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Lola Quivoron, directora de 'Rodeo': "Hay una dimensión política en la comunidad del motocross callejero"

La directora francesa firma una obra furiosa y reivindicativa que retrata a una generación de los suburbios parisinos y su manera de dinamitar conceptos como la familia y el binarismo

Lola Quivoron en el Festival de Cannes (Photo by Stephane Cardinale - Corbis/Corbis via Getty Images) / Stephane Cardinale - Corbis

Madrid

Hay un cine francés que se empeña en salirse de los relatos burgueses, de mostrar otra Francia, otro París y otras realidades. Si con Titane se coronó la joven promesa Julia Ducournau, con Rodeo descubrimos a una realizadora, Lola Quivoron, que quiere abrir nuevas miradas. Dice la directora que para su primera película se ha ambientado en el ambiente que conoce desde niña, en los suburbios parisinos, donde los jóvenes hacían motrocross en medio de los bloques y colmenas de pisos, donde vive hacinada la clase obrera francesa.

La actriz Julie Ledru interpreta a la protagonista, una joven independiente y perdida que encuentra la manera de evadirse de la precariedad y lo cotidiano encima de una moto de alto voltaje participando en los llamados 'rodeos' urbanos, carreras donde jóvenes realizan figuras acrobáticas con sus motos en medio de carreteras, calles y lugares abandonados. De ahí el título del filme que compitió en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes hace dos años.

Lola Quivoron, que ya se había acercado a este universo en sus cortos, firma desde el extrarradio una obra furiosa y reivindicativa y coloca en el centro de la historia a esa chica marginal que entra en ese mundo masculinizado. Trapicheos, robos de motos y carreras para retratar a una juventud en ebullición que sobrevive en los suburbios. Algunos la han comparado con el cine de Ducournau por también difuminar el género en este escenario pero, salvo ciertos elementos soñados y fantásticos, hay un acercamiento más realista y visceral a una generación cuya forma de gritar es subidos a una moto.

No es su primer retrato de este universo, del motocross urbano, pero, ¿de dónde nace el interés para hacer una película?

El 'rodeo' ha crecido mucho en las calles en los últimos años. Yo he frecuentado escenarios de motocross sobre asfalto durante siete años y ha habido distintos proyectos artísticos con los motociclistas, distintos vínculos de amistad que han forjado una base muy sólida a la que tenía ganas de volver cada fin de semana. Para mí, esta práctica posee una forma espectacular y una suerte de poesía que es increíble. Los códigos también: el lenguaje, la vitalidad, ese impulso entre la vida y la muerte, la cercanía a un accidente, ese subidón de tener a la muerte enfrente... Evoca ideas muy potentes: ruidos, transpiración, cuerpos sobre el sol, olores... En fin, todo eso es muy concreto y creo que forma parte de la dimensión espectacular y poética de esta práctica. Y luego, claro, está la dimensión política en la que me ha interesado cómo se forman familias alternativas, uniones a través de una misma pasión, que es la pasión por el motocross sobre asfalto, la 'bike life', que es una vida dedicada a la bicicleta. Y eso resulta bastante bonito de ver, observar cómo esos jóvenes se mezclan, comparten barbacoas, buscan juntos gasolina en la carretera y la solidaridad que hay entre ellos a pesar de las diferencias. Incluso a veces hay barrios que se juntan en estas carreteras y reconectan a través de esta pasión.

En la película está presente esa idea de solidaridad, una defensa de la comunidad justo cuando a los jóvenes de extrarradio más se les criminaliza desde la política y más se les recrimina su individualismo en la época del selfie

El concepto de comunidad o de familia implica entrar en cuestiones políticas que son muy fuertes. Era muy importante para mí representar al grupo, no de manera uniforme y homogénea, sino a través de personajes singulares en el interior de ese grupo y crear así un movimiento entre los cuerpos y los rostros. Hay muchos primeros planos en la película y era muy importante conseguir una especie de encuentro con cada alma individual de cada personaje y de ir en búsqueda de la complejidad. Muchos de los personajes que rodean a Julia son violentos pero yo tenía ganas de que esa violencia circulase como una suerte de energía y que pudiésemos comprenderla, o sea, sentir de dónde viene y por qué apunta hacia el personaje de Julia. También, con respecto a la comunidad, es interesante ver cómo las comunidades se forman y cómo lo hacen mediante códigos muy específicos: un lenguaje, una pasión, la adrenalina... Me ha gustado mucho enseñarle esta película a fanáticos del motocross en asfalto y a motociclistas porque se ven reflejados y se identifican todos con esa adrenalina, además de con la velocidad y el ritmo de la película. Al final, eso es lo que tenía ganas de poner en el centro de mi puesta en escena, es decir, la energía y la verdad de estas sensaciones extremas de adrenalina.

La he escuchado citar a Paul B. Preciado, el filósofo español, y hablar de la cuestión de género en esta película, pero a su vez la pregunta sobre la fluidez del género ya implica un juicio, ¿cómo lo explicaría?

Es una cuestión importante y comprendo esa duda del enjuiciamiento. El hecho de hacerse esa pregunta de cierta forma encasilla a la película, pero al mismo tiempo es importante por el hecho de reformular el gran giro que hace esta historia con la cuestión de los estereotipos de género. Es decir, justamente oscilamos entre el género femenino y el género masculino, entre esos dos paradigmas, pero a mí lo que me interesa es lo que hay entre los dos. Busco el trasfondo que hay entre ambos y el espectro de creatividad, de pluralidad de las formas, de estar a medias entre lo masculino y lo femenino.

