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¿Y ahora qué?

La directora de 40dB, Belén Barreiro, analiza los datos del último barómetro para la SER y El País

Ataques israelíes a Gaza. / MOHAMMED SABER (EFE)

Madrid

Hace tiempo que ha ido tomando cuerpo entre la ciudadanía de nuestro país la idea de que vivimos tiempos inciertos, tan convulsos que resulta inimaginable pensar qué más tragedias pueden ocurrir. Primero fue la Gran Recesión, traumática para la mayoría, después la inesperada pandemia, al tiempo que se fueron haciendo más frecuentes los fenómenos climáticos extremos, como las inundaciones, las sequías y los incendios. Más tarde, cuando empezábamos a dejar atrás los peores momentos de la Covid-19, estalló la guerra de Ucrania, un país europeo que, como tal, la ciudadanía siente próximo. El remate ha sido ahora el conflicto atroz entre Israel y Hamás. Prácticamente todo el mundo en nuestro país ha oído hablar de esta contienda, concretamente el 98,3% de los españoles, según se publica hoy en el barómetro de noviembre de 40dB. para El País y la Cadena SER.

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La encuesta deja claro que la sociedad está atemorizada. La inflación, los conflictos bélicos, las crisis energéticas y de recursos, el terrorismo internacional, el cambio climático y los desastres naturales, los ciberataques a sistemas clave, las pandemias, pero también el aumento de los populismos y los flujos migratorios son asuntos marcadamente globales que la inmensa mayoría de la ciudadanía siente como amenazas. Estas percepciones son transversales, aunque con algunos matices: los votantes conservadores, por ejemplo, se preocupan mucho más por la inflación que por la cuestión climática, mientras que a los electores progresistas les sucede lo contrario: se sienten más amenazados por los desastres naturales que por el encarecimiento de la vida. En este mismo sentido, la percepción de que los flujos migratorios constituyen una amenaza guarda una relación perfectamente lineal con la ideología, alcanzando su máximo entre los votantes de Vox.

La encuesta también deja claro que el miedo no es un buen compañero de viaje, que los asuntos públicos, cuando se tornan trágicos, provocan serios daños no sólo materiales, sino también emocionales. Así, la gran mayoría reconoce que estos hechos afectan negativamente a sus estados de ánimo, llevándolos al pesimismo y la desesperanza. Y no son pocas las personas que admiten sufrir ansiedad o depresión como consecuencia del encarecimiento del coste de la vida (casi una cuarta parte), de los conflictos bélicos (casi dos de cada diez) o de la crisis climática (más de uno de cada diez). El impacto psicológico de estos fenómenos no entiende de ideologías, pero sí de género: las mujeres sufrimos más los males del mundo que nos rodea (o, quizás, tenemos menos reparo en admitirlo), con la única excepción del auge del populismo, con más efectos psicológicos en los hombres.

Por supuesto, el sentimiento de amenaza continua que acecha a la sociedad en la que vivimos no está reñido con el disfrute. Uno de los personajes de La octava vida (la novela de Nino Haratischwili en la que se narra la turbulenta y trágica historia de Georgia), un chocolatero de Tbilisi, cuenta que el consumo de chocolate aumentaba cuando los tiempos empeoraban. Los personajes de esta saga familiar sufrieron en sus carnes las peores consecuencias de los grandes conflictos del siglo XX, en forma de torturas, suicidios, traiciones e injusticias de toda clase. Aunque con menos virulencia que entonces, el momento que vivimos tiene un tinte claramente trágico para la ciudadanía, del que es difícil desligarse, por mucho que perduren las cosas buenas de la vida. Se teme que lo peor esté aún por venir. "¿Y ahora qué?" es la gran pregunta de nuestros tiempos.

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