Dos cadetes y una princesa

Madrid

La semana pasada se recordará en los libros de texto como aquella en la que dos militares españoles llevaron a cabo una de las incursiones más arriesgadas de la historia de nuestro ejército. En un derroche de sangre fría, dos cadetes se llenaron de valor y se atrevieron a meterle fichas a una princesa menor de edad, delante de sus padres y con todo un país mirando.

Y así fue como consiguieron algo que parecía misión imposible: convertir a España, durante unas horas, en una monarquía convencida. Pasamos de ser un país de republicanos y monárquicos, de izquierdas y de derechas, a ser un país habitado por cincuenta millones de Jaimes Peñafieles. Porque hasta el más republicano se tragó varias repeticiones del besamanos con un único objetivo: ver si ahí había temita.

Años pidiendo que se haga un referéndum sobre la monarquía y, si lo hiciéramos ahora, votaríamos con cuál de los dos cadetes se debería liar Leonor.

Tal vez hemos podido sobrevivir sin saber dónde está la fortuna del rey emérito, pero no podemos seguir viviendo sin saber si Leonor se ha liado con el primero o con el segundo.

Otra vez, volvimos a demostrar que la única bandera que es capaz de unir a todos los españoles es la de un buen cotilleo.

Los políticos deberían tomar nota y aprender que, para convencernos de algo, deberían dejar de usar argumentos y empezar a probar con mandanga de la buena. Todo el país estaría a favor de la amnistía si supiéramos que Puigdemont tiene una amiga especial en Tortosa.

Porque los españoles tendremos ideología, sí, pero sobre todo tenemos curiosidad.