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Víctor Erice: "En unos tiempos de miseria y falta de libertades el cine nos permitió ser ciudadanos del mundo"

El cineasta recibe el Premio Donostia en el Festival de San Sebastián al tiempo que estrena en cines su cuarta película, 'Cerrar los ojos', que ha rodado diecisiete años después de su anterior largometraje

Víctor Erice, premio Donostia en San Sebastián (Photo by Carlos Alvarez/Getty Images) / Carlos Alvarez

San Sebastián

Pocos momentos tan esperados como la rueda de prensa del segundo Premio Donostia de esta edición del festival. Víctor Erice finalmente ha entrado en el Kursaal para hablar con los periodistas horas antes de recoger el galardón que homenajea una de las carreras más auténticas del cine español. No ha defraudado. Lo primero ha sido defender el cine, con una camiseta de homenaje a quienes lo inventaron, los hermanos Lumière. Con gafas de sol y visiblemente emocionado ha recordado lo que ocurrió en San Sebastián hace cincuenta años cuando ganó la Concha de Oro por El espíritu de la colmena. "Lo que recuerdo de esa noche, que el productor Elías Querejeta, que era mi amigo, y yo subimos a recogerlo y la mitad de cine aplaudía y la otra mitad pateaba", recordaba el director. "Lo que sí tiene la película es que sobrevuela el ángel de la melancolía, de esa historia de la que habló Walter Benjamin".

"Fue una película hecha a contratiempo para lo que eran las pautas y convenciones del cine de ese momento. Cuando esta película luego es sancionada socialmente y tiene la reputación que tiene, cabe considerar que no es lo mismo verla ahí en su entorno que cuando ya forma parte de la historia del cine. Pero ese instante, donde hay esa relación entre la obra y el entorno donde nace solo se da en el origen", explicaba sobre el éxito de su primera película que protagonizó una niña, Ana Torrent, la actriz que le entregará el galardón esta noche cerrando un círculo. La actriz se ha reencontrado con el director en Cerrar los ojos, una historia sobre la mirada hilada en torno a una película inconclusa y a la misteriosa desaparición de un actor.

Estudiante de la Escuela de Cine de Madrid, Víctor Erice rodó su primera película con la ayuda de Querejeta. El espíritu de la colmena se ha convertido en el título español en esa lista de la revista británica Sight and Sound entre las cien mejores películas de la historia del cine. La película ganó hace 50 años la Concha de Oro en este festival, donde Erice ya había debutado unos años antes con episodio de la película colectiva Los desafíos (1969), tras destacar antes como crítico en las páginas de la revista Nuestro cine. "El cine se ha constituido en un tipo de experiencia existencial y eso obra en todo lo que haya podido hacer, mal o bien, en mi vida".

El festival ha sido clave en su carrera, no solo por los éxitos logrados como director, también como espectador. "Aquí hemos asistido al duelo de los maestros del cine. Fue este festival que nos los puso al alcance de nuestro mirada, porque había retrospectivas dedicadas a su obra", decía no solo de Howard Hawks, a quien homenajea de algún modo en Cerrar los ojos con la canción que canta Manolo Solo a la guitarra. "Lo que ha tenido que vivir mi generación es el duelo por la desaparición paulatina, como la desaparición de Luis Buñuel. Mi generación políticamente ha sido derrotada en cantidad de ocasiones. Ha luchado por la excepción cultural y yo les pregunto dónde está hoy la excepción cultural. En esa quiebra está la de la educación estética. El cine y el arte no está en las aulas", explicaba con preocupación, reflexionaba sobre la situación del cine y de España, de la que no se atrevía a dar un diagnóstico.

Citando a Antonio Gramsci, sobre pesimismo y optimismo, se definía como un ciudadano cualquiera. "Solo aspiro a que el ciudadano tuviera una educación que le aproximara ese fenómeno extraordinario que fue el cine. No sé si lo sigue siendo. Que a mí me ha servido para el descubrimiento de tantas cosas. Es lo que modestamente trato de hacer en mis trabajos, poner lo mejor de mí mismo".

