Irene Solà: "¿Perder la memoria es una condena o un alivio? Olvidamos y recordamos lo que queremos"
La escritora catalana regresa con 'Te di ojos y miraste las tinieblas', una historia sobre la memoria, la herencia familiar y sobre mujeres que han sido relegadas a los márgenes de la sociedad
Irene Solà: "¿Perder la memoria es una condena o un alivio? Olvidamos y recordamos lo que queremos"
29:30
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/1696147621024/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Irene Solà se convirtió en un pequeño gran fenómeno literario en 2018, una época pre pandémica donde la mirada al campo, a lo rural y a la naturaleza todavía no estaba extendida. La suya fue una de las primeras novelas que defendían la tradición oral y lo contemporáneo, lo rural y lo natural como parte de nuestra historia. Con todos esos elementos, se convirtió en una joven promesa de la literatura gracias a esa maravilla que fue Canto yo y la montaña baila, que la puso en el panorama internacional, aunque ya había debuta con Los diques, una novela que dice escribió porque no tenía cámara de video. Formada en Bellas Artes, ahora regresa con otra novela contundente e interesante, Te di ojos y miraste las tinieblas, publicada también por Anagrama.
Solà condensa, de nuevo, todo un universo propio. Ambientada en una casa remota, en una masía de habitada por mujeres, en esta historia que pasa en unas pocas horas, reflexiona sobre la memoria, el olvido, la subjetividad y esa dicotomía entre las tinieblas y la luz. "Yo entiendo al oscuridad como un lugar con posibilidades, un lugar de libertad, un refugio, hay hasta placer. Al menos así pasa en esta novela", dice la escritora, desmontando ese dogma bíblico que nos persigue hasta hoy. Lo comprobamos con El jardín de las delicias, ese tríptico de El Bosco que cuelga de las paredes del Prado, con el Cielo, la Tierra y el Infierno. El visitante queda cautivado por las tinieblas, antes que por la luz.
Lo que hace Irene Solà en su escritura es darle alma a todo. A las plantas, a los árboles, a los animales, pero también a las tinieblas. "En la novela hay contrastes y dualidades, solo así se entiende que, en realidad, no habría luz sin oscuridad. Van de la mano y que puede haber mucha luz en la oscuridad, igual que mucha oscuridad en la luz", insiste la autora que ha reflexionado sobre las perspectivas y la subjetividad. "Me interesa mucho la perspectiva, porque según con qué ojos estés mirando la oscuridad vas a ver unas cosas u otras. Hay un juego también en el título con esto, es casi un reproche paterno filial, porque te di ojos, te di la vida, te di unos valores y tú te saliste de lo que yo te había marcado. Eso no lo esperaba de ti. Es en ese gesto de libertad al mirar la oscuridad, cuando surgen las posibilidades".
En Te di ojos y miraste las tinieblas nos presenta una saga familiar protagonizada por mujeres en un arco temporal que va desde un pasado indeterminado hasta el presente, atravesando períodos de paz y guerra, matrimonios y deseos, pactos con el demonio, enfermedades y muertes. "Noto en todos mis libros unos intereses comunes. Para mí, cada libro es como una aventura, tiene su propio proceso y lo que hago es aprender, es investigar, es hacer ciertas preguntas". Esos intereses son la voz, la memoria, el olvido. "Una de las cosas que que a mí me interesaba era reflexionar en cómo se han construido, como se han narrado las historias de los personajes femeninos, en la historia, en la ficción, en el folclore, en la narrativa oral", explica la escritora que en sus novelas ha aportada otra manera de mirar a las mujeres. Aquí con personajes que están en los márgenes. "Este es un libro en el que, en vez de irse a vivir grandes aventuras, irse a la guerra, a conocer mundo, lo que hacemos es nos quedamos en casa, ese lugar al que históricamente se ha relegado a las mujeres".
En esa historia familiar que cuenta, la autora nos muestra que hay una historia objetiva y otra que no lo es. De ahí surgen las pregunta, quién está dentro de esa historia, quién se ha quedado fuera. Qué historias hemos elegido contar, cuáles hemos escuchado. "Precisamente, las protagonistas de esta novela son este grupo de mujeres que son viejas, son mujeres fuera del canon, son mujeres abyectas, casi podríamos decir, son mujeres muertas. Y esta novela se nos pone en el centro la historia de los márgenes, en esa masía escondida en las montañas, en un día donde caben cientos de días y de recuerdos y de historias".
Son mujeres viejas y también son mujeres a las que les falta algo, o un trozo de corazón, o las pestañas o la lengua, pero también la memoria, o la capacidad de sentir dolor, o el amor hacia una madre. Carencias que reflejan cómo está la sociedad actual. "Hay toda una reflexión alrededor de lo que heredamos. No solamente heredamos cosas físicas, como objetos; también heredamos maneras de pensar, creencias de nuestra familia, de nuestro entorno, de nuestra sociedad. Esta familia hereda la idea de que están malditos".
