Apostar por la ilusión colectiva

Madrid

Por motivos de trabajo, estos días estuve en la Universidad de Virginia, en Charlottesville. Allí me enseñaron la habitación de un alumno llamado Edgar Allan Poe. Mientras veía su mesa de trabajo y su cama, recordé uno de sus cuentos, El hombre de la multitud, que el poeta Baudelaire hizo también suyo al hablar de la vida en las grandes ciudades. Para Poe y Baudelaire, en la ciudad deshumanizada, una multitud era un conjunto de soledades.

Luego viajé a Nueva York y vi el Chrysler Building, el edificio desde el que Federico García Lorca lanzó en 1929 su Grito hacia Roma. Al enterarse de que el papa Pío XI había firmado el acuerdo de Letrán con Benito Mussolini, escribió un alegato contra el autoritarismo en nombre de todas sus víctimas: la gente que pasaba hambre, las mujeres maltratadas por el machismo, los homosexuales, los despreciados por el racismo y una naturaleza sometida a los humos de la especulación y de las guerras. Después de repetir muchas veces la palabra amor, escribió una versión personal del Padre Nuestro: porque queremos que se cumpla la voluntad de la tierra, que da sus frutos para todos.

Frente a la multitud de solitarios, vociferante o callada, García Lorca deseó una ilusión colectiva, una identidad solidaria, la construcción de un nosotros y un nosotras que evitase los desprecios de la exclusión y las soberbias de los prepotentes. Por esa ilusión colectiva sigo apostando yo. Me gusta pensar que nuestros oyentes no forman un conjunto de soledades, sino una ilusión cívica compartida. Buenos días y que nadie, de grito en grito, pierda su equipaje.