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Daniel Veronese: "Hay una necesidad de cambio en Argentina, pero el cambio no puede ser incendiar la casa para eliminar las pulgas"

Entrevista al director y dramaturgo argentino, que trae al Festival de Otoño 'Encuentros breves con hombres repulsivos', una adaptación de los relatos de David F. Wallace. Una exploración de la masculinidad tóxica en interacciones con mujeres

Daniel Veronese: "Hay una necesidad de cambio en Argentina, pero el cambio no puede ser incendiar la casa para eliminar las pulgas"

Daniel Veronese (Buenos Aires, 68 años) es un premiado y aclamado dramaturgo y director que ha explorado las relaciones humanas en sus obras. Desde el teatro más comercial a la escena más independiente, desde obras propias a adaptaciones de Chéjov o Ibsen, Veronese busca siempre un teatro minimalista apoyado en el trabajo actoral. "Hago teatro para mí, no para el píublico ni las modas. Claro que espero que al público le guste, pero no necesito mucho artificio para llegar a donde quiero llegar", nos dice en una entrevista en la Cadena SER.

En 2019 empezó una serie de piezas que terminan aglutinándose bajo el título genérico de Experiencias Veronese, y que encuentran acomodo en la ya mítica sala Timbre 4 que fundaran Claudio Tolcachir y compañía. La segunda de esas experiencias es Encuentros breves con hombres repulsivos, una adaptación teatral de algunos relatos contenidos en el libro Entrevistas breves con hombres repulsivos, del escritor norteamericano David Foster Wallace. Es uno de los estrenos de esta primera semana de la 41ª edición del Festival de Otoño, la obra estará en el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque del 10 al 12 de noviembre. Los actores Marcelo Subiotto y Luis Dziembrowski mantienen ocho encuentros, uno habla, el otro escucha.

Marcelo Subiotto y Luis Dziembrowski en 'Encuentros breves con hombres repulsivos', de Daniel Veronese

Marcelo Subiotto y Luis Dziembrowski en 'Encuentros breves con hombres repulsivos', de Daniel Veronese / Germán Romani y Giampaolo Samà

Vienes mucho a Madrid, lo último tuyo que vimos aquí fue Regreso al hogar, de Harold Pinter, ¿tenías ganas de volver a España?

Sí, tengo muchas muchas ganas de que vean esto, que es es un trabajo muy distinto al de Regreso al hogar, que todavía sigue de gira, es maravilloso. Pero si bien Pinter es el autor que más me fascina o de los que más, Wallace me sedujo por su estilo, por su ritmo y cantidad de palabras. Es antiminimalista, te atiborra de imágenes y de palabras, es una catarsis sanguinaria. En esta obra hay algo de esto, alguien que casi se erotiza con su propio discurso. Esto llevado al teatro con una puesta minimalista, son dos actores, una mesa y dos sillas, nada más, permite que la poesía de Wallace llegue de una forma más directa, no hay nada que te distraiga. Solo sentimientos expuestos de una manera muy cruda, pero muy humana también, ya que los personajes no son estereotipados, no son personajes planos, son personajes humanos, de una humanidad un tanto tóxica. Esto es lo que más me fascinó. Si bien fue escrita a finales del 99, es muy, muy actual esta toxicidad masculina.

¿De dónde surgió tu interés en la obra de Wallace, cómo diste con ella y cómo ha sido el trabajo de adaptación y de seleccionar textos?

Nació en la librería La Central, vamos a hacer un poquito de publicidad. A la altura de mis ojos vi un libro que decía 'Entrevistas breves con hombres repulsivos' y dije qué título. No lo había leído. Me gustó, ya me auspiciaba algo interesante. Abrí el libro, encontré las entrevistas e inmediatamente, mientras iba leyendo, pensé en esta puesta en escena, pero pensé que esto tiene que hacerse con dos hombres en un lugar vacío, sin elementos decorativos o distractivos. Luego leí La persona deprimida y pensé hacer una obra con los dos, pero me di cuenta que tenía una relevancia importante como para hacerla de manera separada.

La obra aborda la complejidad de la masculinidad, la masculinidad tóxica en interacciones con mujeres. Lo que llamamos aquí los micromachismos, que muchas veces son imperceptibles. ¿Cuáles son esos micromachismos de un libro que se publicó hace 25 años, pero que nos siguen interpelando hoy?

Lo maravilloso de los micromachismos, como ustedes lo llaman, es que no hay ningún caso de violencia de género física, ni de violación ni de un acoso sexual declarado. Son todos lugares mucho más tibios, pero tóxicos al fin. Y esa tibieza antes lo convertía en un lugar de "no sé, escuché mal, no me quiso decir esto, no es para tanto...". Todas estas situaciones que con este siglo empezaron a decir no, no es no, el hombre no puede hacerle eso a una mujer. Esto está poetizado por la prosa literaria de Wallace, que hace que uno empiece a entrar en este en este universo nefasto y tóxico sin darse cuenta. Es la posibilidad concreta de que el espectador esté en vilo durante esos monólogos y sienta que que se siente interpelado. Es muy sutil el trabajo de Wallace, cosas como gritarle a una mujer en la calle, que él decidió señalar a finales de los 90. Y no hay ironía. Yo leía algo de ironía, acidez, pero después me di cuenta de que la ironía te separa, lo hace más increíble, el otro parece una mente superior que está encarnando algo o si no empatizas también muchas veces, la ironía también te lleva como a una situación casi graciosa para crear complicidad con el otro. Y acaba en discursos que estamos muy habituados a este a escuchar y también a decir.