"Hay un personaje, Marta, que es un personaje contemporáneo, que es un personaje que está vivo hoy en día, que lo que supuestamente le falta es la memoria. Marta tiene mala memoria. Este personaje a mí me permite reflexionar muchísimo alrededor de qué recordamos y qué olvidamos y qué transformamos cuando narramos el recuerdo, qué elegimos recordar y qué no elegimos recordar, tanto a nivel individual como a nivel colectivo". Memoria como desgracia o memoria como una suerte. Recordar puede ser un arma de supervivencia, pero recordar, como diría Borges, también puede ser una condena. Lo mismo que el dolor que no siente otro de los personajes. Más que una bendición, es una obsesión. Los personajes son el prototipo del antihéroe. "Esta no es una novela en la que la mayoría de personajes eligen el camino obvio de la heroicidad o del protagonismo, sino que es una novela que llena de personajes que lo que están haciendo es esconderse y se esconden las mujeres. Pero es que también se esconde la casa. Hay bandoleros que se esconden, hay maquis que se esconden, soldados que deciden no ir a la guerra. Pero es que también se esconden los lobos. Pero es que se esconde el las brujas, es que se esconde el mismísimo demonio. Todo detrás de las montañas".
Y todo en un un arco temporal concreto. "Hay una manera de tratar el tiempo que remite a la relatividad. A que las historias manipulan, modifican el tiempo dentro de sus estructuras. En una historia pueden pasar 100, 203 en 300 años en una frase, pero también lo modifican fuera de sus estructuras. En tanto que cuando a ti te están contando una buena historia, cuando estás leyendo un buen libro, cuando estás viendo una buena película, una hora o dos horas puede parecer cinco minutos".
La novela mantiene un guiño al bandolerismo catalán, a Serrallonga, un personaje real. "Hay una parte importante para mí, que es el trabajo de investigación y va muy unido a la escritura. No entiendo ambas partes como separadas, sino como un todo. "Quizás escribir es empezar a jugar, a explorar, a ver qué puedes contar con lo que tienes. Es como ir metiéndote en el agua, porque aunque estés nadando, nunca dejas de meterle más en el agua, como no dejas de investigar y de preguntar y de buscar a más expertos. Y así, cuando más agua tienes en la piscina, más al fondo puedes sumergirte".
En esa investigación, Solà usa lo digital como gran herramienta para la escritura de su generación. "Por suerte tengo Internet para trabajar. Siempre digo que escribo como escribo, porque tengo una constante ventana al mundo que me permite saciar una gran cantidad de preguntas o de curiosidades. Encontrar el libro con recetas medievales, pero también encontrar videos de YouTube donde aparecen animales copulando, para poder describir lo que Blanca mira y no puede encontrar en internet. Me interesa vivir y escribir y trabajar en contacto con esta cosa fantástica y a la vez espeluznante que es el mundo digital. A veces oigo decir que los jóvenes no leen los jóvenes, pero luego cuando presento el libro se acercan lectores muy jóvenes que leen mucho.
Además del bandolerismo, está también la brujería y los maquis, esos hombres y mujeres que sobrevivieron y lucharon en la posguerra. El peso del pasado del país se siente en las historias de las nuevas escritoras, como si la generación de los nietos quisiera recordar a los abuelos y ese legado de lucha y de sufrimiento que sigue ahí. "Me resulta difícil o complicado hablar por otros o hablar por toda una generación, pero en mi caso me interesa profundamente entender de dónde venimos, desde dónde miramos el mundo, que piedras cargamos en la mochila. Y para eso a mí me interesa, pues ir hurgando y preguntando".
Al igual que la colombiana Lina María Parra, Solà apuesta por la tradición oral, por el legado de las mujeres consideradas brujas, que usan las hierbas y la naturaleza para sanar y curar. "A veces siento que sabemos el nombre de muchísimas plantas o el uso de muchísimas plantas que nos rodean, pero a veces no sabemos prácticamente nada de la casa en donde vivimos o de quién estuvo viviendo allí antes que nosotros o hablamos con nuestros abuelos, pero muy rápido y sabemos muy poco de nuestro propio linaje familiar. Los detalles de las personas se nos olvidan muy deprisa. Así que hay una reflexión alrededor de eso, sin una intención de de culpar".
La prosa de la autora bebe de lo natural, en una relación con el mundo cercana a la de la socióloga Donna Haraway, aunque en realidad su literatura siempre se haya comparado con la de García Márquez. "No entiendo mi libro en relación con el realismo mágico. Es una literatura que me interesa mucho y me alimenté de ella de adolescente. Todo lo que se escribe desde Latinoamérica ahora mismo es algo que me interesa mucho. Pero el realismo mágico creo que tiene que ver con un momento, con un contexto y con un lugar que no tiene nada que ver con el mío. A mí me encantan las urbes, las ciudades muy grandes. Yo viví un buen tiempo en Barcelona, viví mucho tiempo en Londres", dice sobre su mirada al campo y lo rural, algo que ha influido en otras escritoras de su generación, pero también en directoras de cine como Carla Simón o Elena López Riera y Jaione Camborda que acaba de ganar en San Sebastián con O Corno, una película cuyos personajes femeninos podrían pasarse por la novela de Solà.