Martin Scorsese: "No sé de memoria el número de películas que he hecho, prefiero mirar al futuro que hacia atrás"
El director neoyorquino visita la Academia de Cine junto a la protagonista de ‘Los asesinos de la luna’, Lily Gladstone, en plena campaña por el Oscar
Tímido, risueño, con un forma de hablar en la que el neoyorquino dispara las palabras, casi con la misma energía que muchas de sus películas, Martín Scorsese ha llegado a la Academia de Cine española sorprendido del lleno total en el auditorio. Ha saludado, se ha reído y se ha sorprendido cuando le han presentado a la Reina Letizia, en primera fila para asistir a un encuentro o master class entre el director neoyorquino, que en 2018 recibió el Premio Princesa de Asturias de las Artes, y académicos y académicas españoles, la mayoría de los que votarán en los próximos Oscar, donde su película, Los asesinos de la luna, tiene nominaciones en las principales categorías, entre ellas película o dirección. “No sé de memoria el número de películas que he hecho, prefiero mirar al futuro”, decía el director tras la presentación de Rodrigo Cortés, cineasta que ha conducido la conversación.
Scorsese no mira al pasado, sino al futuro, algo conmovedor y políticamente importante para un tipo de 81 años que creció con la radio, donde conoció las primeras ficciones, y que hizo el tránsito a la televisión y después al cine. "Me alegro tanto de haber crecido escuchando la radio", reconocía al hablar de esa última escena de su película, que ya está estrenada en Apple TV y en la que el propio director interpreta el papel de locutor de radio en un programa donde se cuenta las historia de los Osages, ese pueblo que fue saqueado y sometido a genocidio por parte de esos hombres blancos buscavidas que han poblado el cine americano.
'Los asesinos de la luna', Scorsese denuncia el genocidio indio en un monumental wéstern
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Ha hablado de radio, de montaje, de actores, de vivencias y de recuerdos en uno de los días más bulliciosos en la madrileña sede de la Academia en la calle Zurbano. Había actrices y actores, como Candela Peña, Irene Escolar, Pilar Castro, Pol Monen, Elena Anaya. Directores de cine, admiradores del realizador, como Paula Ortiz, Borja Cobeaga, Eugenio Mira, Mariano Barroso, Pablo Berger, Daniel Monzón, el diseñador Paco Delgado y la compositora Zeltia Montes. También el director del ICAA, productores, distribuidores, estudiantes y algunos periodistas. Todos en pie para recibir al director, ganador de la Palma de Oro con Taxi Driver. Uno de esos nuevos cineastas que cambió Hollywood en los setenta y que continúa aprendiendo y reflexionando sobre cómo avanzar en un mundo donde los cines se han cambiado por las teles de plasma. “Ahora mismo se puede conseguir cualquier virguería técnica incluso para un anuncio. Si las imágenes ya no dicen nada, debemos reinventar la imagen. No podemos imitar el cine dominante, pero sí puede servirnos de inspiración. Necesitamos sentir otra vez algo diferente y no solo hacer pirotecnia con la cámara y el sonido".
Reinventar la imagen, reinventar el género, reinventar los relatos, es básicamente lo que ha hecho en este último filme, donde Scorsese ha sacado todas los elementos de su cine para darle la vuelta a cómo Estados Unidos ha contado su propia historia. Y donde ese montaje frenético tan reconocible en la cinematografía del director se ha ralentizado o, mejor, se ha vuelto solemne. "Me gustan los movimientos de cámara, el montaje soviético, como en El acorazado Potemkin", reconocía el director sobre su relación con el montaje y el uso de la cámara que, desde sus inicios fue muy particular. "Siempre he sido un obseso del montaje soviético, pero también Max Ophüls y de Renoir. De sus superposiciones de imágenes, que era algo que estaba también en el cine de vanguardia underground en Nueva York. Fue una época en que artistas, poetas de todo el mundo venían a la ciudad, provenía de familias de clase obrera. Yo también vengo de una de esas familias conservadoras de clase obrera".
La impronta de ese tipo montaje se nota en sus películas de mafiosos en el Nueva York de los setenta, como Malas calles o Uno de los nuestros, pero también en las historias de personajes abatidos por el contexto social, como en Taxi Driver o Toro Salvaje, y en las que hablan de esos nuevos ricos creados en un capitalismo sin control, como en Casino o El lobo de Wall Street, y hasta en sus historias sobre sindicalistas enamorados del dinero, como vimos en El irlandés. De esta película ha contado cómo fue hacer el montaje y las escenas encadenadas en una de las partes más técnicas de la charla. De ahí, el moderador pasaba a preguntarle por los títulos de crédito.
"En el cine clásico los títulos de crédito eran una cosa preciosa, con su coreografía. Eso ha desaparecido. Es un mundo distinto. Ahora en esos títulos de crédito aparece el director, el productor, el que coproductor, el otro coproductor, otro coproductor, etc... que dices, pero cuándo empieza la película", bromeaba el director que decía que ahora las películas están llenas de logos y que hay que darle al público un inicio y un final. "Los logos distraen a la gente. El cine en los setenta empezaba con gente andando por la calle, dando sensación del barrio, del mundo, dando información, pero eso retrasaba el comienzo". Scorsese es un apasionado del cine, como decía al inicio del acto Fernando Méndez Leite, director de la Academia, que se ha encargado de recuperar películas clásicas. "Cuando restauraron Sed de mal, de Orson Welles, quitaron los títulos de crédito del plano secuencia, y por fin vi la escena bien y es un efecto diferente", contaba para después alabar a un director español. "Lo que hace Pedro Almodóvar con los títulos de crédito es precioso", piropeaba al cine del director manchego.
