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Los 80 de Garci

El ganador del Oscar por Volver a empezar cumple 80 años de una vida dedicada por entero al cine.

Hablar de la vida de José Luis Garci es hablar de cine porque para él vida y cine son prácticamente lo mismo. “El cine se mezcla con tu vida y tu vida con el cine. Y llega una edad en la que esa línea tan borrosa te importa muy poco porque ¿qué más te da saber si estás viviendo en estado de película una situación real o estás atravesando una situación irreal, pero crees que es una película? Viene a ser igual”, dice.

Garci nació en Madrid el 20 de enero de 1944, en plena postguerra. Eran años difíciles pero muy pronto descubrió que había otra realidad; otra vida y otros mundos que se abrían ante él con solo entrar en una sala de cine. Garci se alimentó con cientos y cientos de películas en las sesiones dobles de aquellos años. En el cine se estaba más caliente que en casa y la vida que se veía en esas películas era más bonita que la que había a pie de calle. Después de estudiar bachillerato comenzó a trabajar en un banco. Quiso estudiar derecho, pero a las siete de la tarde cuando salía de la oficina bancaria, en lugar de hincar los codos, prefería escaparse al cine y ver por ejemplo a Kim Novak. De espectador Garci pasó a ser crítico de cine. “Yo copiaba a Truffaut y a Godard. Hablaba de la importancia del montaje en paralelo de Eisenstein y yo no tenía ni idea. Y hablaba de la importancia cromática en la segunda parte de Iván el Terrible y soy daltónico”, explica divertido.

Escena de La cabina, dirigida por Antonio Mercero con guión de José Luis Garci, protagonizada por José Luis López Vázquez.

Escena de La cabina, dirigida por Antonio Mercero con guión de José Luis Garci, protagonizada por José Luis López Vázquez.

Y de crítico se convirtió en guionista. Su aventura como guionista, tanto en el cine como en la televisión, no le fue nada mal. Para la tele escribió los guiones de La cabina o La Gioconda está triste y en el cine se convirtió en uno de los guionistas de la llamada “tercera vía”, es decir, películas como Vida conyugal sana o Los nuevos españoles que intentaban mostrar las inquietudes de una nueva generación de españoles. Garci no fue nunca a la escuela oficial de cine, pero llegó un momento en el que se sintió con fuerzas para dar el salto y convertirse en director. “Cuando llegó la hora de dirigir yo intuí que debía de estar preparado porque había visto 5.000 películas y sabía cómo se cambiaba de plano o cómo rodaría un plano John Ford. Fue muy sencillo”, asegura.

Su primera película se iba a convertir en todo un fenómeno sociológico. Asignatura pendiente se estrenó en plena Transición política y conectó con gran parte del público que se identificó de inmediato con los deseos, frustraciones y amores de José Sacristán y Fiorella Faltoyano. “Era una película muy generacional y que fue aplaudida cada día en cada sesión”, recuerda. En los años siguientes Garci seguiría haciendo el mismo tipo de películas, convirtiéndose en una especie de cronista de aquellos tiempos: Solos en la madrugada o Las verdes praderas. “Eran películas casi documentales. Una crónica instantánea de los acontecimientos que estaban pasando casi al mismo tiempo que rodábamos las películas, como la locura por la segunda vivienda en la Sierra o la legalización del Partido Comunista”, dice.

Pero además de películas que eran la crónica de la Transición Garci se atrevió también a hacer cine de género. El resultado fue El crack. “Me decían: pero ¿cómo vas a hacer una película con Alfredo Landade detective? Se va a reír todo el mundo en cuanto le vean. Alfredo Landa no es Bogart. Alfredo Landa no es Mitchum”. Pero nadie se río y El crack se convirtió en una de las mejores películas de la carrera de Alfredo Landa y también de la de Garci. Incluso rodarían una segunda parte un par de años después.

Entre una y otra, en 1982, el director hizo una de las películas que más alegrías le daría. Una película con la que Garci conseguiría cumplir uno de sus mayores sueños como cineasta: ganar el premio más mítico del mundo del cine. El de Volver a empezar fue el primer Oscar que conseguía una película española. Un premio que el director no cambia por nada del mundo. “Los Oscar no son comparables a nada. Un premio de Cannes se puede ganar mucho más fácilmente. Es un jurado de nueve personas. Pero en los Oscar hay unos señores que votan lo que quieren”.

En los años 80 lograría dos candidaturas más a los Oscar por las películas Sesión continua y Asignatura aprobada. Y es que para Garci el cine con mayúsculas, su preferido, es el cine norteamericano clásico, el que se rodó en Hollywood desde los años 30 a los 60. “A mí lo que me hubiera gustado era haber sido un director contratado por la Metro, la Paramount, la Columbia o la Fox y haber terminado un sábado un western y empezado un lunes un musical o haberme enfrentado con una de cine negro o un melodrama. Me hubiera gustado ser un director de cine y nunca un autor”.

Pero a pesar de sus triunfos José Luis Garci siempre ha sido un director discutido. Discutido por la crítica que solo en algunas ocasiones ha valorado unánimemente sus películas. Garci tiene un buen número de incondicionales, tanto entre el público como en la profesión, pero también ha tenido sus roces con la Academia española de cine, de la que se dio de baja por unas acusaciones infundadas que recibió sobre una supuesta compra de votos antes de la ceremonia de los Goya, en la que su película El abuelo competía con la Niña de tus ojos de Fernando Trueba. No ganó el premio, pero con El abuelo obtendría su cuarta nominación al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Y es que el cine de Garci de los años 90 y principios de este siglo giraba sobre todo en torno al amor. “Historia de un beso es una película de amor. En You’re the One se hacía más incidencia al desamor y El abuelo es un film en donde el amor triunfa sobre el honor y Canción de cuna habla de la bondad. Pero todas se reafirman en el amor”, explica.

En el siglo XXI el director ha rodado películas de temáticas muy variadas pero que tienen todas ellas un claro regusto literario y de nostalgia por el pasado. Llevó al cine a Miguel Mihura en Ninette; retrató el Madrid de la posguerra en Tiovivo circa 1950; el caciquismo rural de comienzos del siglo XX en Luz de domingo o nos ofreció una versión del 2 de mayo de Benito Pérez Galdós en Sangre de Mayo. Incluso se atrevió a recuperar a su viejo personaje del detective Germán Areta en la precuela El crack cero. O se trajo a Madrid nada menos que a Sherlock Holmes para investigar una serie de extraños crímenes en Holmes & Watson. Madrid days.

Lo que no ha cambiado nunca es su pasión por el cine. Un amor que sigue demostrando en sus programas de radio y televisión o cuando habla de cualquier película. Porque cómo él dice, a estas alturas de la proyección, a sus 80 años, lo único que le extraña de la vida es no escuchar una banda sonora de fondo. “Yo sé que he perdido mucho tiempo en una sala de cine y que he dejado de vivir la verdadera vida. Pero a lo mejor es que la verdadera vida no me ha interesado tanto y he visto la verdadera vida contada por unos maestros mucho más importantes que la gente con la que he podido compartir la verdadera vida. ¿Qué he dejado de tener otro tipo de relaciones? También es dudoso, porque hay películas a las que quiero mucho más que a familiares míos, más que a tíos que tenía en Asturias o a sobrinos, porque me han aportado muchas más cosas en mi vida”, afirma rotundamente.

 
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