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El cuadro con el que Rothko quería vengarse de los ricos

Es uno de los cuadros más horribles de toda la historia del arte. Una pintura diseñada para hacernos sentir angustia, miedo. Un cuadro que pretende transmitirnos el drama de estar vivo. Y a pesar de todo, esta obra de arte terrible es, también, preciosa.

El cuadro con el que Rothko quería vengarse de los ricos

El cuadro de Mark Rothko pertenece a una serie de murales que pintó para el restaurante Four Seasons, en el edificio Seagram de Nueva York. Y es horrible y precioso a la vez porque es abstracto. No vemos nada más que un cuadrado marrón oscuro encima de un cuadrado rojo oscuro. Así que el horror no se transmite a simple vista. Visto así es casi bonito. Solo cuando aprendemos a mirarlo empezamos a ver el drama.

Rothko explicaba que aquí no tenemos que buscar nada, ninguna forma ni objeto. Sus cuadros son ventanas en las que debemos entrar y buscar en ellas nuestro mundo interior, nuestras emociones. Son como una especie de meditación. De hecho, si tuviesen banda sonora sonarían casi como el fondo sonoro de una sesión de yoga. Tienes que colocarte delante del cuadro, a unos 50 centímetros más o menos, de forma que no veas nada más que la pintura, que nada distraiga tu atención. En silencio. Y si la luz de la habitación está baja, mejor. No debe haber ningún otro estímulo. Cuando ya estás en esa posición, debes observar los colores y formas del cuadro. Sin buscar nada, sin intentar ver algo, sin pensar en qué significa. Simplemente debes dejarte llevar por lo que ves. Pones la mente en blanco, sin pensar en nada, y empiezas a dejar salir tus emociones. Los colores y las formas irán sugiriéndote cosas.

Según Rothko, cuando haces esto, cuando te sumerges en sus pinturas y te entregas a ellas sin pensar en nada más, empiezan a emerger tus emociones. Es como si te asomaras a tu alma y observaras un momento cómo te sientes. Los colores y formas harán brotar tus emociones y durante ese instante de paz puedes reflexionar sobre ellas, permitirte sentirlas, dejar de reprimirlas y entenderlas. Es terapéutico porque sólo sacando afuera lo reprimido podemos empezar a superarlo. Sólo identificando lo que sentimos podemos empezar a gestionarlo. En nuestra vida diaria tendemos a reprimir estas emociones porque no tenemos tiempo, debemos seguir adelante para sobrevivir, no queremos sufrir, no podemos parar. Este arte ayuda a sacarlo fuera para empezar a lidiar con ello.

El cuadro más horrible de la historia

Lo terrible de este cuadro es que Rothko pretendía hacernos sentir angustia y terror al sumergirnos en él. Porque lo pintó como venganza contra los ricos. Rothko escuchaba el 'Réquiem' de Mozart para pintar. Decía que su pintura era igual de dramática, simple pero intensa que la música de Mozart. Cuando Rothko estaba empezando a ser reconocido, le encargan varios cuadros (entre los que está este) para decorar la sala más exclusiva del restaurante más exclusivo (el Four Seasons) en la torre más ‘fashion’ (el Seagram building) de Manhattan. Este encargo le ofende porque para él sus cuadros no son decoración para alegrar a millonarios mientras comen. Los crea como una forma de hacer que nos conozcamos por dentro.Sin embargo, lo acepta. ¿Por qué? Piensa pintar los cuadros más angustiosos y terribles jamás creados para hacer sufrir a la gente que va a ese restaurante. “Espero arruinar el apetito a todos esos hijos de puta que comen ahí. Quiero que esos ricos bastardos se sientan atrapados, como en una habitación donde todas las puertas y ventanas están tapiadas”, dice en una entrevista.

Si te fijas, este cuadro no es simplemente un cuadrado de un color sobre otro cuadrado de otro color, como suelen ser sus cuadros. Este es como una ventana roja. Cuando lo miras intentas instintivamente entrar dentro. Hay una masa marrón oscuro al fondo que nos sugiere profundidad y nos invita a meternos. Pero cuando crees que vas a entrar te das cuenta de que no puedes. Porque ese cuadrado marrón oscuro a veces parece que está dentro del cuadrado rojo, sugiere profundidad, pero otras veces parece flotar por encima de él.

Por eso cuando crees que entras hacia el fondo marrón, de repente ves que no, que en realidad no hay profundidad sino un muro en forma de cuadrado que te bloquea la entrada. Y de pronto ves un túnel otra vez e intentas meterte y cuando crees que los consigues, nada. Hay un muro otra vez. Es una sensación de continua invitación a entrar seguida de una negación. Te genera claustrofobia, ansiedad. Si lo miras durante mucho tiempo te sumerge en un estado mental trágico, pesimista.

¿Qué pasó con  el cuadro?

