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Despedida (y elogio) del paraguas

Sería una justicia poética que, casi tres siglos después, el paraguas terminara así: siendo tan raro como comenzó

Despedida (y elogio) del paraguas

Despedida (y elogio) del paraguas

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Madrid

Cada día somos más prácticos: el café nos viene en una cápsula, dormimos en camiseta y no en pijama y, a nada que amenaza lluvia, desenrollamos la capucha del abrigo. Parece que el paraguas, en efecto, tiene entre nosotros mucho más pasado que futuro, y ya estamos dispuestos a verlo pasar como vimos pasar el papel carbón y las máquinas de escribir, el tabaco negro y hasta el casticismo aquel de hablar en duros. En 1750, el primer señor que dio en llevar un paraguas no solo lo usó para protegerse de la tormenta, sino también de las burlas que el artilugio provocaba. Sería una justicia poética que, casi tres siglos después, el paraguas terminara así: siendo tan raro como comenzó.

Puestos a enterrar el paraguas, sin embargo, habrá que ser agradecidos con él, y recordar su hueco en los complicados cortejos de Jane Austen o revivirlo en las páginas lluviosas de las novelas de espías. En los musicales del siglo XX sirvió para cantar hasta el éxtasis bajo la lluvia, como también acompañó las andanzas de un padre Brown siempre en busca de pretextos para desatender a la parroquia. En los años cincuenta, los artesanos del ramo todavía recibían encargos de paraguas con dagas en la empuñadura, pero tampoco eran infrecuentes los paraguas con espejuelos, frascos de esencias, petacas, lápices o cintas de medir, siempre útiles en ferias de ganado. Lo que ya no está permitido son los paraguas-escopeta.

Por supuesto, podemos pensar que para qué hay que preocuparse de algo que, al final, vamos a olvidar en cualquier parte, pero el paraguas era también uno de esos mínimos ritos, una de esas complicaciones que hacen la vida más lenta y más dulce, es decir, más como queremos que sea la vida. Y ante todo nos permitía, como aquel personaje de Greene, permanecer en la oscuridad, sin amor ni compasión, a solas con la lluvia, como una imagen de la felicidad posible.

 
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