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El secreto más trabajado del décimo de la Lotería de Navidad: muy pocos se han dado cuenta

Sácalo de la cartera y échale un vistazo

La Natividad, el cuadro que hay en los décimos de la Lotería de Navidad 2023

La Natividad, el cuadro que hay en los décimos de la Lotería de Navidad 2023

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Madrid

Los décimos de Lotería de Navidad llevan cada año un cuadro distinto. Así que quiero aprovechar que casi todos los españoles tienen un décimo con esa pintura en el bolsillo o en la cartera. Sáquenlo ahora mismo y vamos a mirarlo bien. Ya veréis cómo, cuando sabemos mirar cualquier obra de arte, podemos ver cosas muy interesantes. Y aprender incluso sobre la historia de España.

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El cuadro es del siglo XV, Renacimiento flamenco. Y representa un nacimiento típico, con la Virgen María, San José, el niño en el pesebre, la mula, el buey… El pack completo. Lo primero que llama la atención es el niño Jesús. Si te fijas, este niño y la mayoría de niños en los cuadros de esta época tienen un aspecto extraño. Más que bebés parecen adultos: algunos tienen cara casi de viejos, pectorales marcados… Muchos pueden pensar que no se les daba muy bien pintar niños pequeños. Pero la verdadera razón viene de la Edad Media.

En aquella época Jesucristo tenía que ser representado como símbolo supremo de la sabiduría y justicia divina. Y así lo hacen siempre. El problema viene cuando deben pintarlo recién nacido. Un bebé es un humano inocente e ingenuo, dos cualidades que jamás podían atribuírsele al hijo de Dios. Por eso los pintores lo representan con ligeros rasgos adultos, sugiriéndonos que, aunque sea un bebé, tiene ya ciertas características de la sabiduría de un adulto. Son señales simbólicas para que recordemos que no es un simple niño. Es Jesucristo redentor.

San José, retratado como un viejo que no pinta nada

Esto es muy habitual en las pinturas de la Natividad. Resaltan su vejez para recordarnos algo muy importante: que él no es el padre biológico de Jesús. Es muy mayor, así que no puede ser el padre. Además, está en un tercer plano: Jesús en el primero, la Virgen un poco detrás de él y San José aún más atrás. Casi siempre verás a San José apartado, dejando claro que él aquí no hizo más que acompañar a la Virgen. Porque la Virgen es eso, virgen. Por cierto, tampoco lleva halo. Es un santo, le corresponde llevarlo. Pero no se lo ponen para que no nos quede duda de su papel.

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Si vamos más allá, en este tipo de pinturas de la Natividad, San José representa simbólicamente a todas esas personas desinteresadas que ayudan sin recibir ni esperar nada a cambio. Simboliza la humildad de quien da por generosidad, el trabajo altruista en la sombra.

San José, de rosa y la Virgen, de azul

Hasta hace muy poco el rosa era ellas, el azul para ellos. Pero eso es una cosa muy reciente. Históricamente, en el arte esa simbología ha sido al revés. Azul para chicas, rosa para chicos. La razón es que en la pintura a la Virgen siempre se le ha vestido de azul: era el color más caro y eso le daba importancia a ojos del público de aquella época. Los hombres solían llevar rosa o rojo porque era el color del poder: reyes, papas y nobles solían ir de rojo para diferenciarse. Así que, para los que sigan considerando el rosa como un color para chicas, que sepan que era al revés.

Las manos lo dicen todo

En el arte medieval y todavía en este tipo de obras del principio del Renacimiento, las posiciones de las manos siguen un código estricto de significados. Como este arte es muchas veces demasiado esquemático, necesitan usar este lenguaje de gestos para dejarnos claros los sentimientos muchas veces ambiguos de cada personaje.

El más fácil de entender es el de los ángeles, con las manos juntas: adoración. La virgen junta las palmas hacia él diciéndonos: contemplad esta maravilla. Y el niño levanta la mano y nos muestra la palma abierta hacia el espectador: es el símbolo más claro de sinceridad, verdad, justicia y ausencia de maldad.

Las manos de San José nos dicen lo que siente: con una sostiene el bastón porque es mayor (como ya hemos dicho, para resaltar que biológicamente no puede ser el padre) y con la otra coge su sombrero en clara sumisión. Es lo mismo que hace el noble o soldado que vemos detrás.

