A grandes males, remedios difíciles

Madrid

Todo lo que supura la negociación con los indepes, sobre todo con los de Junts (que son los pospujolistas antes moderados), es curioso, extraño, enredado y sorprendente. Y se comprende que pueda molestar e incluso indignar a muchos. Porque no es algo habitual, así que no es fácil de entender: distintas mesas de diálogo; conversaciones intermediadas con verificador ajeno a las partes; negociaciones en parte desarrolladas en otro país. Estamos de acuerdo. Todo pinta raro.

Pero la pregunta esencial desborda la rareza. La cuestión es si el hecho de dialogar y el hecho concreto de este diálogo a varios niveles cabe o no dentro de la Constitución. Si la vulnera, la erosiona o la desprestigia en algo. Todavía más, si estas conversaciones laminan o no la soberanía del Estado español, si pueden considerarse vergonzosas o no. Que cada uno se lo pregunte. Y que lo haga con calma y cuidado: pues en estos asuntos difíciles vale más hablar de eficacia que de vergüenzas toreras de brocha gorda. De resultados que de esfuerzos o renuncias.

Y luego, conviene comparar. Lo relativamente más parecido a este proceso es la negociación de la paz en Irlanda del Norte, plasmada en el Acuerdo de Viernes Santo de 1998. Ahí había no solo separatistas, sino también autores de crímenes terroristas, y al menos por dos de las partes involucradas, los católicos del IRA y los unionistas protestantes. Se negoció –y a los periodistas también nos molestaba– con bastante secreto. Presidió la mesa negociadora un político extranjero, el senador norteamericano George Mitchell. Y se redactaron dos acuerdos distintos, uno interno en el Reino Unido; otro entre el Gobierno británico y el irlandés. ¿Cómo acabó? Ustedes ya lo saben: bien. Porque a grandes males, remedios difíciles.