"Es doloroso ver gente que sobrevivió a un genocidio cometer otro"
Alma y Ray, víctima y exsoldado en el genocidio de Srebrenica, se reencuentran en busca de perdón y reparación
'Venganza vs reparación: El genocidio de Sebrenica sobre el escenario'
Alma Mustafic vio morir a su padre y una veintena de familiares más a manos de las tropas serbo-bosnias en 1995. Fue la conocida como matanza de Srebrenica, un genocidio contra la población musulmana ante la pasividad de los Cascos Azules de la ONU que no hicieron nada para evitarlo. Uno de esos 300 soldados era Ray Braat, a cargo de la protección del enclave de paz. Su complicidad en la masacre le atormenta aún hoy.
Las suyas son dos vidas paralelas en búsqueda constante de reparación mental y reparación histórica. Así los describe Javier Marín, quien junto con Rafa Honrubia y Guillermo Roqués, ha contado el reencuentro de víctima y verdugo en el cortometraje documental “You play my father”, sobre la obra de teatro que ellos mismos representan.
Alma recuerda a su padre como un hombre “alegre, cariñoso y un poco loco”. Tenía solo nueve años cuando lo mataron. Después de tanto sufrimiento ha recorrido un largo y difícil viaje para “encontrar la paz interior”. En eso ha ayudado su encuentro con el exsoldado, a quien agradece el trabajo conjunto para dar voz a las víctimas y a los supervivientes. “Ray dejó de lado su propio ego, su propio dolor, para contar las historias de las víctimas”, reconoce.
"Me sentí como un personaje de la lista de Schindler"
Para él, testificar sobre el genocidio le ha ayudado a asumir su responsabilidad y redimirse. Ray ha reconocido haber visto asesinar, quemados vivos a hombres y niños encerrados en sus propias casas. “Durante la caída del enclave se me ordenó separar a los hombres de las mujeres y de los niños. Sabía que los hombres que envié a la izquierda serían asesinados. Me sentí como un personaje de La lista de Schindler”, recuerda.
Fue su impotencia al no poder ayudar, entonces lo que le provocó “un terrible sentimiento de culpa”, dice. Una culpa que le daba pesadillas y que no los quince años de terapia, sino solo la obra de teatro, le ayudó a sanar. “Me salvó la vida. Me dio la oportunidad de contar finalmente la verdad sobre Srebrenica”.
Los protagonistas se conocieron a través del director de la obra, que les hizo sentarse y escucharse en una conversación que se alargó toda la tarde. Sin embargo, en el documental queda plasmada la tensión entre ellos, especialmente durante su visita al escenario de la matanza. Javier Marín explica que en el segundo día de viaje a Srebrenica “todo se volvió tensión, hostilidad. Los dos sufren síndrome de estrés postraumático”, y Alma tuvo una crisis que estuvo cerca de obligarles a renunciar al proyecto.
Las víctimas de Gaza se cuentan por miles
A través de esta producción han podido explicar al mundo “cómo de hondo es el dolor”, dice Alma. “Para aquellos que sobreviven, el dolor siempre está ahí, incluso cuando no es visible para los demás”. Pero cree que se necesita insistir más, “introducir este genocidio en los sistemas escolares, museos... y movilizar a la sociedad en su conjunto. Incrustar el genocidio musulmán de Bosnia en nuestra memoria colectiva de la misma manera que lo hicimos con el Holocausto. Solo entonces podremos esperar experimentar esa paz interior”.
La superviviente ha sacado fuerzas de las 8.000 lápidas de Srebrenica. “Tengo la sensación de que los estoy cargando a todos ellos sobre mis hombros, asesinados simplemente por ser lo que eran”. En los peores momentos de dolor, piensa en esos inocentes y en darles voz para que se conozca su historia y sus nombres.
En esas víctimas ve reflejados a los muertos que ya se cuentan por miles en la guerra en Gaza. “Estamos presenciando un genocidio contra la población palestina. Lo seguimos en directo por televisión y no hacemos nada. Me rompe el corazón porque la historia se repite y no aprendemos nada”, clama Alma. “Es doloroso ver a la gente que sobrevivió a un genocidio cometiendo otro ahora”. Y añade que la venganza acabará con la humanidad.
“La pregunta es por qué hablamos en voz alta en caso de algunas violaciones de los derechos humanos, pero luego nos quedamos en silencio como en los casos de genocidios en África. Espero que a través de estas producciones podamos restaurar nuestra brújula moral”.