Silvia Hidalgo: "Entre lo que pensamos como feministas y lo que sentimos las mujeres, hay una brecha enorme todavía"
Entrevista a la escritora e ingeniera informática, premio Tusquets por 'Nada que decir', la historia de una mujer en crisis que quiere alejarse de lo civilizado y lo educado. Una mujer que necesita unas vacaciones de su propia existencia, conducir lejos y huir de la felicidad del hogar, del calor de la oficina, de los libros y de la música, de todo intelecto
Silvia Hidalgo: "Entre lo que pensamos como feministas y lo que sentimos las mujeres, hay una brecha enorme todavía"
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Silvia Hidalgo (Sevilla, 1978) escribe desde muy pequeña, dice que le ayudaba a entender la realidad. También se le daban bien las ciencias y en un entorno "civilizado", como describe en su novela, las ciencias tienen más salida laboral que las letras, escribir era como un hobby, así que estudió ingeniería informática. A escribir en serio ya se dedicó de adulta, publicando 'Dejarse flequillo' en 2016 con Amor de Madre y 'Yo, mentira' en 2021 con Tránsito. Dos novelas que ayudan a entender la realidad, la de la intimidad de dos mujeres que atraviesan crisis personales. La primera a los 18, la segunda a los 40. Este 2023 ha ganado el premio Tusquets de novela por 'Nada que decir', un "deslumbrante retrato psicológico de una mujer enfrentada a sus contradicciones y a la vorágine de la vida moderna”, según el jurado, que ha descrito la novela como una “historia veraz y lacerante sobre la vivencia del deseo y la pasión, sobre cómo se sobrepone a la crisis de los cuarenta, la ansiedad por el éxito social, el desencanto del hogar, la atracción por lo prohibido”.
"No es más que una tarada sentada al volante, mirando fijamente el móvil". Así empieza la novela. La protagonista se juzga de una manera muy dura desde el principio y hasta el final. ¿Es algo más común en las mujeres?, ¿es una misma la peor juez?
Totalmente. Primero porque estamos acostumbradas a que nos juzguen más y por eso replicamos ese comportamiento. Incluso las mujeres que abrazamos ya el feminismo, por supuesto, y otras muchas ideologías diversas, creo que vamos intelectualmente un poco por delante a lo que tenemos aprendido, a la emoción y a las heridas que tenemos, heridas genealógicas casi, con las que hemos nacido y que nos han inculcado a fuego. Sabemos perfectamente que nuestros comportamientos a lo mejor son nocivos o no se corresponden con lo que pensamos o con la mujer que deberíamos ser. A todas nos gustaría sentirnos empoderadas, pero entre lo que pensamos y lo que sentimos, creo que hay mucha brecha todavía. Sobre todo en las mujeres de mi generación, juzgamos desde un plano intelectual nuestras reacciones emocionales y es muy injusto también para nosotras. Bueno, ahí está la sororidad.
"Se había convertido en una esposa eficaz. Su padre por fin estaría orgulloso". La sociedad todavía nos exige que te cases, que tengas hijos, que tengas un buen trabajo, que prosperes, una segunda residencia o un coche, un comportamiento también ejemplar. "Normas que todo el mundo conocía, las reglas no explícitas heredadas de generación en generación". ¿Es 'Nada que decir' una rebelión contra esas exigencias, contra esas normas? ¿Se puede uno rebelar contra esas herencias o esa rebelión, al final, solo se consigue a través de la literatura?
Hay que intentarlo, es complicado y no siempre se tiene ni siquiera conciencia de que estás metida en un camino que no es el tuyo. Porque a veces es más cómodo esto de la zona de confort y está bien tener esa zona de confort, el problema es cuando ni siquiera es tu zona de confort, como le pasa a la protagonista. Yo creo que cada persona tiene que encontrar su camino y hay veces que pueden ser los objetivos o las ambiciones reales de alguien, pero muchas veces traemos también aprendidas estas ambiciones, los objetivos que tenemos que conseguir. Y además las expectativas no solo es que consigas todo eso, sino que encima no des problemas o no seas una carga emocional para nadie. Esto de no ser la mochila de nadie, que nadie se tenga que ocupar de ti, una independencia a unos niveles que nos convierten en islas. Tenemos mucho complejo con esto de no convertirnos en la mochila de nadie, que nadie se tenga que responsabilizar emocionalmente de nosotras y bueno, esto es incluso más nocivo.
