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Cómo Godzilla ayudó a escapar a las estrellas del cine coreano: La historia de Choi Eun-Hee y Shin Sang-Ok con el padre de Kim Jong Un

Marta Fernández se asoma a La Ventana para presentar una nueva edición de Academia de saberes inútiles

Academia de saberes inútiles | Cómo Godzilla ayudó a escapar a las estrellas del cine coreano: La historia de Choi Eun-Hee y Shin Sang-Ok con el padre de Kim Jong Un

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Como el saber no ocupa lugar, Marta Fernández cada semana trae una serie de historias que, a pesar de parecer de lo más curiosas, siempre nos hacen aprender un poquito de contexto geopolítico mundial. En este caso, el foco se centra en Asia, más concretamente en Corea. Comenzando la narración en la del norte.

Aunque sabemos ya que el actual dictador no es de lo más agradable, su predecesor tampoco fue moco de pavo. Y es que, el conocido como Amado Líder, Kim Jong-Il, era un fan absoluto de las películas de James Bond y, si no se hubiera dedicado a reprimir a su pueblo, le habría gustado ser director de cine. Cosa que habría sido mejor para todos, sobre todo para los norcoreanos.

Pero no todo es malo en la historia. Al otro lado de la frontera, Choi Eun-Hee, era la actriz más famosa de Corea del Sur en los años 70. Era una estrella sin comparación y junto con su ex-marido, el director Shin Sang-Ok, formaban una pareja de éxito. Habían hecho las más grandes películas del cine surcoreano, pero se les rompió el amor de tanto filmarlo y se separaron. Y por aquello de poner tierra de por medio, Eun-Hee se fue a probar suerte a Hong Kong. Y desapareció.

Pero, a pesar de estar divorciados, el cariño que se tenían era tan grande que a los seis meses de no tener noticias de ella, él se fue al último lugar donde la habían visto. Y al igual que le ocurrió a ella, también lo secuestraron. Porque resulta que Kim Jong-Il, había decidido hacer su propia revolución cultural norcoreana. Y no se le ocurrió mejor cosa que secuestrar a las estrellas del país vecino y rival, para que hicieran las películas que a él se le ocurrieran.

Pero no les puso a rodear inmediatamente, al director lo metió en la cárcel y a la actriz la encerró en una villa lujosa y le hizo tragarse toda la filmografía de Corea del Norte. Y, por fin en 1983, cinco años después del secuestro, el dictador sacó a Sang-Ok de la cárcel, organizó una fiesta para que se encontrara con su ex mujer y les puso a trabajar. Y es que, aunque le gustaba mucho el cine occidental, pensaba que no había mejor propaganda que uno de los monstruos más populares del cine asiático y mundial.

El gran monstruo coreano

Por eso, les invitó a crear una nueva versión de Godzilla, conocido como Pulgasari. Todo un despropósito cinematográfico ya que, por muy buen director que fuera Sang-Ok, los efectos especiales de la Corea del Norte de los 80 no estaban a la altura del resto del mundo. Pero sobre todo, porque Pulgasari era una película propagandística totalmente orquestada por el líder, que aparece en los créditos como productor ejecutivo.

Una trama totalmente distinta en la que el monstruo es bueno y llega a una Corea feudal para acabar con la monarquía corrupta. Aunque cuando ya lo hace empieza a comerse todo lo que encuentra a su paso y tienen que acabar con él, porque es como el capitalismo. Pero las ansias cinematográficas del Amado Líder eran insaciables, y tuvieron que hacer siete películas para Corea del Norte. Y habrían hecho más de no ser porque consiguieron escaparse.

Una misión imposible en toda regla, pero Shin Sang-Ok era más listo que el dictador y le dijo que la mejor idea para obtener financiación era ir a un festival en el extranjero a proyectar Pulgasari. Y se fueron a un país del amigo al otro lado del telón de acero: a Hungría.

Allí se inventaron que tenían que ir a unas reuniones importantísimas en Viena. Y con un poquito de ayuda de unos agentes de la CIA, dieron esquinazo a los gorilas norcoreanos que les custodiaban y acabaron en la embajada de Estados Unidos primero y en Los Ángeles después, donde se dedicaron a hacer películas de ninjas.

 
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