La historia oculta tras las fachadas: cuando tener ventanas era cosa de ricos
Marta Fernández cuenta en 'La Ventana' un momento histórico en el que asomarse a la calle era algo que solo se lo podían permitir unos pocos
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Dijo Le Corbusier que la historia de la arquitectura es la historia de las ventanas, pero estas también pueden explicar nuestra crónica en general. Y es que, el tamaño y el número de las ventanas tiene que ver con las guerras que se han librado en nuestro continente. Si miramos hacia arriba en las calles, podremos ver que las ventanas de los edificios históricos en las grandes capitales reflejan el pasado de la sociedad.
En el S. XVII, en Inglaterra, el rey Guillermo III tuvo por 'hobbie' la guerrilla, y por esto mismo sumió al país es una pobreza atroz. Una pobreza que se solucionó mediante los tributos, y uno de ellos fue de los más extravagantes, injustos y odiados de la historia: el impuesto a las ventanas. Mandó a un ejército de funcionarios edificio por edificio para contar las ventanas de las casas y cobraban a los propietarios según su número. Como es lógico, los ciudadanos no estaban por la labor de pagar y empezaron a tapiar las ventanas para evitar la tasa.
Pero esto no solo ocurrió en el país británico. En nuestro país en el siglo XVII, bajo el reinado de Felipe II, se decidió cambiar la ubicación de la corte a Madrid; sin embargo, no había sitio para todo el personal del rey. Así que se les ocurrió la 'Regalía de Aposento': si tu casa tenía disponible por tamaño y distribución un ambiente, debías cederlo para un funcionario de la Corona. Y como los madrileños no estaban por la labor de alojar a un señor desconocido, se inventaron varios trucos.
El primero fue tapiar las ventanas que ya tenían. Pero también se inventaron lo que ahora se conoce como "casas a la malicia". La malicia era que desde la calle las casas parecían más pequeñas, porque en lugar de ventanas tenían ventanucos desordenados y grandes tejados que ocultaban pisos enteros abuhardillados. El funcionario veía esos caserones con huecos minúsculos en la fachada y lo desestimaba como hospedaje.
En Madrid este problema no duró mucho, pero en el Reino Unido, el impuesto se mantuvo durante 150 años. Lo peor vino después de la guerra de independencia de las colonias americanas y con las guerras napoleónicas, ya que el impuesto se fue complicando y en 1797 aprobaron su versión más agresiva. Tan agresiva que, al día siguiente, cientos de vecinos tapiaron masivamente sus ventanas. Paseando por Londres es posible darse cuenta de la cantidad de casas que tienen seis ventanas, ya que a partir de siete se pagaba mucho más.
Para acabar con este impuesto, tuvo que venir una pandemia. Porque durante el siglo XIX todas esas casas con las ventanas tapiadas estaban provocando un problema de salud pública. La gente vivía hacinada, sin ventilación y Londres sufría varias epidemias de cólera, tifus y otras 'miasmas', como se llamaban entonces. Era tan escandaloso que el problema de las ventanas se recogía en baladas, panfletos y hasta lo menciona Adam Smith en 'La riqueza de las naciones'. La gente lo llamaba el "impuesto sobre la luz y el aire". Las ventanas eran una de las mayores polémicas de la época hasta que la gente se cansó, se manifestó y el impuesto se terminó derogando en 1851.
Esta tendencia surgió en más países de Europa, y siempre para financiar las guerras. Francia se lo copió a su archienemigo para pagar la campaña de Napoleón en Egipto, y no desapareció hasta 1925. Y en los Países Bajos el impuesto se aplicaba antes que en Inglaterra. De hecho, se puede observar que las casas en Holanda siempre tienen unos grandes ventanales abiertos, sin cortinas ni persianas. Pero es que además tenían un impuesto para el ancho de los edificios y para el número de ventanas. Así que colocaban pocas, pero bien grandes para compensar.
Y es muy curioso que, si se cruza de los Países Bajos a Alemania, se puede observar que las ventanas son más pequeñas. Porque la hacienda alemana no calculaba el impuesto por el número de ventanas sino por el tamaño del cristal. En cualquier caso, para Hacienda, el tamaño sí importa.