"Todavía es joven, pero ya es alguien que fue otra persona, al menos una mujer". "Ellos iban a ser diferentes, iban a ser felices. En cambio, ahí están". La protagonista ha llegado a un punto de su vida en el que revisa todos esos sueños rotos, todas esas expectativas y metas no alcanzadas. Entiendo que es fruto de la crisis de los 40 o la llamada crisis de mediana edad, pero "su hija ya no era un bebé y ella estaba dejando de ser solo una madre". ¿Qué peso tiene la maternidad en esa revisión de nuestra vida, de lo que hemos conseguido o de en lo que nos estamos convirtiendo?
Sí, aquí es verdad que que se abre una brecha, pero más que crisis de edad, hay un cambio de fase vital. En mi primera novela era más la de los 18, en la anterior otra y aquí es cuando aparece esa brecha entre la maternidad que ella conocía como hija y la maternidad ahora que ella es madre. Se siente muy incapaz, sobre todo en el campo emocional, tiene una maternidad muy desapegada y esto le hace replantearse los errores que se han cometido con ella, el abandono emocional al que ha sido sometida, si ella quizás lo está provocando, esa culpa y desde esa culpa, pues sí que revisa todas sus relaciones: laboral, de matrimonio, incluso con sus amantes.
"La protagonista aprendió a enfadarse y ahora entiende a los violentos". Se desata en ella una rabia ,una frustración que no sabe bien gestionar. Es un asunto este de no saber gestionar la frustración sobre el que reflexionáis mucho muchos creadores y creadoras últimamente, si estamos insatisfechos, cabreados, enrabiados, "siempre con la sangre en la cabeza y con ganas de matar a todo el mundo". Es un sentimiento muy común, pero ella "buscaba gestos o palabras desconocidas que calmaran su naturaleza violentada. Quería que su marido tuviera ansiedad, que experimentara el miedo, que no durmiera intentando adivinarla. Quería que fuera un personaje de ficción, uno escrito por una mujer". Este sentimiento de rabia, de odio, de enfado que recreas en el libro, ¿está más acentuado o justificado en las mujeres?
Más bien al revés, me encuentro mucho a mi alrededor y también en carne propia, que no nos sentimos cómodas con el enfado, más bien con la tristeza. Cuando alguien nos hace algo, cuando nos pasa algo, cuando sufrimos, utilizamos mucho la frase de "me he puesto triste porque no sé enfadarme". Justificamos demasiado el enfado, como si no fuera un sentimiento legítimo para nosotras, porque entonces nos etiquetan de loca, de desquiciadas, de histéricas, que además solo se aplica a nosotras. Así que nos sentimos más cómodas en la tristeza, cuando la tristeza es un sentimiento mucho más apático, que provoca una inacción y que te puede dejar paralizada. En cambio, el enfado es una siguiente fase. Está bien ponerte triste por algo, analizarlo y enfadarte con la causa de esa tristeza. Y cuando te enfadas, yo creo tiene cierta energía y se sale antes del enfado, que de la tristeza.
Frente al enfado, frente a la naturaleza violentada está lo civilizado. 'Qué es lo civilizado' es el título de uno de los capítulos. "Un polvo civilizado que engendró un bebé civilizado. Esa fue la última cosa civilizada que hizo". Ella quiere "alejarse de lo civilizado olvidar, lo teórico, lo educado y lo abstracto que tantos años gastó en aprender, en titularse". ¿Cuánto ayudan también los protocolos, las rutinas, la inercia del día a día, lo civilizado a gestionar esa rabia?
