Sobrevivir al otoño

Madrid

La palabra melancolía es tan hermosa que, como el tabaco o los torreznos, tenemos el deber de racionárnosla: hay cosas de las que solo un poco ya comienza a ser demasiado. Pero el otoño es la estación de la melancolía, y en eso estamos de acuerdo usted, yo y el consenso histórico de los poetas. Les hablo de esta luz, para la que parece haberse inventado la palabra “mortecina”. De ese cielo tan severo que, por no sé qué galerías misteriosas, nos lleva algo desapacible a los adentros. ¡Y qué decir de las hojas muertas! Un desastre. Sobre todo cuando vemos entre ellas, ay, alguna verde.

No sé si ustedes escuchan esto bajo el cierzo en el páramo de Soria o a pie de agua en una playa en Sitges. En cualquier caso, hoy a las cinco de la tarde mirarán el reloj, será de noche y muy posiblemente les entre eso que los franceses, que son mú finos, llaman tristesse y nosotros, que somos más drásticos, llamamos bajona.

Pero el otoño lleva agazapada su belleza, y sin darnos cuenta, esas uvas que cogimos en septiembre, en noviembre -justo ahora- ya son vino. Esta luz nos trae con delicadeza nuestro pasado al pensamiento. Este cielo nos permite contemplar el drama sublime de la vida. Y estas noches, en apenas unas semanas, empezarán a clarear para dar paso al fin a unas luces, allá al fondo, con premonición de Navidad. Sí, vamos a sobrevivir a otro otoño, amigas y amigos, hasta que podamos decirnos, “qué hermosa ha sido, cuánto calor guardaba esta tristeza”.