Scorsese ha demostrado que piensa cada decisión artística que toma. Reconoce que el argumento y cómo contarlo es una de las cosas más difíciles. Pero también que el inicio de una historia es sumamente importante y requiere reflexión. "Para mí, la primera imagen que le lanzas a los espectadores es un riesgo y es muy difícil. Pienso en el caso de Baz Luhrman en Elvis, y creo es es salvaje, y eso está bien". Memorable es su comienzo de Infiltrados, por ejemplo, con una revuelta en las noticias en ese Boston que retrata lleno de ira por cómo funciona el mundo. Leonardo DiCaprio ya participó en esa película y es que Scorsese es un director que repite con muchos de sus actores, con los que genera una confianza que va más allá del rodaje.
En Taxi driver o en Malas calles trabajó con su íntimo amigo De Niro. "Teníamos varias tomas y las combinamos y los actores tenían que confiar en mi, normalmente en Hollywood es al revés, siempre tienen la toma final, pero yo les hago hacer la toma, repetir, hacerla como quieran y luego en el montaje le damos forma. Por ejemplo, en Toro salvaje hubo mucha improvisación, yo le dejaba hablar y repetir y lo disfruté mucho". Ese mismo sistema lo mantuvo en Casino, una película que se rodó en Las Vegas durante cien días. "Mucha gente de la película era de Las Vegas, eran gangsters o habían salido de la cárcel. Era una casa de locos y teníamos que ir rápido. Yo les decía que repitieran y repitieran que había que acabar y que confiaran en el montaje".
Con Al Pacino en El irlandés, le dejé hacer lo que quisiera y de vez en cuando decía las frases de diálogo. Era su técnica. Pesci es diferente, es más tranquilo. En Los asesinos de la luna a veces hacía incluso una toma porque ya lo tenía". Ha contado también una anécdota que tiene que ver con una escena de esta su nueva película, donde DiCarpio y De Niro están en un coche y el joven debe firmar un papel de su tío. El actor le dijo a Scorsese que no estaba seguro de si su personaje firmaría o no. "En la toma, puede verse en sus ojos, es De Niro quien le convence para firmar ese papel".
La música es un elemento imprescindible en la vida de este director y en su cine. Ha dedicado parte de su carrera a documentales sobre estrellas y bandas legendarias y el modo en que introduce la música en sus películas requiere mención aparte. Decidió que sonara una guitarra como si fuera un tango en Infiltrados. "El tango es precioso pero también indica peligro", explicaba. En Casino necesitaba tres horas de música americana, de rock, y de pop, pero luego escuchó la banda sonora El desprecio, la película de Godard. "Me encanta esa banda sonora y pensé que estaría bien usar bandas sonoras de otras películas y mezclarlas. Es lo que hicimos. Además, lo que pasa a los protagonistas de El desprecio es también lo que les pasa a Robert de Niro y a Sharon Stone en Casino, de alguna manera".
En el caso de Los asesinos de la luna cuenta que la música era otra. Es una película que no solo habla de víctimas y asesinos. Es también una historia de amor, entre el personaje de Leonardo DiCaprio y el de Lily Gladstone. Por eso necesitábamos música que tuviera sustancia, que fuera sensual y peligrosa", recalca Scorsese que reconoce que le sorprendió en ese rodaje en Oklahoma fue el sonido de los coyotes. "Soy un neyorquino. Estoy acostumbrado a las sirenas, a los taxis... no a los coyotes". Pero también se introdujo música rock. "Descubrí que una parte del rock viene de la música de los nativos. Muchos músicos se cambiaron el nombre, pero eran apaches. Las bases del rock tienen esa parte nativa también", explicaba sobre esa apropiación cultural que a lo largo de la historia se ha hecho de diferentes culturas colonizadas. Un tema que desarrolla en la película, el de cómo la memoria histórica debe contarse en el cine, cómo debe representarse la violencia ejercida por el colonizador. Esto nos lleva a la escena final, la de la radio.
"El programa de radio que vemos en la película existió realmente. El FBI realizaba ese tipo de programas para promocionarse", dice el director que también cuenta en su película los inicios de esa institución americana. "Esa tragedia, ese sufrimiento, ese trauma que sufrieron, al contarse en la radio y luego en el cine, se convirtió en entretenimiento. Por eso quise rehacer esos guiones que existían en el FBI. Luego pensé que también esta película era entretenimiento, que mi cine lo era. Por eso decidí que era mejor que hablara yo, que fuera yo quien contara eso. En esa escena estaba mi mujer, mi hija, mi nieta. Antes habíamos ido al cementerio a la tumba de Molly de su familia. Eso me golpeó muchísimo. Estaba muy emocionado. Tenía que ser yo quien hicieron esa escena y no un actor porque era la manera de pedir perdón. La culpabilidad es algo muy interesante. En ese programa de radio está mi catolicismo, de hecho la escena se rodó en el auditorio de mi colegio católico. La radio no es solo una recreación de un tiempo, tiene todos esos elementos", culminaba el director con un emocionante relato sobre la culpa, tema indispensable que aparece en todas sus películas, pues Scorsese es un cineasta católico en un país protestante que a sus 81 años todavía quiere hacer unas cuántas películas más.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...