Paul Giamatti: "No debería haber distinciones de clase en Estados Unidos, pero en esos colegios las hay"
El actor se convierte en un gruñón y tierno profesor de Latín en 'Los que se quedan', la inteligente y perfecta comedia navideña de Alexander Payne por la que está nominado al Globo de Oro
Madrid
Cualquiera que haya tenido cerca a un profesor de Latín se dará cuenta en el primer fotograma de Los que se quedan que Alexander Payne capta a la perfección la esencia de ese espécimen tierno, inteligente y algo cascarrabias algunas veces. Son tímidos, siempre sueltan algún latinajo o alguna explicación léxica o histórica que nadie les ha pedido. No son señoros dando lecciones, sino que no soportan ver cómo su cultura clásica no interesa ya en un mundo donde lo moderno es decir términos en inglés tengan o no sentido, donde la gente habla del cancerbero, pero ni siquiera sabe de dónde viene la palabra. Entre el homenaje y la crítica social, el director mira lo que ocurre en los colegios de élite americanos y lo hace a través de la historia de amistad entre un viejo profesor de Latín con malas pulgas y un joven rico y malcriado que no atiende a las estrictas reglas de disciplina. Para el papel del profesor, Payne recurre a Paul Giamatti, actor que que nos hizo reír y llorar en Entre copas y que ahora borda este papel. “Nunca un papel que fuera tan cercano a mi propia experiencia”, nos dice el actor en una entrevista en la Cadena SER.
Nominado al Globo de Oro como mejor actor de comedia, Giamatti es hijo de profesores universitarios y él mismo fue a un colegio similar. Dice que en su infancia y adolescencia había muchos profesores como este. “Cuando vi la película, me di cuenta de que estaba viendo en esa interpretación a muchas personas que había conocido, pero en el rodaje ni siquiera fui consciente. Supongo que fue por tantos años en los que me he relacionado con esos tipos. Fue divertido e interesante poder dibujar un personaje tan fácilmente. Normalmente tengo que trabajar más un papel y aquí sentí que no tenía que trabajar tan duro”, nos explicaba. La premisa de Los que se quedan surge de una antigua película francesa, Merlusse, de Marcel Pagnol (1936), que Payne vio y quiso continuar. La historia de un profesor cascarrabias, lleno de tics, y obsesionado con la disciplina. Eso se unió a un piloto de una serie cuyo guion leyó, de David Hemingson, a quien convenció par configurar esta historia que se desarrolla durante una Navidad, el momento más familiar del año por excelencia. Es aquí donde el director cambia la familia tradicional por una nueva, que se configura a base de unirse los marginados del sistema.
Este profesor es castigado a quedarse en las vacaciones cuidando de aquellos alumnos cuyos padres no quieran acogerlos en Navidad. Finalmente solo queda uno de ellos, Agnus Tully, un niño rico y repelente, a quien le cuesta someterse a las normas y que aborrece al profesor. Junto a ellos se queda Mary, la cocinera del instituto. Tres individuos que no tienen nada que ver, que provienen de estratos sociales diferentes, pero a los que les une una herida íntima que les impide relacionarse y ser felices. Cada uno de ellos es, a su manera, un arquetipo de la familia tradicional, pero apostando por nuevas formas y modelos.
Con ternura, inteligencia y un inteligente humor, Alexander Payne nos ha contado historias íntimas, pero también ha incluido en sus películas el tema de la clase. Presente, por ejemplo, en Los descendientes, donde George Clooney además de buscar al amante de su mujer lidia con la herencia de unas tierras que quieren vender a unos especuladores. El clasismo surgía en esas elecciones escolares en un instituto que marcan el argumento de Election, una de las mejores películas sobre las campañas electorales. También está en la superioridad, precisamente del personaje de Giamatti en Entre copas, que mira por encima del hombro a las camareras que se unen al viaje de los dos amigos. El clasismo es el tema central de esta historia de amistad que nos cuenta ahora en Los que se quedan, película que opta también al Globo de Oro en mejor comedia.
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“Se supone que no debe haber distinciones de clases en Estados Unidos, pero en esos lugares, definitivamente las hay. Creo que se han esforzado por cambiar, por intentar ser más inclusivo. Pero realmente no sé si lo han logrado o no”, habla el actor de ese tipo de colegios privados, internados donde las familias ricas meten a sus hijos, que son enderezados con disciplina, pero donde algo que no aprenden es cuestiones como la igualdad o el respeto por quienes no han tenido las mismas oportunidades. Eso es lo que intenta enseñar Giamatti al personaje del joven actor Dominic Sessa, todo un descubrimiento surgido de un inmenso casting donde a Payne le interesaba encontrar actores jóvenes que no estuvieran llenos de los tics del nuevo Hollywood.
“Esos colegios funcionan así. Probablemente hayan cambiado un poco, ya no sé si son tan elitistas como antes pero claro que todavía son de élite. Cuando fui a uno de esos colegios, todos esos tipos funcionaban así y hacían que fueran lugares difíciles, pues imitan a los colegios británicas, con todo ese tipo de ideas sobre la disciplina”, recuerda sobre sus años de estudiante en los que dio también clase de Latín. Algo que le ha servido para sus citas de Marco Aurelio a lo largo de un guion exquisito y culto que pronuncia con soltura y solvencia. “Dí clases de latín en el colegio, La verdad es que no me acordaba de nada, pero sí lo suficiente como para poder decir las frases, aunque Alexander y yo tuvimos toda una discusión sobre las uves. Si algo empieza como una v, había que ver si lo decíamos como una w o como una v, como se pronuncia realmente. Estuvimos todo un día debatiendo eso. No me acuerdo al final de cómo lo hice en la película”, cuenta divertido Giamatti que también tuvo que también tenía alguna frase de diálogo en griego antiguo. “Me hizo decir algo en griego antiguo, y eso en realidad me intimidó bastante y me desconcertó porque no recuerdo haber aprendido nada de griego antiguo antes”.
