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La gran dama del cine americano

Se cumplen 100 años del nacimiento de Deborah Kerr, la protagonista de De aquí a la eternidad o Tú y yo

Deborah Kerr en una escena de Quo Vadis

Otras eran más bellas, tenían más glamur o levantaban mayores pasiones, pero muy pocas le igualaban en elegancia y clase. Deborah Kerr fue la gran dama por excelencia del cine americano de los años 50 y 60 del siglo XX. No en vano le apodaban “la duquesa”. Una escocesa serena y pelirroja cuyo nombre fue siempre sinónimo de una buena interpretación. “Esa imagen que proyectaba supongo que era una mezcla de primeras impresiones y algo innato que hay en mí de lo que ni siquiera soy consciente y que la cámara recoge sin que puedas hacer nada al respecto”, decía con modestia la actriz.

Los asesores de Louis B. Mayer habían puesto sus ojos en ella gracias a su buen hacer en el cine y en el teatro británicos, pero al llegar a Hollywood el jefazo de la Metro no supo muy bien qué hacer con ella. Su aspecto inocente hizo que pronto le encasillaran en películas históricas y de aventuras en las que Deborah Kerr solía ejercer de adorable reposo del guerrero. Títulos como El prisionero de Zenda, La reina virgen o Quo Vadis. Uno de sus mayores éxitos en esta primera etapa en el cine americano fue Las minas del rey Salomón, película que la actriz rodó en África al lado de Stewart Granger. “Fue una gran experiencia. Es cierto que resultó duro, caluroso, agotador, había todo tipo de inconvenientes, pero resultó una gran aventura”, recordaba la actriz.

Deborah Kerr y Stewart Granger en una escena de Las minas del rey Salomón

Deborah Kerr y Stewart Granger en una escena de Las minas del rey Salomón

El público se divertía con todas aquellas películas que resultaron grandes éxitos de taquilla, aunque muchos críticos pensaban que en ellas se estaba malgastando su talento de actriz. A mediados de los años 50 el público tenía una imagen más o menos formada de Deborah Kerr. Y no es que ella estuviese contenta con esa imagen que le habían asignado, pero tenía paciencia.

Y la oportunidad, el momento de ruptura, llegó en 1954. Con bañador, tumbada en una playa de Hawái y besándose a tornillo con Burt Lancaster mientras la espuma de las olas cubría sus cuerpos. Así descubrió el público a nueva Deborah Kerr en De aquí a la eternidad. “Hasta entonces Deborah Kerr había interpretado a señoras muy distinguidas y frías y yo pretendía que hiciese de ninfómana”, afirmada el director del film, Fred Zinnemann. “Era algo que chocaba con su personalidad cinematográfica, pero yo pensaba que si los espectadores la veían y luego oían a los soldados diciendo que se acostaba con todos los del cuartel, no se lo creerían, se crearía suspense y sentirían curiosidad”. Su papel de esposa adúltera dio un vuelco radical a sus habituales personajes nobles. Y demostró que la actriz tenía muchos más registros.

El mayor éxito comercial de su carrera llegaría poco después con el musical El rey y yo. La actriz bordó su papel de institutriz en la corte de Siam junto al rey Yul Bryner. “Siempre me acuerdo de Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó. Es el tipo de papel que le llega a una actriz una vez en la vida; dos, si tienes mucha suerte. Y realmente siento que este personaje es mi Scarlet O’Hara. Es un papel encantador y maravilloso y además está el añadido de la música. Es algo que no sucede a menudo”, explicaba Deborah Kerr. Aunque danzando la actriz se defendía más o menos dignamente en las canciones tuvo que ser doblada por la cantante Marni Nixon.

El cine ha conocido muy pocas actrices tan versátiles y dispuestas como Deborah Kerr. Jamás dio un problema en ningún rodaje. No se le conocen enfrentamientos con actores o directores ni escándalos personales o líos amorosos. Todos los que trabajaron con ella la recordaban como una gran compañera y excelente profesional. A propósito de esto John Huston, que la dirigió en Solo Dios lo sabe, contaba la siguiente anécdota en su libro de memorias. “Había una escena en la cual su personaje se perdía en un manglar y pasaba allí toda la noche hasta que era encontrada. La zona pantanosa donde rodamos la secuencia era un lugar húmedo, lleno de lodo, insectos y serpientes. Deborah se pasó horas tumbada en aquella porquería y lo hizo sin una palabra de queja. Años después la oí contar en una entrevista que aquella escena había sido la peor que había rodado en toda su vida y que todavía tenía pesadillas con ese pantano y los bichos que lo habitaban. Sin embargo, cuando la filmamos, no dijo absolutamente nada”.

A lo largo de más de cuarenta películas Deborah Kerr formó pareja con muchos de los grandes actores del cine americano de la época, pero quizá con el que destiló una química más especial fue con otro actor británico: Cary Grant. El actor la reclamaba a sus directores porque la consideraba similar en clase, estilo y sutileza a una de sus grandes parejas del pasado: Katherine Hepburn. Con él Deborah trabajó en tres películas: La mujer soñada, Una página en blanco y el clásico del cine romántico Tú y yo. “Sé que hicimos llorar a mucha gente, pero nosotros nos divertimos mucho haciéndola”, recordaba divertida la actriz.

Todas estas películas y otras como Buenos días tristeza, Té y simpatía o Tres vidas errantes hicieron de ella una de las estrellas más rentables y populares de los años 50. En los 60 la actriz mantuvo su buen nivel en títulos como Suspense, la película que tanto inspiró la interpretación de Nicole Kidman en Los otros o La noche de la iguana, que a la postre se convirtió en su último gran éxito.

A principios de los años 70 Deborah se sintió cansada. Cansada de la nueva forma de hacer cine que se iba imponiendo y cansada de esperar en vano a que le ofrecieran buenos papeles. Así que tomó una decisión: dijo adiós al mundo del cine y se dedicó por entero al teatro. Hollywood no volvería a acordarse de ella hasta 1994 cuando le concedió un Oscar honorífico por toda su carrera. Seis veces antes había sido nominada por su trabajo en películas y seis veces se había ido a casa de vacío. Aquella noche una temblorosa y emocionada Deborah Kerr recogía al fin el premio tan merecido. Aquel Oscar voló directamente de Hollywood a la Costa del Sol, donde Deborah pasaba la mitad del año en su finca de Marbella. La actriz había descubierto la costa malagueña a finales de los años 60 y se enamoró para siempre de ella. Allí solía pasar las primaveras y los veranos hasta que su salud le obligó a fijar su residencia en Suiza.

En los últimos años de su vida Deborah Kerr sufrió la enfermedad del Parkinson y la artritis destrozó su cadera. Su marido, el novelista y guionista de películas como La reina de África, Peter Viertel, explicaba entonces a la prensa que, aunque la actriz no podía moverse, conservaba todas sus facultades mentales y era razonablemente feliz. “La medicación contra el Parkinson ralentiza los movimientos y se ha visto atada a una silla de ruedas. Y aunque es bastante típico en ella, resulta admirable que, a pesar de su grave enfermedad, nunca se haya quejado”, afirmaba su marido.

“He tenido mucha suerte, una suerte inmensa. Supongo que ayudó bastante el que nunca me tomara muy en serio esa cosa dudosa que es ser una estrella. En realidad, solo quería ser buena en lo que estaba haciendo”, afirmaba. La actriz contaba con toda una vida llena de apasionantes recuerdos y algo que nunca le faltó en vida ni tras su muerte: el respeto y el cariño del público que tantas tardes de buen cine le debe.

 
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