Marco Bellocchio: "Las iglesias están cada vez más vacías. Solo están llenas de turistas"
El veterano director italiano estrena el thriller histórico 'El rapto', sobre cómo el Vaticano secuestró a un niño judío en pleno risorgimento italiano
Madrid
La temporada nos está dando vibrantes y potentes películas de directores muy veteranos. Ken Loach, Víctor Erice, Ridly Scott, Woody Allen, Martin Scorsese y Marco Bellocchio. El italiano irrumpe con El rapto un poderoso thriller de época donde habla del fanatismo religioso y del poder de la Iglesia en la historia de su país. "La película fue concebida como la historia de este pequeño judío que es secuestrado por el Papa porque está bautizado. A partir de ahí fue un trabajo con el equipo, con los actores, un trabajo colectivo y ahí todos hemos incluido algo en la película que tiene que ver con el presente. Vivimos en 2023, no vivimos en el pasado. Espero que esta mezcla genere interés por el presente, pero no solo por las conexiones políticas. Está el caso de los niños ucranianos secuestrados en Rusia, pero esto es diferente, se hizo en nombre de una fe, de un principio de fe que el Papa no quiso derogar", cuenta el director en una entrevista en la Cadena SER.
Marco Bellocchio ha tenido una relación de amor odio con la Iglesia católica. Educado, hace ochenta años, en el seno de una familia católica, su compromiso con la izquierda, el partido comunista y en contra del sistema poderos, le hizo en su cine cuestionar muchos de los dogmas de fe del Vaticano y del Estado italiano. El rapto cuenta un caso real terrible, que demuestra cómo se formó Italia como país, sobre la violencia y el fanatismo religioso contra los otros, los diferentes.
La película adapta la historia real de Edgardo Mortara, un niño judío de Bolonia de seis años que fue secuestrado por la Iglesia Católica en 1858 después de que esta determinara que necesitaba una educación católica porque había sido bautizado en secreto cuando era un bebé. Situaciones que siguen ocurriendo en países europeos, donde abuelas católicas bautizan en secreto a sus nietos. Sin embargo, entonces la cosa era grave. El niño era sacado de las familias judías y criado en esas casas ecuménicas bajo una estricta educación católica.
"Estos secuestros eran muy frecuentes, las familias se rebeleban, no lo aceptaban, pero el poder de la Iglesia era tan fuerte e indiscutible que los secuestrados eran llevados a esta casa de catecúmenos para ser educados y convertirse en cristianos, con todo el aparato. Eso se ha mantenido, esa forma de educar, yo mismo tuve una educación católica similar, aprender las oraciones, la misa, todo un ritual que te convierte en un católico practicante". Lo que hizo diferente el caso de Mortara fue que adquirió dimensiones políticas después de que sus padres, apoyados por la opinión pública y la comunidad judía internacional con más poder que la italiana, desafiaran a la Iglesia en un momento en que su poder empezaba a menguar durante el periodo previo a la unificación de Italia.
"Lo que hizo que esto fuera noticia, que este caso fuera diferente, es que nos encontramos en el final del reinado de este papa, cuando su poder estaba en duda. Por eso este secuestro estalla como un escándalo en todo el mundo, también porque las comunidades israelíes, muy fuertes en Estados Unidos, en Francia, Inglaterra, Alemania, Rusia. Todos protestaron. Hasta el emperador Napoleón III, que era un protector del Vaticano, sugirió que el Papa devolviera al niño y el Papa dijo: «No puedo, no podemos». Así que es precisamente una idea religiosa de intolerancia la que está ahí. La de no podemos devolver, no podemos perderlo a cualquier precio porque este niño es cristiano".