Su cine, estrenado durante el posfranquismo, se centra en la memoria y en la identidad y tuvo en sus dos primeras películas, la intención de mostrar el contexto en el que él comenzó a desarrollar su carrera: la dictadura y el peso de la Guerra Civil. "Más que el tema de la memoria, el descubrimiento del cine me hizo descubrir la historia con mayúscula. En los años cuarenta, era inevitable descubrir al mismo tiempo que el cine, la historia y la historia estaba en el marco de lo social, en la codificación de las clases sociales".

Eso se intuye en El sur, una obra inacabada, que aparece de varias maneras referida en Cerrar los ojos, su vuelta tras más de una década sin rodar un largometraje, después del éxito en Cannes, donde ganó el Premio Especial del Jurado y premio de la Crítica Internacional en Cannes, de El sol del membrillo, un documental sobre el pintor Antonio López estrenado en 1992.

"Desconfío de la leyenda épica. Alrededor de mi persona, como cineasta, es inevitable que en ese relato se cuenten las cosas de una manera en la que yo no me reconozco en absoluto. La leyenda épica está muy bien como elemento publicitario, cuenta con sugerir que hace 30 años que no hago una película. Toda esa retórica que se difunde a través de los mass media, si yo admito eso no tengo horizonte vital, más que el museo de cera, la jubilación y el cementerio". Desde entonces, Erice ha estado rodando y participando en películas con otros directores europeo, como aquella correspondencia en vídeo que mantuvo con el iraní Abbas Kiarostami, sus cortos Alumbramiento (2002), La Morte rouge (2006) y Vidros partidos (2012). También haciendo piezas artísticas como Piedra y cielo, un ensayo donde reflexionaba sobre la figura del escultor Jorge Oteiza.

Al artista vasco citaba precisamente para explicar su forma de entender el arte. "La sanación es una de las cualidades de lo que se dio en llamar el arte en general. Eso lo podríamos circunscribir a esos libros, cuadros, músicas, películas que, de repente, irrumpen en las vidas y nos modifican. Hemos crecido en el conocimiento. El arte como sanador tuvo como misión para sanar, la reivindicación fundamental de uno de los más grandes artistas vascos, Jorge Oteiza, que era algo más que un artista que consideraba que el arte debía tener esa función. Ese fue su propósito político".

Dice que su generación tuvo un propósito político. Cambiar las cosas a través del arte. Fracasó, reconoce. Pero sigue defendiendo que ese cine que él conoció, no se pierda. "En cuanto a lo que me haya podido dar, para mí y para las gentes de mi generación, el cine en unos tiempos de miseria, me refiero a la falta de libertades, a través de las películas nos permitió ser ciudadanos del mundo y, al mismo tiempo, elegir a nuestros maestros, cineastas repartidos por todo el mundo que no tenían el estatuto de artista. Yo creo en el cineasta que no tiene la conciencia de hacer arte. Nunca lo he pretendido, eso surge en la aventura de la creación".

Pero Víctor Erice asegura que no es un nostálgico, que cree en la tecnología y que la suya no es una película ni testamentaria, ni nostálgica. "El mundo ha cambiado extraordinariamente y también el modo en que se reciben las películas. Todavía hay un factor de recepción que es universal. Es el elemento primordial de la comunicación, que es la emoción. Cuando se produce, es igual donde estemos, en Tokio, San Francisco o Donostia. Es algo que impregnan la conciencia del espectador, por el que tengo el mayor de los respeto. Yo solicito que hagan suya la película", explicaba.

Sí ha sido duro con las grandes corporaciones que controlan el audiovisual hoy en día. "Solo queda la sala cinematográfica", decía sobre el invento que revolucionó el arte y que hoy nos congrega en el festival. "Hoy las películas se realizan, se distribuyen de una manera distinta, que es el mundo audiovisual. Solo queda la sala. Una verdadera película reclama como medio natural absoluto la sala, pero hoy sabemos que las grandes corporaciones tienen una tendencia a apoderarse de todas las ventanas, eso incluye la televisión, tabletas y móviles. Con eso se pierde uno de los objetos del cine, ver una película como un acto de contemplación, como una actividad social. Ahora e la privacidad doméstica, que ya no es lo mismo. El impulso de las fuerzas que dominan la economía del cine es que nos quedemos todos en nuestro rincón con nuestros artilugios. Yo reivindico la experiencia pública", concluía una emocionante rueda de prensa.