¿Qué hemos hecho para merecer esto?

Madrid

Tengo ante mis ojos una imagen que parece sacada del túnel del tiempo y que me ha puesto las cervicales de punta. Captada hoy, en el mundo real, en un colegio concertado que se llama, qué casualidad, de Cristo Rey. En ella aparecen, en la imagen, un señor básico, dos monjas ratonas y un caballero a quien solíamos llamar Pequeño Oreja para distinguirle de su tío, Marcelino, que pese a ser más pequeñín ostentaba entre la peña el mote de Grande Oreja.

Oh, visión de primeros de diciembre. La España de cerrado y sacristía, educando, con parte de nuestros impuestos, a los cachorros que un día u otro saldrán a salvarla con un toro de Osborne por sombrero. Oh, decidme, diosas, ¿qué hemos hecho para merecer esto?

Pues algo sumamente irritante debemos de haber hecho cuando sacan de las profundidades del Templo de Debod hasta a sus más vetustas momias para reivindicar un pasado que solo recordarlo de refilón me hincha los ovarios.

Un pasado de profunda desigualdad; sin derechos, sin mujeres libres; sin opciones sexuales diversas y alegremente públicas; sin reconocimiento de la violencia de género; un pasado dotado de una perversa pasividad ante los abusos de los religiosos pederastas; un pasado de españoles de bien y dominantes, en donde las mujeres bajaban la cabeza y educaban a hijos e hijas para que perpetuaran el estatus.

En una de mis otras vidas seguí a Grande Oreja durante una campaña electoral de la que el señor Pequeño Oreja, aunque apellidado también Mayor, ejercía como jefe de comunicación. Cada día íbamos a misa. No quiero ni contaros. Algo malo para ellos, terriblemente bueno para los españoles, tenemos que haber hecho para que ahora nos tengamos que volver a sacudir la caspa que nos echan a paletadas.

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