El pegamento
"Pero nunca he sabido delegar, he sido más de relegar. Así que mejor decir: de este modo fui relegando en los libros las cosas de la vida"
El pegamento
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El celo llegó luego. Al principio, todo era pegamento. Tenía un sabor extraño, pero mordérmelo en los dedos, arrancármelo igual que despellejaban a los piratas, era toda una experiencia. Entonces, había un libro de texto que se llamaba Experiencias. Una palabra científica bañada en mística. Mudar de piel como una serpiente de pegamento, contemplar la sombra del pegamento traspasando el papel. El celo tenía otra función, se utilizaba de otra manera, estaba más cerca del poder, es decir, de los adultos. Apestaba a oficina. Aunque yo aún no había visto a nadie que trabajase en una oficina, si no era en los tebeos del Botones Sacarino. Los profes antiguos las llamaban materias, pero los profes más jóvenes decían asignatura. Era la misma diferencia que había entre el pegamento y el celo. La materia era la piel. La piel nos hace materiales, y por eso llevamos el materialismo a flor de piel como los amantes en las películas de vampiros. Asignatura también era una palabra de oficina, se refería a gente que asignaba. En latín, asignar es señalar. Siempre son los mismos. Lo había visto en la tele, una noche, en aquella obra de teatro, El tintero, de Carlos Muñiz. Unos oficinistas marcaban el paso coreando solemnes: “¡Viva la vida, alegre y divertida!”. La gente del celo. La asignatura que ahora se llamaba Experiencias era una mezcla de sociales y naturales, es decir: la vida. De este modo, fui delegando todas mis experiencias a los libros. Pero nunca he sabido delegar, he sido más de relegar. Así que mejor decir: de este modo fui relegando en los libros las cosas de la vida. Leído, todo se entiende mejor porque se ve desde fuera. Un letraherido es eso. No alguien que no se cansa de leer, sino una persona que quiere comprender, porque no entiende nada.