Dice Payne que la escuela en década de los cincuenta ya estaba representada en El club de los poetas muertos, película de Peter Weir y que en la actualidad no podía ambientarse, pues los colegios no mixtos ya no existen en Estados Unidos. Finalmente decidieron ambientar la historia en los setenta, una época muy interesante en términos políticos y cinematográficos. En lo que respecta al cine de esa época, la película permite hablar de un cine de entonces que dialoga con el cine que ahora mismo se está realizando, con homenaje a películas como Bienvenido mister Chance o El último deber. También Pequeño gran hombre de Arthur Penn (1970), película que ambos protagonistas ven en el cine en esa escapada secreta, entre nous, habría que decir, que realizan del internado a Chicago y donde el joven intenta escabullirse para buscar a su padre. La película parece, de hecho, rodada en aquellos años, época triste y alegre a la vez, como el tono que el director influye a todas sus historias, llenas de humanismo, ternura y también algo de lágrimas. Para ese efecto, el realizador eligió el digital, con filtro de los setenta para que el grano pareciera de aquellos años en un formato casi cuadrado (1,66:1).
En términos políticos, toda la tragedia y el horror que emana de esta comedia humanista tiene que ver con el dolor de la guerra de Vietnam, que destruyó a muchas familias de estadounidenses, sobre todo de clase obrera. En el filme están representadas por esa madre negra, que ha perdido a su hijo, no tuvo otra opción que ir a luchar en una guerra patriota de un país que no defendía a la mitad de su población. Mientras los niños ricos podían escaquearse, los afroamericanos y los hijos de la clase obrera eran carne de cañón, como ocurre con el hijo de la cocinera del colegio, personaje que interpreta la actriz afroamericana Da'Vine Joy Randolph. “Me nutrí de muchas personas de mi vida personal. Quería asegurarme de que fuera una mujer con la que fuera posible identificarse. Desafortunadamente, todos tenemos experiencias así y nos hemos acostumbrado a llorar”, cuenta sobre una interpretación que habla del duelo.
“Decidí, desde el principio hasta el final de la película, que quería pasar por todas las diferentes etapas del duelo, porque quería que fuera algo con lo que cualquiera pudiera identificarse. Y para las personas que sufren un duelo, quería asegurarme de cubrir cualquier etapa en la que se encontraran para que se sintieran vistas y escuchada”, explica la actriz, una de las revelaciones del año. De hecho, ella y Giamatti están nominados en todos los premios. Aunque la actriz ha participado en varias películas y series como secundaria, este es el primer gran papel para Da'Vine Joy, a quien este año también hemos visto en las series The idol y Solo asesinatos en el edificio y en la película de Netflix Rustin. Además, es una conocida actriz en Broadway, donde fue nominada al Tony por su papel en el musical Ghost. “No creo que se esté nunca preparada para eso, pero estoy muy agradecida. Estoy tratando de vivir el presente, para poder recordar este momento. Y solo quiero vivir un momento alegre y libre de estrés y tener gente buena a mi alrededor. Sí, no haría este trabajo. Pero vaya, no creo que alguna vez te acostumbres”, dice sobre los premios.
En el caso de Giamatti, a pesar de su larga carrera en papeles como el de American Splendor o el más reciente en la serie Billions, y en la segunda temporada de 30 monedas, la serie de Álex de la Iglesia, no tiene Oscar, ni siquiera estuvo nominado con Entre copas, convirtiéndose en el gran olvidado de aquella temporada de premios, cuando la película de Payne se convirtió en todo un fenómeno. En este papel, además de esforzarse con el latín y virar el humor, el cabreo y la ternura, ha tenido que incluir varios tics físicos. “Muchas de esas cosas físicas no tuve que hacerlas. Por ejemplo, lo del olor a pescado… todos lo que me rodeaban tenían que jugar con eso. Huelo a pescado, no puedo hacer nada par oler a pesado. Lo que sí fue interesante y un desafío muy divertido, de hecho, fue la forma en que teníamos que simular eso. Todo lo físico del personaje me ayudó a interpretarlo. Fue interesante, porque esa parte lo convierte todavía en alguien más outsider. Y eso contribuyó a hacerlo sentir más inadaptado en algunos aspectos”.
La música de Cat Steven, Damian Jurado y el compositor de cabecera de Payne, Mark Orton, nos acompaña en una de las mejores películas navideñas que se han escrito y filmado, con un personaje que ejemplifica cómo hay que mirar al pasado, con la nostalgia justa y con la vista siempre puesta en aquello que el tiempo pretérito puede ayudarnos a enfrentar el presente y el futuro. Para eso sirve el Latín, el griego, apostillaría el personaje de este gruñón y tierno profesor. Payne demuestra que es un cineasta único, admirador de Berlanga, de Wyler y de Ozu, que ha sabido cumplir una de las máximas de Marco Aurelio, que nos enseña que el objeto de la vida no es estar en el lado de la mayoría, sino escapar de formar parte de los insensatos.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...