Portugal, por qué te quiero tanto
Portugal tiene un empedrado propio, un café maravilloso, una receta de bacalao para cada día del año, y, por si fuera poco, políticos que no dudan en presentar su dimisión
Ignacio Peyró: "Portugal, por qué te quiero tanto"
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Madrid
Portugal tiene un empedrado propio, un café maravilloso, una receta de bacalao para cada día del año, y, por si fuera poco, políticos que no dudan en presentar su dimisión. Acaba de pasar con el primer ministro António Costa. Furiosamente popular para llevar tantos años en el poder, Costa ha conseguido algo asombroso: ser un premier socialista que se lleva bien con un presidente conservador, o ser de izquierdas y aun así tener superávit en las cuentas. También ha conseguido marcharse sin merma de su respetabilidad y -milagro de milagros- sin siquiera ser escarnecido en Twitter.
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Los jueces dirán si es decente -como parece- o es corrupto; nosotros lo que podemos decir es que ha sido nuestro amigo. Costa, que ha tenido algo de mentor de Sánchez, también tuvo no poco compañerismo con Rajoy, en una tradición de armonía bilateral que arrancó con González y Soares, culminó con Sócrates y Zapatero y se mantuvo con Cavaco Silva y Aznar.
En un país como el nuestro, donde el honor está en encastillarse antes que en irse, y donde solo dejamos el cargo cuando vemos aparecer el camión de la basura, el caso de Costa resulta pasmoso: ¡una Fiscalía que investiga al primer ministro, y un primer ministro que dimite porque -según dice- eso no es compatible con la dignidad del cargo! Aquí habrá quien se ría todavía y piense que para estos casos se inventó la palabra 'tolay'. Portugal ha sido siempre un espejo incómodo donde mirarnos y -por lo que se ve- lo sigue siendo todavía.