Los animales también son importantes: la mula y el buey son los únicos que no miran a Jesús. El resto de humanos lo observan con adoración pero los animales, salvajes e irracionales, no son capaces de apreciar la maravilla que tienen ante ellos. Es una forma de decirnos que solo las bestias son incapaces de entender la relevancia de lo que está pasando. Y por cierto, si os fijáis en las ovejas del fondo, veréis que tienen una anatomía bastante extraña. Eso es porque pintar animales es una de las cosas más difíciles para un artista de esta época. Los animales se mueven mucho, no tienen paciencia para posar delante de ti. Y tampoco había fotografía en la que basarse.

Un patrimonio expoliado

Este cuadro es un ejemplo de lo mal que hemos cuidado en España nuestro patrimonio. Formaba parte, junto con otras pinturas y esculturas, de un retablo que estaba en el Monasterio de Santa María de Sopetrán, en Torre del Burgo (aunque pertenece a Hita) en Guadalajara.

En el siglo XIX ese monasterio quedó abandonado. Nadie se hizo cargo de él. El Estado español no se preocupó de conservarlo y pasó lo que solía pasar con la mayoría de joyas de nuestro patrimonio artístico: llegaban coleccionistas ricos de Europa o Estados Unidos y se llevaban lo más valioso.

Hoy este retablo está roto en trozos. Algunas partes, incluido la Natividad que tenemos en el décimo de lotería, están en el Museo del Prado. Pero los españoles perdimos la pieza más importante: una talla de madera policromada buenísima que representa el Descendimiento acabó en manos privadas y dejamos que saliera de España. Primero se la compró un coleccionista alemán, fue pasando de mano en mano y acabó en Estados Unidos. Hoy está expuesta en el Metropolitan de Nueva York.

Hoy en día, el patrimonio artístico español está protegido y es inexportable. Pero en aquella época España no se preocupaba de mantener su patrimonio. Al contrario, intentábamos hacer negocio con las mejores joyas artísticas. La Iglesia y los nobles se los vendían a quien pagara mejor. Y, dado que éramos pobres, los compradores casi siempre eran millonarios de otros países.

Como esta, muchas otras obras maestras españolas fueron expoliadas. El Metropolitan de Nueva York, con ayuda de Rockefeller, se llevaron en 1957 todo el ábside de la iglesia de San Marín de Fuentidueña, en Segovia.

Otro ejemplo: el claustro, la sala capitular y el refectorio del monasterio cisterciense de Sacramenia, en Segovia. Lo compararon por 40.000 dólares en 1925. Hoy está en Miami y se usa como decorado para fotos de bodas y comuniones.

El patio del palacio Vélez Blanco de Almería también está en el MET. La sillería del coro de la Seo d’Urgell (s. XIV) acabó en la mansión de Randolf Hearst, el magnate estadounidense de la prensa. También se llevó un artesonado de Teruel del siglo XIV para decorar el techo de su habitación y decenas de obras más.

¿Quién es el autor?

Es anónimo. Lo llamamos Maestro de Sopetrán porque la obra estaba en el monasterio de Santa María de Sopetrán. Lo único que sabemos de él es que probablemente era flamenco, de Bruselas. Es habitual que no conozcamos a los autores de obras de esta época o anteriores. Porque entonces los pintores no eran considerados artistas intelectuales. Eran básicamente artesanos, como un carpintero hoy en día. No importaba su nombre.

Y eso es muy bonito. Es un homenaje a todas esas personas que con su trabajo modesto, honesto y anónimo crearon cosas maravillosas sin aspirar a la fama, sabiendo que nadie los reconocería. Gente honesta y humilde que contribuye a la belleza haciendo cosas maravillosas sin esperar más reconocimiento que el del trabajo bien hecho. Este pintor jamás habría imaginado que un día, más de 500 años después, millones de españoles tendrían un trabajo suyo en la cartera.

Pablo Ortiz de Zárate

Pablo Ortiz de Zárate

Educador de arte, colaborador de 'Hoy por Hoy' con la sección 'El Artesano'. Está especializado en el...

 
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