"El fútbol me destrozó la vida, pero se gana tanto dinero que es muy difícil dejarlo"
El exjugador de la Real Sociedad Zuhaitz Gurrutxaga, subcampeón de liga y compañero de Iker Casillas y Xavi Hernández en las categorías inferiores de la selección, cuenta cómo llegó a desarrollar un trastorno psiquiátrico y a odiar el fútbol durante muchos años sin decir nada.
Zuhaitz Gurrutxaga: "El fútbol me destrozó la vida, pero se gana tanto dinero, se vive tan bien, que es muy difícil dejarlo"
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¿Qué amante del fútbol no le hubiera cambiado su vida a Zuhaitz Gurrutxaga a los 13 años, cuando el equipo de su vida, la Real Sociedad, lo fichó para sus categorías inferiores, haciéndolo debutar en primera sólo seis años después? ¿Quién no hubiera disfrutado de una vida recompensada por el cariño de miles de aficionados, de partidos internacionales en las diferentes categorías de la selección española, compartiendo vestuario con un tal Iker Casillas o un tal Xavi Hernández? ¿Quién no hubiera elegido para su vida profesionalizar una pasión? ¿Quién no verse recompensado por ello con un sueldo desorbitado y desde luego impropio e inalcanzable para alguien que no ha cumplido la veintena? Quizás alguien a quien le pasó todo eso, tal vez a Zuhaitz Gurrutxaga.
Zuhaitz (Elgoibar,1980) se crió en un barrio de esa localidad donostiarra, en San Miguel, ajeno en sus primeros años a realidades tan marcadas de la época como las drogas o los asesinatos de ETA. Una infancia feliz después de sobrevivir a una alteración cardiaca de nacimiento que le mantuvo durante semanas tan alejado de sus padres como cerca de morir. Quizás por eso, ese carácter: el de alguien tímido, siempre pendiente del cariño y el juicio aprobatorio de los demás y de jugar al fútbol, que ni siquiera las secuelas del corazón le impidieron desarrollar a nivel profesional.
Con esas condiciones, con esa pasión, se plantó en el Vicente Calderón con 19 años, debutando en primera. Era la Real Sociedad de Javier Clemente, un equipo en apuros y con muchas necesidades. De ese encuentro inaugural se recuerda la frase de su entrenador el día antes: "Mañana contra el Atleti juegan Gurrutxaga y 10 más", su marcaje a Jimmy Floyd Hasselbaink (un depredador del área tan intimidante y veloz como goleador) y su expulsión. Había nacido una referencia, un prometedor defensa central para muchos años en Anoeta. Y, a partir de entonces, también algo mucho más preocupante.
Empezó a generar un pánico escénico a jugar delante de 50.000 espectadores, a ser juzgado, a fallar en un partido, a ser triturado por una crónica deportiva.... Como antes, con 15, 16 o 17 años, comenzó a ocurrirle en las categorías inferiores de la selección española, si debía tirar un penalti, o se veía al borde de cometer un error de bulto o se televisaba un partido de esas categorías y sonaba el himno de España. "Yo era un chico del País Vasco y no sabía cómo asumir mi posición ante el himno, si ponía cara muy concentraba, me podían criticar por ser muy español, si miraba al suelo, de alguna forma podría parecer que no me identificaba. Era el único que estaba deseando que corriera la pelota y empezasen los partidos". Zuhaitz, siempre sufriendo.
La cosa con la Real Sociedad de Clemente, dio paso a la de Benjamin Toshack, y ese pánico no desapareció tampoco con el galés de entrenador. "Tenía tanto miedo a fallar, a hacer el ridículo en un terreno de juego que es verdad que llegué a fingir una lesión para que me sustituyeran". Y Su vida fue a peor. Y Alcanzó las peores barreras en la temporada 22/23, cuando una Real Sociedad pletórica, que acabaría ese año subcampeona de liga, caminaba hacia la gloria mientras él aterrizaba directamente en el infierno. Desarrolló un trastorno psiquiátrico que le arruinó la vida durante muchos años. Que siempre cayó por miedo, por vergüenza y por desconocimiento, porque nunca supo lo que pasaba en su atribulado cerebro. "Ahora- matiza Gurrutxaga- hay psicólogos en todos los clubes, pero en esa época era difícil contar todo eso, entre otra cosas porque yo me pasé mucho tiempo sin saberlo", cuenta Zuhaitz.
Desarrolló todos los TOCS imaginables: no podía tocar a nadie, él que era defensa; dejó de tener relaciones sexuales, porque el SIDA estaba en todas partes, incluso en el aire; se lavaba las manos 50 veces al día, se las destrozó; abría y se aseguraba de cerrar la puerta de su casa o del coche cinco veces; camino del entrenamiento regresaba a casa para asegurarse de que el horno no estuviera encendido, cuando jamás lo encendió; paraba en la carretera durante un viaje cada kilómetros para desmentir una evidencia imaginaria: no haber atropellado a nadie.
Llegó a odiar el fútbol profesional. "El fútbol profesional me destrozó la vida, lo que pasa es que es una actividad que está tan bien pagada, es una vida tan buena que es difícil dejarlo. Pero es verdad que probablemente debí retirarme antes". Se sumió en una profunda depresión, deseó que su equipo no ganara aquella Liga, se sintió un maldito impostor. Hasta que no pudo más y empezó a ponerse en manos de profesionales. Y ocurrió algo curioso: empezar a escribir canciones sobre lo que le pasaba, primero (llegó a grabar un disco y fue telonero de Sidonie) y hacer monólogos humorísticos en teatros sobre su ruinosa vida de futbolista después. El humor le redimió, le salvó la vida. "Yo siempre he vivido las peores cosas al mismo tiempo con mucho sentido del humor. De hecho era más gracioso en mi época de futbolista que en la actualidad que hago monólogos".
Ahora lo recuerda todo en "Subcampeón", un relato impactante publicado en Libros del KO, junto al cronista Ander Izaguirre. Lo rememora con todo lujo de detalles (y con un grado de sinceridad abrumador), páginas que contienen, además, numerosos brotes verdes humorísticos, algunos extraordinarios: no se pierdan todo lo que pasó por su cabeza la noche que en el Santiago Bernabéu su Real eliminó al Madrid en Copa.
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Es Zuhaitz, el que durante años odió lo que hacía, el que no podía tocar a nadie, el que huía de todo, el que nunca dijo nada, empezando por lo que sucedía en el interior de su cabeza. Y es alguien que, por fin, muchos años después, ya no se cambiaría por nadie.
Sergio Castro Salillas
Redactor y guionista en la SER desde 1996. Estuvo en La Ventana, A Vivir y ahora es redactor de Hoy...