. Eso fue lo que quiso contar Kim Leine, guionista y escritor del libro en el que se basa la película, con esta historia. Como el protagonista, el autor también se fue de Noruega a Groenlandia y allí fue expulsado. "Me echaron de Groenlandia porque me quedé en paro por mi adicción a la morfina. Volví a Dinamarca y escribí mi novela", contaba en la rueda de prensa. Groenlandia afronta como cuestión nacional el problema de la soledad y el alcoholismo, que aparecen en el filme. Es más, el país prohibió durante la cuarentena del Covid la venta de alcohol para evitar posibles abusos sexuales a menores durante el confinamiento.