Elia Suleiman: "El silencio es democrático"
El director palestino inaugura una retrospectiva en la Filmoteca española que homenajea un cine casi inédito en España con títulos como 'De repente, el paraíso' , 'El tiempo que queda' o 'Intervención divina'
Madrid
El humor y el silencio son dos características que hacen único el cine Elia Suleiman. El director palestino, que lleva a cuestas su identidad y la relación con ella en este mundo global y cambiante, ha inaugurado en Madrid un ciclo que le dedica a su cine la Filmoteca Española. Es la primera vez que visita España, donde cuesta encontrar, desgraciadamente, muchos de sus títulos que han pasado por los grandes festivales internacionales. "Lo cierto es que no tengo relación con el cine español, ni con España. De hecho, esta visita se debe a mi curiosidad. Cuando llegó la invitación me dije que era el momento, por fin, de conocer Madrid y España. Mi cine en realidad no tiene ninguna relación con un país concreto, quizá tiene relación con Asia, y con el cine mundial, pero no hay nada específico", reconoce el director en el Cine Doré, donde impartirá un encuentro con el público tras la proyección de su último largometraje, De repente el paraíso.
En esa película que compitió en Cannes, el director se reía del absurdo de la condición humana y de la violencia, también de Palestina, un tema del que le cuesta hablar. "No suelo hablar sobre la dolorosa situación en Palestina", dice un director que ha experimentado en su cuerpo y el de su familia el dolor y el destiempo del exilio, y los estereotipos que Occidente desarrolla sobre los árabes y los palestinos. Nacido en Nazaret en 1960 conocido por representar en su filmografía escenarios surrealistas que acentúan la absurdidad de la vida cotidiana en medio de situaciones difíciles como las que se viven en las calles de las ciudades palestinas. "Quizás mi humor surge de un lugar que me resulta familiar, y ese es Palestina. Podría haber sido en Madrid. No creo que mi humor esté específicamente ligado a un lugar, creo que es un humor que la gente disfruta y que no está pegado a un lugar geográfico específico".
Es el humor que surge cuando un grupo de soldados israelíes salen corriendo de su vehículo. El espectador espera lo peor, pero lo que hacen es ponerse en fila uniformados y mear sobre el muro que separa un territorio y otro. En Intervención divina, con la que ganó el Premio del Jurado en Cannes, podría ser la historia de Romeo y Julieta de Oriente Medio al mostrar la historia de un palestino de Jerusalén que se enamora de una palestina que vive en Ramala, el protagonista se ve atrapado en situaciones cómicas mientras intenta sortear los obstáculos de su vida cotidiana en medio del conflicto de la región.
"Lo que es interesante sobre el humor es que no es una estrategia, sino que es la manera como soy, cómo actúo. Es algo que está en mi", señala el director que realmente es como su alter ego en pantalla. "Ese momento en que la gente ríe es casi como que se para el tiempo, que se rompe el tiempo convencional. Es solo un segundo, pero nos mete en un mundo mejor. Es también un componente de la poesía. Es un pequeño momento externo de placer y eso hace que el espectador tenga más deseos de vivir así. La risa nos recuerda que queremos un mundo mejor". Ocurre eso en El tiempo que queda, una película con toques autobiográficos que dividió en cuatro episodios y que contaba la historia de su familia, desde la creación del estado de Israel en 1948 hasta la actualidad y que se había inspirado en los diálogos de su padre, un luchando de la resistencia que tuvo que abandonar su país con toda su familia.
También el humor consigue aplacar los momentos más difíciles, como los que pasan ahora mismo los palestinos y palestinas que viven en Gaza bajo las bombas del ejército israelí. ¿Se puede hacer humor en esos momentos? Su respuesta nos lleva hasta los guetos judíos. "Podemos hablar de los guetos judíos, donde siguió una de las formas del mejor humor. Es uno de los últimos lugares donde imaginaríamos que eso fuera así. Ellos sabían que iban a por ellos, no hablo de Gaza, hablo de esos guetos, y esa prolongación de la vida se hizo también gracias al humor negro. Eso fue un tipo de consolación, de estar juntos, incluso sabiendo que el fatalismo iba a llegar", reflexiona Suleiman, árabe israelí, que evita hablar de la situación actual.
