Sucedió Una NocheLo que el cine nos dejó
Cine y TV | Ocio y cultura

Anna Magnani: volcánica e indomable

Se cumplen 50 años del fallecimiento de la actriz italiana, una de las mejores que ha dado ese país y, por extensión, todo el cine mundial

En 1972, un año antes de la muerte de la actriz, Federico Fellini le dedicó en su película Roma un pequeño homenaje. La filmó caminado por las calles de la ciudad de regreso a su casa en el Palazzo Altieri. Y es que, para la mayoría de sus compatriotas, la Magnani era el icono cinematográfico por excelencia de la capital italiana, una ciudad que siempre estaba en su boca y de la que aseguraba sentir auténtica necesidad. Cuando regresó de Estados Unidos después de rodar La rosa tatuada dijo: “Nunca había estado alejada de Roma tanto tiempo. Han sido cinco meses. Tenía verdadera necesidad de ver Roma”. La actriz no solo protagonizó películas como Roma, ciudad abierta o Mamma Roma, sino que le molestaba profundamente que en sus biografías dijeran que había nacido en Egipto. “Yo no sé quién ha difundido esta historia. Yo nací en Roma. Mi madre vivió algún tiempo en Egipto y se casó allí y yo pase con ella un año allí, quizá de ahí venga esa historia. Pero yo quiero que sepan que soy romana porque nací en Roma”, afirmaba tajantemente.

Volcánica, temperamental, especialista en personajes de la vida real; nadie reía en el cine tan estrepitosamente alegre como ella ni nadie lloraba con lágrimas más tristes. Tenía un carácter fuerte. Era también hipocondríaca y enormemente supersticiosa. En una entrevista de 1962 ella misma se definía así: “Soy profundamente humana y aunque no se vea fácilmente, guardo mucha poesía en mi interior. Soy leal, mucho, demasiado. De las lecciones de la vida aprendí el coraje y de las lecciones de mi profesión, el deseo y el placer de ser amada por tanta gente. Es una sensación maravillosa”.

Anna Magnani en la película Campo de' fiori

Anna Magnani en la película Campo de' fiori

Anna Magnani en la película Campo de' fiori

Anna Magnani en la película Campo de' fiori

Nannarella, como la llamaban cariñosamente, nunca conoció a su padre. Ya de mayor y siendo famosa se propuso buscarle y descubrió sus orígenes en Calabria y que su apellido era Del Duce. Entonces dejó de buscarle porque, según dijo, no quería que la llamaran “la hija del Duce”. Comenzó su carrera cantando en los teatros y cabarés. Sus canciones le llevaron a la revista y allí, interpretando pequeños papeles cómicos, le picó el gusanillo de la actuación. A mitad de los años 30 comenzó a actuar en el cine en papeles secundarios y eso que, como decía su hijo Luca, no tenía el físico que por entonces se demandaba en las pantallas. “Era totalmente diferente a las actrices que se estilaban en la época. Rubias, con permanente, vestidas elegantemente… Ella, en cambio, iba despeinada, sin maquillaje, tenía una nariz grande y una boca imperfecta. Era exactamente lo contrario a lo que en aquel momento el mercado buscaba”, aseguraba su hijo en una entrevista.

Una de sus primeras películas como protagonista fue Campo de' fiori de 1942, en la que daba vida a una vendedora de fruta. Pero su consagración definitiva y su primer éxito internacional llegaría en 1945 con Roma, ciudad abierta, la película que implantó el neorrealismo en el cine italiano. La escena de su muerte, abatida por soldados mientras corre persiguiendo al camión nazi que se lleva a su hombre, ha quedado como uno de los momentos más estremecedores de la historia del cine.

La actriz inició con el director de esta película, Roberto Rossellini, una relación profesional que le llevaría a trabajar en otro de sus mejores títulos, El amor, y también relación personal, ya que los dos se convirtieron en pareja. Un romance que terminó de forma abrupta el día en que Rossellini la abandonó por Ingrid Bergman. La actriz no se lo tomó nada bien y, presa de los celos, dio pie a lo que la prensa llamó “la guerra de los Volcanes”. Mientras Rossellini rodaba con la Bergman Stromboli en la isla del mismo nombre, ella se trajo de Estados Unidos a William Dieterle para rodar en la isla de al lado Vulcano, una historia casi calcada.

