Sánchez: la venganza se sirve caliente
No hace falta convocar un congreso de semiotas para saber que el gran argumento de venta de los libros de Sánchez es el rostro de Sánchez: poco más y los editores, en vez de una portada, imprimen directamente un desplegable

Ignacio Peyró: "Sánchez: la venganza se sirve caliente"
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Madrid
Al terminar las memorias de Tony Blair pensé que el libro era tan malo que sólo podía haberlo escrito el propio Blair. Con los libros de Sánchez la duda no es si los ha escrito sino más bien si habrá tenido tiempo de leer lo que le escribían. Entre Manual de resiliencia y el nuevo Tierra firme, Sánchez, en todo caso, se ha especializado en el memorialismo exprés, que solo se diferencia de los clásicos del género en que aquí la venganza se sirve caliente. Por lo demás, como tantos políticos, Sánchez resiste con toda entereza la tentación de la autocrítica.
No hace falta convocar un congreso de semiotas para saber que el gran argumento de venta de los libros de Sánchez es el rostro de Sánchez: poco más y los editores, en vez de una portada, imprimen directamente un desplegable. Pero miren, aunque uno esté en un cero absoluto de sanchismo, la cara bonita de Sánchez a todos nos ha hecho un gran favor. Hasta hace no tanto tiempo, el epitome de la masculinidad hispánica estaba en algún lugar entre Pajares y Esteso, en ese señor que sudaba testosterona ante una sueca, y ahora la media ha subido -con el Rey y con Sánchez- de tal modo que los españoles podemos hacer de guapos por el mundo. Yo creo que urge una campaña de comunicación internacional para explotarlo: Francia o Italia ya lo habrían hecho. Aunque en el caso de Sánchez siempre habrá quien piense que perdió más Dolce y Gabbana de lo que ha ganado la Moncloa.




