Transmitir gusto por la lectura

Leo en las memorias de Canetti la intensa relación del escritor con su madre y cómo ese vínculo se forjó en base a las lecturas compartidas, a la pasión por la buena literatura. Durante años madre e hijo mantuvieron ricas y profundas conversaciones sobre lo que leían que son la envidia de cualquiera aspire a dedicarse a este extraño oficio.

Una formación humanística de este tipo es una herencia de incalculable valor que lo dota a uno de los recursos necesarios para desplegar más tarde las alas del propio pensamiento. Hoy se alfabetiza a todos los niños pero a leer se enseña más bien poco. Y es que es difícil enseñar algo que no se practica, que requiere atención plena, reflexión sosegada, un tiempo más bien lento en comparación con la velocidad de las imágenes que dominan la cultura. Que el lenguaje no sea unívoco, que las historias no sean planas, que la voz exprese complejidad y contradicciones, que haya momentos de aparente aburrimiento, esas mesetas de calma entre dos acciones distintas que entrenan la capacidad de espera.

Soportar la tensión de la intriga sostenida a lo largo de centenares de páginas o seguir escuchando la voz que parece no decir nada. Aprender a leer se parece mucho a aprender a nadar: las primeras brazadas torpes y descoordinadas pueden ser agotadoras pero cuando sabemos acompasar la respiración con los movimientos y conseguimos zambullirnos en el texto habremos llegado a una de las experiencias más extraordinarias para las que estamos capacitados los seres humanos.

¿Cómo se enseña a leer a los pequeños? Creo que para empezar leyendo nosotros porque lo que nos vean hacer les va a marcar mucho más que todas las charlas que podamos darles sobre la conveniencia de hacerse lectores. ¡Y que nos vean leer con placer y pasión!