En los años siguientes Anna Magnani se convertiría en la gran actriz del cine italiano rodando numerosas películas. Luchino Visconti la dirigió en Bellísima, uno de sus mejores títulos, en la que daba vida a una madre que intenta por todos los medios que su hija sea seleccionada para una película que se rueda en los estudios de Cinecittá. “Creo que la protagonista de Bellísima, Magdalena, es exacta a como era Anna Magnani en la realidad. Anna era una fuente inagotable de ideas. Cuando actuaba tenía una cada dos minutos”, recordaba el director.

Anna Magnani en una escena de Bellísima,  de Luchino Visconti

Anna Magnani en una escena de Bellísima, de Luchino Visconti

Anna Magnani en una escena de Bellísima,  de Luchino Visconti

Anna Magnani en una escena de Bellísima, de Luchino Visconti

Fue reclamada también para el cine francés por Jean Renoir que la convirtió en la Colombina de su película La carroza de oro. En 1950 el dramaturgo Tennessee Williams viajó a Italia y quedó fascinado por la actriz, que pronto se convertiría en una de sus grandes amigas. De esa amistad surgiría un proyecto que acabaría llevando a la Magnani a Hollywood. Fue La rosa tatuada. “La escribió para mí, para que la representara en Broadway, pero por entonces yo no hablaba una palabra de inglés y, francamente, no tuve la valentía de enfrentarme a una obra importante como ésta ante un público exigente”, explicaba.

En 1955 sí se atrevió, en cambio, a protagonizar una adaptación al cine de La rosa tatuada a las órdenes de Daniel Mann. En ella daba vida a una viuda italiana de Nueva Orleans que vive amargada desde la muerte de su marido hasta que conoce a un alegre camionero al que da vida Burt Lancaster. Un papel que le haría ganar el Oscar a la mejor actriz en 1956. Fue la primera intérprete italiana en ganar un Oscar, premio que solo han conseguido otros dos compatriotas suyos: Sophia Loren y Roberto Benigni. “Me llamaron a las cinco y media de la mañana para decírmelo y creía que era una broma, porque no me lo esperaba. Estaba tranquila y despreocupada porque no pensaba que una actriz italiana, en su primera película en Hollywood, pudiera ganar el Oscar. Además, las otras nominadas eran nombres de mucho peso: Julie Harris, Bette Davis, Katharine Hepburn y Susan Hayward, que para mí era la favorita. Y no me lo esperaba, no”, recordaba.

Anna Magnani con el Oscar que ganó por La rosa tatuada.

Anna Magnani con el Oscar que ganó por La rosa tatuada.

Anna Magnani con el Oscar que ganó por La rosa tatuada.

Anna Magnani con el Oscar que ganó por La rosa tatuada.

A las órdenes de George Cukor rodó también en Hollywood Viento salvaje, por la que consiguió su segunda nominación a la estatuilla y el premio a la mejor actriz del festival de Berlín. Y un día recibió un telegrama de Marlon Brando. El actor quería que le acompañase en la película Piel de serpiente que iba a dirigir Sidney Lumet. Tras su paso por el cine americano Anna Magnani regresó a Italia y en 1962 Pier Paolo Pasolini la dirigió en otro de sus grandes títulos: Mamma Roma. En ella interpretaba a una prostituta que intenta redimirse recuperando a su hijo ya adolescente y viviendo una vida respetable.

En los años 60 Anna Magnani dosificó su trabajo en el cine y se dedicó sobre todo al teatro. Cosechó un gran éxito, por ejemplo, con la Medea de Anouilh o con La Loba, dirigida por Franco Zeffirelli y con la que giró por varios países europeos, incluido Rusia. Aunque aún rodaría cuatro películas más para televisión, además del pequeño cameo en Roma de Fellini, en 1969 la actriz hizo su último trabajo para la gran pantalla en la película El secreto de Santa Vittoria, al lado de Anthony Quinn.

A comienzos de 1973 le diagnosticaron un cáncer de páncreas. La actriz recurrió entonces al que había sido el gran amor de su vida, Roberto Rossellini. “Cuando enfermó al único que quería ver era a Roberto que estuvo con ella las 24 horas del día. Dormía en un sillón a los pies de su cama en la clínica. Él la calmaba mucho, la relajaba, le daba como inyecciones de esperanza”, recordaba su hijo, Luca Magnani.

Finalmente, falleció el 26 de septiembre de 1973 a los 65 años. Convertida en verdadero símbolo nacional, su entierro provocó una concentración popular en Roma, como no se había visto hasta entonces. Sus restos descansan en el mausoleo familiar de Roberto Rossellini.

 
  • Cadena SER

  •  
Programación
Cadena SER

Hoy por Hoy

Àngels Barceló

Comparte

Compartir desde el minuto: 00:00