Junto al humor, el silencio es la gran baza de su cine, a veces comparado con Jacques Tati, por la defensa de un humor absurdo y de un personaje que no decía nada en todo el filme. "Mi respuesta cuando me preguntan sobre el silencio, es siempre que la pregunta debería ser la contraria: por qué hay tanto ruido en el cine si eso no es lo inherente al lenguaje cinematográfico", deja claro el cineasta.
"Es una manera de escapar de la manera de componer estéticamente el plano, creo. No estoy en contra del lenguaje verbal cuando encaja en la historia y en la composición de una película, pero sí creo que la mayoría del cine que la gente quiere ver es narrativo y está hecho con demasiados diálogos. Eso es más radio que cine. El silencio es un lenguaje por sí solo y lo más particular que tiene es que es un lenguaje abierto, que puede tener múltiples interpretaciones, hay maneras infinitas de mirar a él", insiste el director de De repente el paraíso, donde el propio Suleiman viajaba a París y Nueva York buscando similitudes con su tierra natal, buscando un nuevo hogar, pero Palestina siempre le persigue. O en Chronicle of a Disappearance, en la que mira con distancia la ciudad de Jerusalén, en el papel de un joven director palestino que regresa a su patria para rodar una película. Un tema similar al de The arab dream.
"Creo que el silencio es democrático. Hay algo amenazador en él, porque cuando estás preocupado por el ruido, eso te saca de la realidad y puedes pasar varias horas disfrutando de la ilusión de otra realidad. Pagamos entradas por eso, pero no genera ni preguntas, ni reflexiones, ni nos mete en un espacio poético. Creo que lo sentimos como una amenaza, porque nos recuerda que estamos en este mundo de paso, que es efímero y eso puede intimidar a la gente en ese momento de soledad".
Suleiman deja claro que no pasó por una escuela de cine, que empezó con un documental del que casi ya ni se acuerda, Introduction to the End of an Argument. “A veces se me olvida que la hice, fue un momento extraño en mi vida. Es lo primero que rodé”, cuenta sobre esa experiencia. “Fue la entrada al mundo del cine, me encontré con un artista que estaba trabajando en museo Whitney y me pidió que tradujera algo para su trabajo, que era bastante experimental”. Fueron los años de la primera Guerra del Golfo y en esa película ahondaba en la naturaleza de las imágenes y de cómo se representaba a los árabes y los palestinos. "Eso generó bastante ruido, el documental ganó el premio a la película experimental y eso me permitió hacer películas, yo no había estudiado cine, no sabía cómo hacer películas”.
Después de eso, se puso a escribir guiones en Nueva York, su nuevo hogar. "Intentaba imitar a un cineasta que me encanta, Hou Hsiao-Hsien, porque cuando veo sus películas es como si supiera que yo también puedo hacerlas. Me recuerda mucho a mi manera de ver las cosas. Antes de eso había descubierto a Ozu. Por aquel entonces, todavía trataba de escribir películas narrativas, intentando imitar su estilo. Estaba enamoradísimo de sus películas. Incluso un amigo mío me trajo un guion suyo de Taiwán que no pude leer porque no entendía nada". El cine asiático ha influido en su obra, pero también el francés, sobre todo Bresson. "Cuando veía películas cuando era joven, veía mucho cine independiente americano y francés. Después empecé a ver otro tipo de cine, pero creo que no soy un cinéfilo en el sentido estricto, solo quiero averiguar qué es el cine y disfrutar. Me ha llevado tiempo entender esto, entender que hay que disfrutar del cine. La primera vez que vi a Godard pensé que era bastante aburrido, yo era un espectador más convencional, que buscaba un cine más narrativo. Pero poco a poco he desarrollado ese interés por otro tipo de cine y de forma de expresar, hasta que he encontrado yo mismo mi forma de hacerlo".
Una forma propia y única que lleva al espectador por distintas sensaciones, que permite reflexionar sobre el mundo, la repetición de los mismos errores en una parte y en otra y sobre cómo las imágenes o el cine nos cuentan y nos hacen mejores. La imagen como fuente de sentido, algo que aprendió de su amigo John Berger, con quien tuvo una gran relación y a quien conoció de casualidad. "Lo conocí por accidente, él se identificó mucho conmigo y me cuidó con un ángel de la guarda. Siempre estaba ahí. Pasaban los años y tuvimos una relación muy familiar. Hemos sido amigos a pesar de que él era un gigante y yo no. Para él eso nunca tenía importancia. Miraba a todos al mismo nivel. Él me daba algunos libros y yo le daba los guiones y los comentábamos, los editábamos", explica.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...