Yo, leyendo a Paul B. Preciado, me salvé. Salvó mi vida, comprendí quién era, entendí mis deseos y fue una verdadera introspección. Descubrí que yo era una persona fluida y que podía serlo, que podía oscilar entre el binarismio y que oscilar entre el binarismo era destruirlo de alguna forma, estar en movimiento. Creo que esta es una película sobre el movimiento que para mí es la vida. Lo fijo es la muerte, es algo mórbido, estereotípico, supone la cristalización de la mirada sobre el miedo y el enjuiciamiento. El enjuiciamiento supone tener la mirada inmóvil. Es curioso porque si por ejemplo tenemos un dolor en la rodilla, la energía está bloqueada en esa parte del cuerpo y para quitarnos el dolor tenemos que hacer circular esa energía. Entonces, el movimiento se convierte en algo necesario, y es precisamente por eso que para mí Julia es un personaje importante. Es compleja, tiene una especie de transidentidad, un impulso, una intención de atravesar los géneros, ejercer el género masculino y a la vez el femenino, ser híbrida, estar a la vez entre los muertos y los vivos, entre lo real y lo soñado. Me encanta esa oscilación, para mí es un ser indefinible. Por eso, cuando me preguntan e intentan definirla, pienso que lo que desvela el personaje y su potencia es una manera de escapar a cualquier marco y de huir de toda definición. De hecho, no es azaroso que la llamen ‘desconocida’. En eso de desconocida está la idea de anonimato, pero también la de dificultad, la de opacidad o la de indefinición.

En la historia y la forma de contarla se aprecia una completa inmersión en el entorno, pero hay cierto cine de autor que se acerca a la marginalidad con una fascinación estética, ¿qué opina de eso, de esa mirada exótica a los márgenes?

Creo que cuando diriges, hay que mantenerse siempre humilde. Siempre he intentado situarme de manera horizontal con respecto al tema de la película y nunca por encima, diría que incluso a veces un poco por debajo. Estudié en una escuela de cine pública en París llamada La Fémis donde enseñan a controlar todo y a experimentar con nuestra futura profesión, pero con Rodeo intenté desaprender todo eso. Aprendí a dejar hacer y en ese dejar hacer es muy bonito estar a la escucha de lo real. Por eso digo que hay que ser humilde y quedarse por debajo, para intentar recibir eso y trabajar con ello. Y eso es muy político porque es una cuestión interesante, el como hay cineastas ajenos a los márgenes y a la representación de las minorías. Me he interesado por lo verdadero y por la profundidad de lo verdadero, no sabría hacer una película de otra forma, por eso tardé tanto en hacer esta. Me gusta estar en el interior de esta complejidad, la complejidad en los encuentros, la densidad emocional, el interior de la gente que he encontrado al intentar contactar con la verdad.

En el rodaje tenía ganas de transmitir esa verdad, esa densidad a través de su energía, creo que de verdad esta es una película sobre energías y por eso quise poner en el centro la energía de los actores. Al reparto le he dejado mucha libertad, autonomía e independencia, con muchas horas de rodaje, lo que les permitió sentirse más sueltos. A su vez, todas las secuencias estaban muy escritas, pero trabajamos en el rodaje como una gran mitología colectiva donde cada uno podía encontrar su lugar e infiltrarse en el relato de forma autónoma. Por eso creo que hay algo de político, porque no me pongo por encima. Luego, por supuesto que no deja de ser una película, es inevitable que haya estetización, es como la pintura, son colores, grano, textura... decisiones estéticas porque al fin y al cabo no es como escribir un libro, es importante tener un soporte plástico. Y mi pelicula es muy plástica, pero creo en las representaciones y en la forma de buscar un lugar, transmtir al espectador. Creo que hay mucha verdad en la película y eso es lo que quizás le falta a muchos directores, afrontar frontalmente la verdad, ir hacia el interior. Aquí trabajamos mucho sobre la verdad, está esa idea de las energías, pero también hemos hablado mucho de los muertos, de los antepasados... La única verticalidad en la película es con los antepasados, si no, es totalmente horizontal.

Defiende esa dimensión política de la película y de la historia, lo que hacen estos jóvenes es político, pero ¿están politizados? ¿cómo ve a la juventud en un momento crucial para Francia y Europa?

Creo que es una pregunta muy importante. Yo hago cine para crear conexiones. El rodaje es una forma alternativa de familia donde se crean relaciones muy sólidas, incluyendo a los actores, todo el grupo. Creamos una familia, seguimos en contacto y nos conocemos muy bien. Por eso puedo responder bien a esta pregunta, porque conozco bien a cada uno de los actores y sé dónde viven. La mayor parte de ellos viven en la banlieu de París, incluida Julie, y yo también vivo ahí. Estamos unidos por ese territorio, que es complicado porque es un espacio invisibilizado por la sociedad. Las minorías, en relación con los gobiernos, permanecen como minorías y, por lo tanto, son muy conscientes de que sufren una injusticia social, una violencia social que también se refleja en gran medida en las cuestiones de la violencia policial. Entonces, obviamente está la lucha, por ejemplo, por la justicia para Adama, que es un caso que se puede encontrar en los medios de comunicación que sucedió en 2021. Muchos de estos jóvenes tienen una postura al respecto. De hecho, el caso de Adama se convirtió en un asunto nacional y reveló mucha conciencia política. Hay luego también una forma de desesperación en cierto modo, una especie de desilusión. Creo que la política ha perdido gran parte de su aura porque el gobierno, Europa y también nuestra condición de persona blanca privilegiada funcionan como una dominación que divide y rompe el tejido social. Y en esta ruptura del tejido social hay una pérdida, algo que se pierde en la política y en la unión en torno a ideales y valores. Y estos jóvenes de allí se sienten aislados y tienen problemas para encontrar una conciencia política.

*Entrevista realizada en el Festival de Sevilla en 2022

 
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