Sobre todo a ocultarla, más bien. Tenemos asociado lo civilizado con lo educado, con la discreción y con esta palabra tan peligrosa de lo elegante. Una mujer elegante, una mujer discreta, más bien silenciosa, que no se enfada, que sabe comportarse. Creo que también debemos incluir en lo civilizado la comunicación social y la comunicación entre humanos, por supuesto desde el respeto, pero también emocional. No podemos convertirnos simplemente en robots, en protocolos y hablarnos casi como máquinas, sin que se establezca una relación emocional es la que puedes encontrar sentimientos y emociones más positivos y otros más negativos, asumámoslo, no pasa nada.
"El escenario de su madre siempre ha sido la cocina. Siempre de pie. Su madre era un personaje atascado en una misma viñeta". "Su padre siempre tuvo algo de fantasma, le precedía un silencio inquietante que lo llenaba todo, un silencio sagrado que nadie se atrevía a romper". Ella quería ser papá, un padre cualquiera, alto, guapo y fuerte al que tener respeto o miedo. ¿Qué nuevas viñetas se están dibujando de la mujer y también de la paternidad, que ellos empiezan a abordar de otra manera a través de la literatura?
Ella viene de una generación en la que la palabra cuidado era muy limitada. Eran cuidados casi físicos, mantenerte alimentado, bajo techo y darte una educación. Ella viene además de una clase social muy definida en la novela, en la que las madres de barrio no tenían una educación, por lo tanto no trabajaban fuera de casa, se encontraban esclavizadas a los cuidados y al hogar, esperando a que viniera ese marido que traía el jornal. Ella desde niña ve esa situación, en la que son ellos siempre los que se mueven, van y vienen, conducen, tienen esa libertad, ellos sí pueden ir a los bares con amigos o solos, no pasa nada. Ella ansía tener control como el control que tienen ellos sobre su vida. La paternidad va cambiando afortunadamente, pero hasta ahora la mayoría eran padres bastante ausentes, sobre todo en el campo emocional.
¿Cómo son todos esos "hombres que hablan, pero que no callan, que buscan un amante, tienen una novia o una mujer que no los entiende nunca"? "Todos lo han pasado mal. Solo quieren divertirse. Están deprimidos. Grandes padres que cuidan a sus hijos, que les estorban". ¿Qué es un hombre tumor y cómo afectan los hombres tumor a esta protagonista?
A ella le afectan porque que viene de ese abandono emocional y este hombre vuelve a abrir esa herida. Ella cae, como decía, en esa brecha entre lo intelectual y lo emocional. Cae porque es a lo que está acostumbrada, es casi su lugar de confort, ese desapego y ese vacío emocional toca con algo de su infancia, de su crianza. Y está casi más cómoda en esa relación tan horrible y tan tóxica. Intelectualmente lo sabe, pero emocionalmente no puede evitarlo. Pero intelectualmente intenta aprender el juego. Estas relaciones que ahora se dan mucho por cómo nos comunicamos a través de un móvil, desde la distancia, con un lenguaje muy poroso. Ella intenta aprender este juego porque se ha visto manipulada, ha visto que ha perdido en esta relación con ese hombre tumor. Ella intenta aprender el juego, se ha metido y ser la ganadora. Pero se convierte en uno más, trata a las personas del mismo modo y no encuentra ningún tipo de satisfacción tampoco. Por eso vuelve a la vulnerabilidad y la fragilidad.
Hay una página en la que se habla mucho de "los jefes que siempre tuvo y a los que siempre dijo que sí". Ahora que precisamente y después del MeToo estamos destapando muchos casos de abusos de todo tipo en el ámbito laboral, ¿están empezando a cambiar las cosas?, ¿el de ella sería uno de esos tantos testimonios?
