Oro, incienso y mirra, pero nada de comer: la gastronomía en el pesebre de Navidad
Me llamaba la atención la cantidad de comida que aparecía representada en el Nacimiento
Paloma Díaz-Mas | Un pesebre muy gastronómico
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Madrid
Cuando yo era niña, mis padres me enseñaron a poner en casa todas las Navidades un Nacimiento, al que cada año iba añadiéndose alguna figura más. Más de medio siglo después, aún conservo algunas figuritas supervivientes y me gusta colocarlas por Navidad en un lugar destacado del mueble del salón. También me llevaban mis padres a visitar los Nacimientos que se exponían en distintos lugares.
Como todos los niños, yo me fijaba mucho en los detalles, y una de las cosas que me llamaba la atención era la cantidad de comida que aparecía representada allí.
Los adoradores se acercaban al portal de Belén llevando sus presentes: un niño portaba una orza de miel y su madre llevaba una cántara de leche, un hombre ofrecía humildemente una banasta con hogazas de pan, otro venía por el camino con una cesta de la cual sobresalían ristras de chorizos, como regalo para el recién nacido.
Gachas, pan y queso
El ángel anunciador de la buena nueva había sorprendido a los pastores justo cuando estos se disponían a cenar una perola de gachas, que estaba en una trébede sobre la hoguera; otro pastor ordeñaba una cabra y junto a él se veía una fila de quesos puestos a secar sobre una barda de piedra.
En la ciudad de Belén el molinero acarreaba sacos de harina. Un panadero introducía con una pala de madera panes recién amasados en la bóveda del horno de leña. Otro hombre, con las piernas sumergidas en la tina de un lagar, pisaba uvas de color granate.
Había también un mercadillo en plena noche de diciembre. En uno de los puestos se mostraban pedazos de carne, costillares y jamones. En otro vendían, con alegre anacronismo, suculentos tomates, naranjas y 2 sandías. Una mujer ofrecía huevos primorosamente colocados en una cesta. Había puestos de rosquillas y hasta una churrería.
Eran escenas de las fiestas de los pueblos de España trasladadas a la Judea del siglo I. Y a mí, niña de ciudad, me fascinaban aquellas tareas artesanales de elaboración y venta de comida, inhabituales en mi entorno urbano.
Al lado de eso, los presentes de los Reyes Magos resultaban bastante decepcionantes: oro, incienso y mirra, pero nada de comer.