A vivir que son dos díasLa píldora de Jorge Guerricaechevarría
Opinión

El grito

"Y visto así, ¿quién no ha querido alguna vez liberarse con un grito desgarrado? No es fácil gritar con libertad, sin miedo a que te escuchen los que te rodean, aunque sólo sean tus vecinos si vives en soledad"

El grito

El grito

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Pelo blanco, abrigo negro, bolso, gafas de sol negras y, sobre todo, bandera de España a modo de capa.

Una mujer ya mayor dispuesta a salir a las calles para protestar, pero no una más porque solo unos segundos de sinceridad absoluta la convertirán en Trending Topic en todas las redes.

El momento es el siguiente: La protesta no está en su punto álgido. Se mezclan todavía las consignas con los rezos sin que ninguna de las dos corrientes termine por unificar a los asistentes. Se diría casi un momento de ensayo, como cuando los instrumentos de una orquesta tocan desordenadamente buscando su afinación.

La mujer aparece en el plano aislada, sin vínculos claros con ninguno de los grupos presentes. Se sitúa en medio del espacio y, de pronto, comienza emitir un grito que parece salir de sus entrañas.

Lo repite con fuerza mientras los que la rodean quedan mudos por un segundo, desconcertados ante este sonido atávico, que parece venir de más allá de la historia.

Como si un habitante de Atapuerca comprobara por primera vez, asombrado, la capacidad de sus cuerdas vocales.

Después la mujer reemprende el camino y sale de plano mientras todo vuelve a la anormalidad habitual.

Este momento, inmortalizado por las cámaras se reproduce al instante miles de veces transformándose casi al momento en memes que lo comparan con todo: desde Whitney Houston al grito de Munch, pero yo veo algo más.

Hay algo primigenio en ese grito, una especie de angustia ancestral que encuentra de pronto un momento único para expresarse. A esa mujer no le duele España o su cadera: le duele la vida.

Quizás es que quiero ver más allá de la realidad de un momento simplemente absurdo pero, en mi interpretación, su grito desgarrado trasciende la protesta política. Sin más datos no podemos adivinar la motivación última. Pudiera tratarse de un matrimonio desgraciado, de toda una vida de auto represión, o quizás sólo de rabia ante la soledad.

Y visto así, ¿quién no ha querido alguna vez liberarse con un grito desgarrado?

No es fácil gritar con libertad, sin miedo a que te escuchen los que te rodean, aunque sólo sean tus vecinos si vives en soledad.

Las paredes oyen, la gente juzga y la angustia, la desesperación no están bien vistas.

Lo que nos descubre esta mujer con su ejemplo es nada menos que un nuevo valor de la protesta: La manifestación como terapia. Acercarte, lanzar tu grito y desaparecer sin que nadie te cuestione.

Visto así, puede que en el futuro no me viniera mal acercarme a alguna.

Aunque de otro tipo, y sin capa.

 
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