La historia es estremecedora, tanto, que directores como Julianne Schnabel o el mismísimo Steven Spielberg estaban detrás de ella para adaptarla. Finalmente, ha sido el realizador italiano, pues no se trata solo de contar un hecho escandalosos que muestra la intolerancia religiosa hacía los judíos; sino también la política y las estructuras internas de un país. Es lo que se conoce como Il Risorgimento, y que hemos conocido en el cine gracias a El gatopardo de Visconti. La burguesía pujaba con fuerza para reunificar el país, separado en ciudades estado, principados, reinos y los Estados pontificios. Aquella revolución burguesa acabó con el poder de la vieja aristocracia y también rebajo fuerza al Papa, que se apoyó en Napoleón III para evitarlo. Por eso, el caso de este niño fue significativo. Es el 1857, en Bolonia, que forma parte de los Estados Pontificios y está gobernada por un papa rey, Pio IX, el papa más longevo de la Historia, una parte de cuyo mandato estuvo marcada por la revolución que estallaría cuando el rey Víctor Manuel propuso el camino hacia la unificación italiana. Rapito transcurre entre el periodo de poder absoluto del papa y su decadencia y muerte en 1878, cuando se había realizado la unificación del país. Es curioso, porque este contexto en el que un país se inventa a sí mismo, Bellocchio cuenta cómo se crea la identidad.
Un caso que lo cambió todo o que no cambió nada, porque ese Papa sería años más tarde beatificado por la Iglesia católica, a pesar de robar niños por cuestión de intolerancia religiosa. Fue Juan Pablo II quién quiso beatificarlo. "Un papa sumamente conservador", apuntaba Bellocchio. La Iglesia nunca pidió perdón. "Pidió perdón en general a los judíos por todo el daño causado, pero no por ese caso en particular", explica el director italiano que confía en que este nuevo Papa no siga adelante con ese proceso. "Ahora se necesita acreditar milagros para la beatificación... así que no sé si se conseguirá".
El caso de los bautismos sin consentimiento no se ha acabado ni mucho menos. "Ahora en el derecho canónico, para poder bautizar a un niño en peligro de muerte en peligro de muerte se sigue pudiendo hacer, incluso si los familiares no están de acuerdo. Puede que parezca gracioso, pero son cosas series, porque esa posibilidad sigue ahí. Está claro que estamos en un mundo en el que el poder de la religión católica está disminuyendo y encima hay un Papa, ese Francisco, que es mucho más abierto, mucho más".
Toda esta truculenta historia la cuenta con el thriller, un género que se le da bien al director y con un imágenes que recuerdan a bellos cuadros italianos. "La pintura de género italiana de esa época era más bien una pintura realista. Fue muy útil precisamente para recrear algo que simplemente no existía y que era necesario hacer. Consulté también colores de esa época y cómo era la iluminación, porque hay numerosas escenas nocturnas. Y luego las casas, los interiores, estaban muy oscuros en esa época. Esa pintura nos ayudó también para la escenografía y el vestuario y luego nos centramos en las emociones de los actores".
Las obras de Bellocchio han sido siempre comprometidas con el presente de su país, denunciando los símbolos del conformismo italiano. En Las manos en los bolsillos, por ejemplo, defendía la necesidad de una rebeldía juvenil. Cuestionaba la religión en la película En el nombre del padre y con el ejército hacía lo mismo en La marcha triunfal. El diablo en el cuerpo causó escándalo ya en Cannes y con La sonrisa de mi madre volvió a inquietar al Vaticano. En Buenos días, noche, habló del secuestro de Aldo Moro, un tema que ha vuelto a tratar en Exterior noche, una serie de televisión conde contaba las consecuencias de aquello en la política actual. Se ha atrevido hasta con la mafia y sus conexiones con la política italiana, como hizo en El traidor.
"Las iglesias están cada vez más vacías. Solo están llenas de turistas. Y también han bajado matrimonios religiosos. Y fijaos lo que pasó con el niño que interpretó al pequeño Edgardo. Cuando empezamos a buscar a niños, encontramos a este actor y lo curioso es que nunca había entrado en una iglesia. este es el signo de los tiempos. Es algo que no me hubiera imaginado que me encontraría", dice sobre cómo ha evolucionado la Iglesia y su poder. Y es que lo que hace Bellocchio es cuestiona el poder del dogma para acabar planteando un debate sobre la identidad. Es curioso que este niño se convirtiera después en un sacerdote que renunció a su origen judío, a su verdadera familia y que recaló, años después, en una Iglesia del País Vasco. Un retrato de cómo la víctima asume la moral de sus opresores, también en el marco de opresión religiosa.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...