Rothko nunca entregó esta serie de cuadros al restaurante. Sabemos que una tarde fue con su mujer a comer para ver cómo era el ambiente en el que iban a colgar sus cuadros. No le debió de gustar nada porque esa misma tarde canceló el encargo y devolvió el dinero. Dijo: “Nadie que coma esa comida por esos precios mirará jamás uno de mis cuadros”. Se dió cuenta de que por mucho que pretendiera crear un ambiente angustioso, la gente que iba a comer allí no se iba a enterar. Entender sus cuadros requiere de tiempo, observar al detalle. Nadie les haría caso y los verían solo como la cosa que más odiaba en el mundo: arte decorativo.

A partir de este momento Rothko entra en una depresión. Empieza a pensar que igual está perdiendo el tiempo, que sus cuadros no pueden cambiar el mundo como él pretendía, que la gente no los entiende, que no se sumergen en ellos. Solo decoran. Al final, regaló este y otros cuadros de esta misma serie a la TATE de Londres, donde le prometieron que se exhibirían tal y como él quería: casi a oscuras, como en una capilla. Y aquí va un detalle muy importante: la misma mañana en que este cuadro llegaba a Londres para ser exhibido en las condiciones que exigía, Rothko se suicidó.

Los museos no dejan acercarse a sus cuadros como Rothko quería

He hecho la prueba de ponerme muy cerca, a 50 centímetros, pero en los museos siempre me echan la bronca. Hay un Rothko en el Thyssen, en Madrid, y os garantizo que es muy difícil acercarse tanto. Casi ninguno de sus cuadros se exhibe como él quería: para ser vistos de cerca, muy pegados al suelo para que cubra todo nuestro campo de visión y en una sala con luz muy tenue. Y esta es la gran tristeza del arte de Rothko y quizá la razón por la que se suicida: crea un arte muy intenso y reflexivo para ayudarnos a reflexionar profundamente sobre nuestras emociones y nuestra vida, un arte que pretende cambiar el mundo en cierta manera al hacernos reflexionar sobre nuestra vida, pero que fue engullido por el mercado y vendido como un objeto decorativo de lujo más.

Por ejemplo, estos días hay una gran retrospectiva de su obra en la Fundación Luis Vuitton de París, uno de los símbolos máximos del lujo y la opulencia. Una exposición comisariada por su propio hijo que habría horrorizado a su padre. Él no quería que su arte estuviera en los centros de lujo. Pero ahí es donde ha acabado.

Por suerte hay unos pocos lugares en el mundo donde sí se exhiben los cuadros de Rothko tal y como él quería. Uno es Houston: hay una capilla diseñada para él donde pueden verse sus cuadros como si fuera una especie de templo laico, abierto a todas las religiones, donde te sientas en penumbra a meditar. En la Tate Modern de Londres de vez en cuando también montan una sala especial con los cuadros que Rothko les regaló antes de suicidarse.

Pero merece la pena que, a pesar de las dificultades que ponen los museos, intentemos meditar con estos cuadros porque así es como consigues sumergirte y sacar todo su valor terapéutico. Están hechos para que busquemos dentro de nosotros lo más oscuro y escondido. Es duro porque pretende hurgar en nuestros dolores. Pero solo identificándolos y pensando en ellos podremos empezar a superarlos. Por eso es horrible y precioso al mismo tiempo.

Parece fácil pintar un cuadro sobre otro cuadro, pero...

Es muy complicado. No es solo coger el lienzo, pintar y ya. De hecho, Rothko tardaba meses en pintar cada cuadro. No me voy a poner aquí a explicar la técnica pero es un proceso dificilísimo: tensar el lienzo con cola de conejo mezclada con pintura; conseguir las veladuras (ese efecto que hace que las formas parezcan flotar se consigue con una mezcla minuciosa de aceite y trementina); combinar el efecto mate y brillo para hacer que el cuadro cambie cuando nos movemos; y elegir los colores según teorías científicas y ópticas complicadísimas.

Pero más allá de esto, la sensación de sencillez es clave. Rothko pretendía crear imágenes lo más simples posibles para que las formas no nos distraigan, para que nos sea más fácil sumergirnos en ellas. No se trata de ver objetos con los ojos y el cerebro, se trata de ver con el alma. Por eso el arte abstracto a veces parece tan simple. Es simple, sí. Pero eso no significa que sea fácil de pintar, ni de entender.

El pintor español que siguió la estela de Rothko

En Segovia tenemos el museo de Esteban Vicente, uno de los mejores expresionistas abstractos. Sus pinturas siguen más o menos la misma filosofía de Rothko. En la Moncloa, en la sala donde el presidente del Gobierno recibe a las visitas, hay un Esteban Vicente. Lo digo porque igual, antes de reunirse, los políticos podrían mirar ese cuadro para relajarse y encontrar un poco de paz interior. Quizá nos iría mejor a todos.

Pablo Ortiz de Zárate

Educador de arte, colaborador de 'Hoy por Hoy'...