La razón por la que podrías estar bebiendo en el mismo vaso que Napoleón

Azuqueca de Henares

La primera persona que en España metió una botella en el contenedor del vidrio fue Tierno Galván. Ocurrió hace 25 años cuando se colocó el primer iglú de reciclaje en el barrio de Moratalaz, en Madrid. Durante este tiempo y, a pesar de nuestra resistencia a utilizarlo, se han depositado más de 15 millones de toneladas de envases de vidrio. Se han dejado de emitir casi 9 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, el equivalente a retirar de la circulación 4 millones de coches durante un año. España cuenta hoy con más de 245.000 contenedores, uno por cada 193 habitantes. Ya se reciclan cerca de 9 millones de envases al día y más de 6.000 envases por minuto. Hasta aquí las cifras. Vamos a la práctica.

En Quer, Guadalajara, existe una planta de reciclaje. Diariamente llegan camiones con toneladas de vidrio que se descargan junto a otros objetos que, por algún motivo, la gente no entiende que no van ahí: botellas de plástico, latas de refrescos, sillitas de bebé, pistolas… Aun así los impropios, nos dice Víctor, no son más de un 2%. Al acercarnos notamos el olor a materia orgánica en descomposición. No lavamos las botellas y tampoco importa mucho. Aquí lo hacen. De forma automatizada rascan las etiquetas, quitan las tapas con un imán y separan el vidrio de otros materiales por luminiscencia. Lo único que a veces se les escapa es la cerámica. La gran enemiga del reciclaje de vidrio. Una vez separado por colores se tritura y se forma el calcín que llevarán a fábricas de vidrio.

Verallia es una de estas fábricas. Situada en Azuqueca de Henares. Cada vez mezclan más calcín con la materia prima del vidrio, la arena. Con ello consiguen reducir las emisiones contaminantes y el gasto energético porque funde antes. Fabrican tarros alimentarios que venden a las empresas que envasan productos. Son ellas, cerveceras, bodegas, fábricas de conservas…, las que en base a la Ley se asociaron para fundar y pagar a Ecovidrio. Beatriz Egido nos cuenta que esta empresa sin ánimo de lucro se financia así en un 75%. Y el 25% restante con lo que les pagan las vidrieras por el calcín del vidrio reciclado. Con ese dinero se encargan de colocar iglús, transportar el vidrio y crear campañas de financiación. Su balance, después de pagar a los empleados no puede ser otra cosa que cero. En todo ese proceso somos nosotros, los consumidores, los que acabamos pagando los dos céntimos que suele costar el envase.

El futuro para por reusar en lugar de reciclar. Volver a lo que en los 80 y 90 se conocía como devolver el casco de las botellas que, en lugar de fundirse para hacer una nueva, se lavan y se vuelve a usar. Una manera de reducir residuos y de que en un futuro, dentro de un siglo alguien puede beber de una botella hecha con el mismo vidrio en el que bebió Juan José Millás. Porque el vidrio es infinito.