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Alfredo Castro, el guardián de la memoria chilena: "Las películas tienen que tener un valor político"

El actor estrena 'Los colonos', el wéstern de Felipe Gálvez que representará a su país en los Oscar, tras presentar la sátira sobre Pinochet de Pablo Larraín y la miniserie de 'Los mil días de Allende'

Entrevista | Alfredo Castro, el actor comprometido con la memoria de Chile

Entrevista | Alfredo Castro, el actor comprometido con la memoria de Chile

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Madrid

Alfredo Castro es uno de los grandes actores del cine chileno. Empezó tarde, con 50 años, cuando ya pensaba que su sitio estaba en el teatro. Un joven Pablo Larraín le cambió la vida y, desde entonces, ha trabajado en numerosas producciones, muchas de ellas de cineastas noveles, y siempre sin perder su compromiso político. La filmografía del intérprete recorre la historia de Chile y sus luchas, prueba de ello son los tres proyectos que ha presentado en el último mes. 'Los colonos', wéstern sobre la colonización y la violencia contra los nativos de Felipe Gálvez, 'El conde', la sátira vampírica sobre Pinochet de su amigo Larraín, y la miniserie 'Los mil días de Allende'.

Qué buen momento para el cine chileno, coinciden varios proyectos sobre la historia de tu país y la memoria

Tenemos muchas producciones muy relacionadas en cuanto a la temática de la impunidad, de la memoria. Los mil días de Allende relata los mil días del gobierno de la Unidad Popular y cómo los norteamericanos conspiraron contra ese gobierno, que era una utopía, una maravilla de proyecto, y lo hicieron pedazos. Y Los colonos se une también al sistema de cómo el Estado chileno, no el gobierno, sino el Estado de Chile, privatizó tierras para colonizar el sur, la Patagonia chilena, matando a una etnia completa, a los Selk'nam, que era una etnia hermosísima, con unas tradiciones preciosas. Los devastaron, que fue también lo que pasó con el golpe de estado en Chile. Sí se puede hacer una lectura histórica de cómo se van uniendo las temáticas en el cine chileno, la tierra, la colonización, el Estado y la privatización. Aquí lo vemos en el momento en que un Estado entrega a la gente tierra a cambio de matar a una etnia completa y así crear una nación.

¿Cuánto tiene ese proceso de la herencia española de la conquista?

Creo que es la humanidad, que somos muy malas personas -risas-. Porque piensa en los griegos, los romanos, los egipcios, después los ingleses, los españoles, los italianos. Es la historia de la humanidad en el fondo.

Hay una idea potente en la película de cómo los propios chilenos participan de esa colonización

Absolutamente. Y pasa lo mismo con el 11 septiembre, con el golpe de Estado en Chile, que se conmemoraron 50 años ahora. Es la alianza entre el fascismo, el ejército y los privados, y se ha comprobado legalmente que muchos privados prestaron vehículos, prestaron infraestructura para tomar presos, matar y asesinar y hacer desaparecer gente. Han pasado más de cien años y seguimos en lo mismo.

Una de las ideas que plantea la película es de quién es la tierra, el reparto de esa tierra, que ni siquiera se consiguió hacer en los días de Allende, ¿hay esperanza en que eso alguna vez se consiga?

No se puede. Es triste, porque uno piensa que sería relativamente fácil. El pueblo mapuche, por ejemplo, que está luchando por sus tierras ancestrales, ha tenido que recurrir a unos archivos de cómo España regaló estas tierras a privados, donde estaban sus cementerios, sus lugares rituales. Ellos reclaman esas tierras, pero luego es verdad que hubo gente que trabajó estas tierras durante cien años, que crió a sus hijos, a sus nietos. No es fácil el tema, pero alguien va a tener que ceder y un Estado tiene que aprender a dialogar y ver cómo congeniar eso que se ha hecho en todas partes del mundo.

Es justo el tema que trata la película de Scorsese, que hace un mea culpa, porque la nación está construida sobre sangre, ¿puede haber una reparación con el cine, una reparación simbólica?

La primera pregunta que yo me hago siempre es qué aporta esta película al mundo y a la sociedad. Si aporta algo, si dice algo, porque desde que sale el digital cualquier persona puede agarrar una cámara y filmar una película, contar una historia y hay millones. Pero son muy pocas las películas que consiguen conmover y que puedan cambiar las cosas. Yo creo fielmente que una película, una obra de arte, una obra de teatro, puede cambiar a alguien. Yo lo he comprobado en el teatro, por lo menos, y en las películas también. Tengo miedo torero hizo cambios en la comunidad LGTBIQ+. Lo sé, porque hubo gente joven, chicos y chicas, que estaban en su transición, y me contaron que la película les abrió el mundo. Le dijeron que era posible, les dio valentía. Entonces yo creo que es posible que el cine cambie a alguien.

Repasando toda la filmografía de Alfredo Castro, uno puede pensar que es una carrera para sentirse orgulloso, llena de papeles, de historias y de directores que, de alguna manera, tienen esa idea de cambiar el mundo, ¿es importante como actor esa idea a la hora de elegir un papel?

Yo lo creo absolutamente. Para mí es muy importante. Yo soy una persona que participa activamente en política en mi país, a riesgo de que por ello me hayan tratado peor. Pero no importa, es un precio que hay que pagar. Yo he tenido suerte. También me ha tocado trabajar con muchas directoras mujeres. Ahora vengo de hacer dos películas, una en México y otra en Argentina, con dos directoras mujeres. También he podido trabajar con muchos directores jóvenes, he participado en muchas óperas primas. He hecho 20 películas y, de ellas, 18 son óperas primas de realizadores. Pero mi maestro, evidentemente, es Pablo Larraín. Yo empecé muy viejo, haciendo cine a los 52 años. Yo había dado por terminada ya mi vida como artista y me dedicaba al teatro, pero Larraín me abrió a mí una nueva vida. Entonces ha sido importante y he tenido suerte, porque a raíz de esas películas, de Tony Manero, de El Club o de Post Mortem, se abrieron puertas en todas partes del mundo.

