La parte mala de no haber querido ser madre

Como dice el tango, qué cosas, hermano, que tiene la vida. Iba yo en un taxi, camino de mi oftalmólogo, entretenida pensando en la parte mala de no haber querido ser madre.

Suspiré. Me he perdido, por ejemplo, tener un retoño experto en balcanizaciones como el señor Feijóo, que además es muy modesto, porque siempre oculta que tiene, muy pegadito a su lado (tanto, que podría haber sido mi otro hijo siamés), a un voxiferante experto en nacionalismo español excluyente.

Suspiré. También perdí la oportunidad de parir un verso suelto y de buen ver, aunque de peor escuchar como Borja Mari. De haber alumbrado un nene, varón, por supuesto y para Ehpaña, habría preferido un experto en armamento. Tal como está el mundo y considerando que mi etapa Imagine de John Lennon se hizo añicos, por lo menos alguien me explicaría, durante los almuerzos dominicales, cómo ve el asunto.

Suspiré nuevamente. Tanto, que el amable taxista pegó la hebra y empezó a hablarme de lo de Israel con Hamás. “Que se anden con cuidado si se meten por tierra, porque son buenos en Israel con las armas pesadas, pero en el combate cuerpo a cuerpo no tienen experiencia. Se lo digo yo, que trabajé hace años en el Ministerio del Ejército nuestro y tuve que llevarles unos lanzamisiles de uso personal, y fue muy difícil que los soldados israelíes aprendieran a manejarlos”.

Suspiré por última vez. Ay, quién quiere hijos, si la vida tiene cosas como regalarte un taxista así.