Hay frases muy duras en el texto, como que algo violento o desagradable puede hacer crecer a una mujer, pero son pensamientos interiorizados, que socialmente todavía están muy aceptados. A Marcelo Subiotto, a Luis Dziembrowski y a ti, que os presupongo hombres con una formación cultural y educados en la igualdad, ¿también os ha removido algo por dentro?, ¿os habéis visto en un espejo?

No somos estos personajes, pero sí pertenecemos a una generación y a un devenir cultural que los los apañó perversamente, padres, amigos. Como la cosa de gritarle cosas en la calle a una mujer o meterle mano. Decirle groserías, era muy frecuente en el 2000 y antes, ahora es muy difícil. En Argentina era muy común eso, que pase una mujer caminando por la calle y alguien le diga algo. Culturalmente pertenecemos a un sistema de patriarcado, que permitía que el hombre haga eso a la mujer, que la mujer casi a veces debería estar agradecida porque se la tenía en cuenta. Tengo un amigo mecánico, el tópico de los mecánicos que tienen esos almanaques con mujeres desnudas. Me dijo que estaba ofendido porque charlando con un cliente, pasó una mujer y mi amigo le dijo qué linda sos. Ella se dio la vuelta y lo miró, le puso mala cara. Mi amigo no lo entendía, solo le dijo que era linda, pero ¿por qué tienes que decirle si es linda, ella te preguntó algo? A dónde va eso, eso no termina ahí, hay una propuesta sexual implícita ahí. Él lo negaba, porque está casado, pero es a lo que estaba acostumbrado. Es un tipo aprendido muy común, un ave de presa buscando presas siempre y si alguna sale corriendo, va detrás de ella. No sé si hoy todo esto ha cambiado o solo se ha reprimido. Esto de mi amigo pasó hace dos años, no sé si hemos comprendido realmente lo que es agresivo, si uno tiene derecho a decirle incluso algo bonito a una mujer. Creo que más bien está reprimido.

Ya has montado la obra en Chile con actores chilenos y en Italia con actores italianos. ¿Por qué no dos españoles en España?

Si ellos no hubieran podido, no hubiera ido con cualquiera. Además, las tres obras son muy distintas. En Chile hicimos un debate después de la función y uno me dijo que por qué repulsivo, si no era para tanto. En Italia la gente se reía muchísimo y aplaudía, aplaudían entre cada una de las ocho escenas como si fuesen sketch cómicos. Nosotros intentamos ser más profundos siempre, pero lo que decimos y la esencia de la obra produce siempre efectos muy distintos, hay a quien le parece demasiado dura.

Un texto tan duro como este, con tanta tensión narrativa, ¿necesitaba precisamente una puesta en escena un poquito más austera, para que cobrará más fuerza el texto? Lo digo también porque parece que hoy, para acercar el teatro a los jóvenes, hay que llenarlo todo de artificios, de imágenes de audiovisual para mantener su atención.

Yo soy medio extremo en ese sentido. El teatro que yo hago me tiene que interesar a mí, me tiene que interpelar, me tiene que atravesar realmente. No pienso en el público, no pienso en las modas, es algo tan íntimo. El teatro es ese momento de creaciones tan íntimo que ni se debería mostrar, creo yo, pero bueno, los actores siempre quieren mostrar. A veces llego y digo ya está, ensayamos. Esto es maravilloso. Dejémoslo acá, no lo mostremos, pero obviamente los actores quieren mostrarlo, es como abrir la pareja. Entiendo que la gente hoy quiera ver más, entiendo el punto de vista de la percepción y de la impresión en el público, pero yo soy especial en esto. Hay movimientos mínimos, pequeños cambios de escena, pero en general todo está puesto en el energético del actor y en de qué forma poder expresar.

Una última pregunta obligada que le he hecho estos meses a todos los argentinos que han pasado por La Hora Extra, como la escritora Leticia Martin o Claudio Tolcachir: ¿qué pasa con la Argentina?, ¿cómo vives tú, personalmente o como creador cultural, este momento? No sé si Milei sería un hombre repulsivo también.

Milei es una entidad muy difícil de llevarla a teatro, porque es todo tan explícito, lo que sucede, cómo sobreactúa. Tiene una mirada negativa sobre el otro. Lo digo esto esto desde el respeto al que lo vota, porque yo respeto al que opina distinto. Pero lo que pasa es que ha hecho una campaña basada en la agresión y en la eliminación del otro, en la desaparición del contrincante, en la desaparición de los derechos. Derechos como el del matrimonio igualitario, seguro que volaría. Proponen que uno pueda desatenderse de la paternidad, en contra del Papa diciendo que no no representa la Iglesia, contra el Estado, quiere vaciar el Estado, quiere cerrar la Casa de la Moneda, dolarizar... si tuviera un buen asesor, le diría que no dijese todo eso. Pero lo terrible no es Milei, sino el 30% del electorado que lo elige, porque fomenta el odio. Hay mucho odio y hay descontento también, es cierto. Estamos en un gobierno más progresista y popular, ha habido una pandemia de por medio y hay una necesidad de cambio, pero el cambio no es decir en mi casa tengo pulgas, entonces incendio la casa y acabo con ellas. Son situaciones extremas que si las piensas, no podría ser una obra de teatro. Por suerte la elección del domingo marcó un rumbo distinto y la clase política creo que va a tener que atender mucho este tipo de opinión del doctorado. Que un 30% tenga esta conducta, esta conducta neofascista, porque también estuvo coqueteando con el fascismo, con respecto a Hitler. Y la vicepresidenta es una negacionista que niega la dictadura y los crímenes de la dictadura. Que un 30% la apoye, es preocupante. Los políticos van a tener que ver que han descuidado a la gente.