¿Y El Conde ha cerrado un ciclo en su etapa simbólica con Larraín o no?

Espero que no -risas-. Yo a Larraín lo divido en Tony Manero, Post Mortem, El Club y El Conde. Me parece a mí que ahí hay un corpus, un cuerpo creativo importantísimo. Y el otro Larraín, que también me gusta, pero es distinto, que es el de Spencer, Jackie y ahora está en María Callas, pero a mí me gusta lo que él hace en Chile. Me parece que él tiene su arraigo ahí en Chile, su imaginario. La verdad es que toda Latinoamérica está saliendo al mundo con un imaginario muy potente, haciendo peso en una industria tan importante como la europea y la americana. Antes no existíamos en el panorama del cine mundial, pero ahora estamos presentes y eso es lindo y hermoso.

En El conde eres el mayordomo enamorado de Pinochet y en Los mil días de Allende, el presidente, ¿qué es más difícil representar el bien o el mal?

Es loco porque sucede históricamente al mismo tiempo. Krassnoff es un hombre que existe, que está preso con mil cadenas perpetuas en Chile, porque fue uno de los torturadores más salvajes y cruentos que existió en toda la dictadura, especialmente con las mujeres. Se dedicaba a torturar mujeres y no voy a contar detalles, pero fue un horror. Y me toca hacer ese personaje maravilloso. Y en el otro lado, Allende. Yo tenía 16 años cuando ocurrió todo. Yo creí profundamente en él. Era un proyecto hermosísimo, aunque se pinte ese gobierno de la Unidad Popular como de un tiempo rudo y violento. Yo tuve que parar muchas veces de filmar, porque los discursos de Salvador Allende que tenía que pronunciar, respetando las comas, las respiraciones, porque es un registro histórico, me emocionaba hasta tal punto que no podía. La humanidad de esos discursos, que eran dichos desde el corazón, desde la convicción política profunda, y que no estaban escritos. El tipo hablaba así. Yo me emocionaba mucho porque me encantaría que la humanidad volviera a esos proyectos en todas partes del mundo, proyectos democráticos, humanos, sensibles.

¿Cuesta encontrar esa esperanza cuando mira al mundo hoy?

Yo estoy tan deprimido. Aquí en Chile la ultraderecha no gobierna, pero va subiendo y subiendo en las encuestas, igual que acá. De hecho, los políticos chilenos de ultraderecha vienen a España a que les den clase de cómo gobernar. Y en este momento, hace dos días atrás, ellos postulan terminar con el aborto libre y terminar con el matrimonio LGTBIQ+. Siguen con esa ridiculez de que el cambio climático no existe, que las aguas, los ríos, las nieve, son particulares y privadas. Es un retroceso espantoso.

Y volviendo a Los Colonos, se usa el western para contar esta colonización, ¿cómo ha sido adentrarse en un género tan violento y americano?

A mí me tocaron muy pocas escenas, pero no tengo ese narcisismo de protagonista solamente. La pregunta es si la película sirve para algo y esta película tiene un valor en sí importantísimo, en cuanto a la memoria y a la construcción de una nación. No quiero hacer spoiler, pero el tema central de la película es cómo construimos una nación. Si un genocidio es necesario para construir una nación o es la incorporación. Es como lo de aquí en España, que el otro día VOX se retira del Congreso porque se ha permitido que cada lugar hable su lengua originaria, cuando lo más respetable y lo más humano es permitir eso ¿Por qué le vas a negar a alguien hablar su lengua de origen? Y en todas partes está pasando exactamente lo mismo a otros niveles.

¿Debe una película ser política?

Por supuesto. El valor político de las películas es súper importante y el arte siempre ha estado ligado a la política. No sé de dónde surge esta idea de lo contrario. Yo creo que más bien de la industria americana. Del business, el dinero que rompe todo. Pero España y los países latinoamericanos tienen un cine muy de culto, muy artístico, muy político también. El cine español tiene una fortaleza política enorme. Yo una vez escuché una opinión de alguien muy inteligente que decía que para estudiar Estados Unidos hay que ver su cine, no leer libros de historia, porque ellos han contado su historia a través del cine.

¿Te gustaría participar en películas americanas o trabajar más en España?

Perdón que vaya a algo privado que no me gusta, pero mi madre es española. Mi abuelo se fue entre las guerras a Chile con tres hermanos. Somos de Torrelavega, Cantabria, y ahora salió la ley de memoria, la ley del abuelo. También es un acto de reparación de memoria de mi familia, de mi madre que falleció y yo le puedo hacer honor a su memoria. Tengo mi nacionalidad española y estoy filmando mucho acá. Voy ahora a Barcelona a filmar con Ángela Molina. Estamos en un momento de migraciones nobles. Somos gente que queremos aportar y trabajar. Y en Chile se recibe a los españoles con el cariño enorme. Y acá también me siento yo muy querido y me parece estupendo que así sea.

¿Las plataformas han contribuido a ese trasvase cultural?

Es que en Chile, hace 15 años, no se veía cine argentino, ni uruguayo, ni brasileño ni chileno. Y ahora vemos todo el tiempo muchas películas argentinas, uruguayas, brasileras, peruanas, bolivianas, en español. Antes solamente Almodóvar llegaba y ahora yo he filmado en Chile series españolas, como Inés del Alma Mía y eso a mí me fascina. Encuentro que finalmente hay algo humano ahí que tenemos que agradecer mucho.

 
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