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Nadie detesta a Leonor

Un célebre tratadista inglés observó que la monarquía sirve para, entre otras cosas, endulzar el duro negocio de la política, y la Jura de Leonor no ha dejado de ser una ráfaga de azúcar cande

Ignacio Peyró: "Nadie detesta a Leonor"

En vista de la historia de los reyes de España, algún cínico se planteará si a la princesa Leonor no le habría salido más a cuenta ser hija de un próspero empresario conservero. Pero de momento ya hay algo que quedamos a deberle: un célebre tratadista inglés observó que la monarquía sirve para, entre otras cosas, endulzar el duro negocio de la política, y la Jura de Leonor no ha dejado de ser una ráfaga de azúcar cande, un paréntesis de pompa y circunstancia, en un parlamento que, día a día, va pasando de la forma de hemiciclo a la forma de ring.

Basta ir al Prado o a Poblet para ver que, guste o no guste, la Corona tiene entre nosotros raíces profundas. Pero también son raíces delicadas, y ahí la Jura no ha dejado de desplegar su simbolismo de continuidad. La alternativa de Leonor tiene la virtud de alejar a la Corona de los manejos del abuelo y acercarla al futuro por escribir de la nieta, en consonancia con la Operación Renove emprendida hace años por los actuales Reyes. Y, dado el carácter personal que tiene la Monarquía, a la Corona -convengamos- no le puede venir mejor un perfil como el de la princesa: seguramente haya alguien a quien le caiga mal, pero detestar a Leonor no deja de ser tan minoritario como odiar a los delfines o considerar un peligro moral a Bob Esponja. Al ver ceremonias como la de estos días, uno puede pensar que todo es un anacronismo. Pero también tiene algo de esa peculiar hermosura que nos habla a la vez del pasado y del futuro y que llamamos pervivencia.