Nunca traicionarme a mí mismo

Madrid

Hoy me pongo íntimo y te confieso que me he despertado con ganas de rezar. Después de dormirme con noticias, soñar noticias y despertarme con noticias, he tenido ganas de rezar. Algo muy raro, porque no creo en dios alguno, y porque con 65 años, hace tiempo que me avergüenza dirigirme al destino con ruegos inocentes. Me refiero, claro, a los asuntos personales, porque si hablamos de justicia social tengo todavía mucho que pedir para las personas, los animales y las plantas que habitan el planeta.

Pero pedir por mí se ha puesto difícil. Me avergüenza rogar que ganen mis equipos de fútbol, porque el fútbol se ha convertido en un petróleo sucio que maquilla países en los que no se respetan los derechos humanos. Y del amor prefiero no hablar. Después de la suerte de vivir un amor definitivo, sé que nunca podré volver a darme del todo. Insisto en el matiz: del todo.

Pero esta mañana sí he sentido la necesidad de pedir algo… a quien corresponda. Que nunca, jamás, en ninguna situación, entre debates teóricos, contextos difíciles, bulos, himnos o preocupaciones económicas, nunca, llegue yo a traicionarme a mí mismo sintiendo simpatía por un acto de terror contra las personas o aceptando las injusticias inhumanas de un Estado criminal. Nunca, jamás, en ninguna situación. Que así sea.