Bueno, ya en mi generación pensábamos que estábamos cambiando las cosas porque nos impulsaban a estudiar. Yo estudié ingeniería informática sin tener ni idea ni un ordenador. Decidí que esto que era algo novedoso y que podía ser el futuro. Estudiamos con esta perspectiva, pero cuando llegamos al mundo laboral, nos chocamos de frente con que va mucho más atrasado también. El poder y los cargos los ocupaban y los siguen ocupando todavía mayoritariamente hombres, esto son datos. Por supuesto, poco a poco la cosa va cambiando. De todas maneras, en el mundo tecnológico, que es muy específico, es diferente. Es el mundo de la protagonista, porque creía que ahí podía aportar una mirada que a lo mejor, dentro de la literatura, no se aporta tanto, porque somos muy pocas ingenieras en el mundo y ya que escribamos, no sé si así habrá otra. Es un mundo muy masculino y ella ha intentado adoptar lo único que ve y lo único que conoce, que es la ambición masculina de querer cierto puesto y después el de tener que simular que es un hombre, vistiéndose, comportándose, su lenguaje todo. Como no ha tenido una jefa, no sabe ser jefa y tendrá que ser un jefe. Esto sí me lo he encontrado mucho, que muchas mujeres, al ocupar cargos, como que intentamos evitar características femeninas, porque se consideran como de debilidad. Esto es horrible. También vamos aprendiendo que al revés, que todas estas virtudes más asociadas a lo femenino, son son imprescindibles para el liderazgo.
Se habla mucho en el libro también del lenguaje, de desaprender y aprender nuevos lenguajes. Precisamente el jurado del Premio Tusquets ha destacado el estilo y el trabajo con el lenguaje. Me ha parecido que hasta el título, 'Nada que decir', hace referencia al lenguaje y al no lenguaje. ¿Por qué este título y cómo has decidido el tono y el lenguaje de la novela?
En cuanto al lenguaje que utilizo, siempre pienso que menos es más, lo sencillo. Me gusta más refugiarme en el ritmo, que hacer virguerías, medirme como escritora en el ritmo de la prosa, más que en un lenguaje muy complicado, muy alto, que yo además no soy una persona académica. Yo vengo de la ingeniería y por muy leída que esté, no soy una persona académica. En cuanto al título, es por la relación con el lenguaje de la propia protagonista en sus relaciones. Esas relaciones, como comentaba antes, a través del móvil, virtuales, sin el cara a cara, sin los ojos, sin mirarnos, sin empatía. Diciendo las cosas a través de un móvil la comunicación es plana, las palabras a veces pierden el significado, no sabemos cómo la otra persona va a recibir ese mensaje e incluso ya el diccionario predictivo a veces nos pone "cariño" y estamos diciendo "Adiós, cariño" a una persona a la que a lo mejor tampoco le tenemos tanto cariño. O espero verte pronto o un te quiero, que no lo diría a lo mejor de una forma tan rápida o tan fácil si tuviéramos a esa persona adelante. Pierde el significado y también eso es duro, porque tenemos que resignificar y tenemos que ir aprendiendo a marchas forzadas y esto nos lleva a veces a mucha frustración, a mucha ansiedad, que es lo que ocurre con este tipo de relaciones. Por eso ella se queda sin nada que decir, porque ya las palabras han perdido el peso que tenían, el peso y la profundidad. Se ha quedado sin poder expresar, por lo menos a través de un chat o del móvil, cómo se siente, cuáles son sus emociones.
La protagonista estudió lenguajes de programación e inteligencia artificial. A propósito del lenguaje, de los chats, de las nuevas tecnologías y como ingeniera informática que eres, ¿llegaremos a ver a una IA ganar algún premio Tusquets de novela?
Pues faltará mucho, pero ¿por qué no? Vamos evolucionando, no pensábamos hace dos años que la inteligencia artificial hiciera lo que está haciendo ahora y, por lo tanto, podrá imitar incluso las emociones. Sí, sí, es que nuestro cerebro al final también funciona así, en base a circuitos, así que podremos imitarlo muy bien a través de la inteligencia artificial. Será una lástima, porque pensábamos que habíamos inventado la inteligencia artificial para que hiciera los trabajos más duros y al final las máquinas también se van a meter en lo creativo. Y sobre todo hay algo que me preocupa mucho como mujer y es que en la inteligencia artificial hay muy pocas mujeres. Creo que solamente un 2%, según los últimos estudios, está en el mundo de la inteligencia artificial. Así que el nuevo paradigma, la base de conocimiento y todas las propuestas que te llegan a través de tu móvil, de Internet, esa base de conocimiento también la está haciendo el hombre blanco mayoritariamente. Eso también es un problema y es algo que me preocupa bastante, porque al final la Inteligencia artificial escribirá, pero en base a la programación de hombres blancos.