'Las cuatro hijas', el poder de la ficción para reconstruir los recuerdos de las jóvenes que se enrolaron con el Estado Islámico
La directora tunecina Kaouther Ben Hania utiliza el documental y la ficción en su última película, una de las propuestas más radicales y complejas que vimos en el pasado Festival de Cannes y compite en los Oscar en la categoría de mejor documental
Madrid
A veces la actuación puede ser un espejo, una manera de vernos representados, de entender lo que somos o lo que hemos sido, también de suplir las ausencias y, con ellas, la falta de un relato que nos sostenga. La directora tunecina Kaother Ben Hania utiliza el documental y la ficción en su última película, una de las propuestas más radicales y complejas que vimos en el pasado Festival de Cannes y compite en los Oscar en la categoría de mejor documental. La directora ya estuvo nominada por El hombre que vendió su piel, otra historia donde la memoria de un refugiado se pegaba al cuerpo a través de los tatuajes. Durante ese rodaje cuenta que se obsesionó con la vida de Olfa, una madre también de origen tunecino, como ella, que había perdido a dos de sus cuatro hijas. Se habían marchado a combatir con el Estado Islámico.
Fue en 2016 cuando Olfa Hamrouni perdió a dos de sus cuatro hijas cuando se unieron al ISIS en Libia. Es una tragedia íntima y familiar, pero fue y es la tragedia de muchas madres en esos años. "Escuché una entrevista a Olfa en aquella época, en la que ella hacia pública la historia de sus hijas y sentí enseguida un impuso, una intuición que me decía que había una historia interesante que contar. Pensé que lo primero sería comprender por qué esas dos jóvenes chicas eligen embarcarse en ese camino", cuenta la directora en una entrevista en la Cadena SER, justo en medio de Unifrance, donde además, ganó el Premio Lumière al mejor documental.
Para la directora el hecho de que fueran dos mujeres jóvenes las que deciden ir a combatir fue quizá lo que más le llamó la atención. Después de eso dio muchas vueltas a cómo abordar esta historia. En un principio optó por el documental clásico, con testimonios hablando a cámara, imágenes de archivo y contextualización de cómo el Estado Islámico aprovecha y capta a los jóvenes en países donde la opresión y la precariedad son una constante. "El documental no funcionaba. Estaba perdida y me costó encontrar la forma correcta de contar la historia. Me llevó mucho tiempo en realidad", reconoce la directora que durante ese tiempo intimó con las tres mujeres de la familia. "Era la única persona que no las juzgaba". Así se ganó su confianza, se hizo amiga de ellas y fue compartiendo todas sus dudas. "Para mí han sido compañeras, nunca objetos que rodar", deja claro sobre la posición ética de su propuesta.
Todas esas reflexiones y retos estuvieron a punto de hacer que abandonara el proyecto, pero después del éxito de su anterior filme, sintió que había encontrado la fórmula. "Pensé en la reconstrucción. Es cierto que es un cliché, pero fue la manera de convocar el pasado al que no tenía acceso. Buscó a dos actrices para representar a las hijas ausentes, tras el consentimiento de Olfa, y decidió que añadiría una tercera, que interpretaría a la madre en las escenas más duras. "Era era importante también encontrar a una actriz que hiciera de espejo de Olfa, porque es un personaje lleno de contradicciones que acabó interpretando un papel y escondiendo quién era en realidad". El resultado es una película que no es ficción, pero que cuenta con interpretaciones. "En la película ella comenta las cosas, hace preguntas, confronta todo. Ha sido un intercambio muy libre entre personajes y actores", incidía. "Olfa interpretaba ante los periodistas, con gran talento trágico, el papel de la madre afligida, histérica, que se siente culpable, mientras que con el cine conseguimos adentrarnos en su complejidad".
Verse a uno mismo desde fuera, es casi ponerse en la piel de los demás. Es ver en un espejo todo lo que nos deforma y que no hubiéramos visto de otra manera y es dejar de edulcorar los recuerdos de un pasado reciente que cuesta abordar. Es algo que desde la ficción ha propuesto esta temporada otro director, el americano Todd Haynes en Secretos de un escándalo, que utiliza a una actriz que prepara una película sobre una mujer real, que tuvo un romance con un menor de edad, para mostrar las contradicciones de un caso sonado en Estados Unidos. En este caso, el dolor y las dinámicas de opresión de las mujeres quedan a la vista en las interacciones de personajes y personas reales, que se enfrentan a los fantasmas familiares, también a las consecuencias de la guerra y la violencia, siempre más dolorosas en el caso de las mujeres. "En los conflictos bélicos, el sufrimiento es global, tanto para hombres como para mujeres. Es verdad que a mí lo que me interesaba en este caso era el relato de las mujeres, porque en general siempre las historias de este tipo hablan de los hombres. Efectivamente, para las mujeres hay una dimensión más fuerte durante una guerra, pero creo que estos conflictos traen miseria a todo el mundo", decía la directora que condenaba la situación a la que está sometida la población en Gaza con los bombardeos constantes de Israel.
Ben Hania tiene un pasado como creadora de falsos documentales que le ha servido para este complejo proyecto. Como decía Kiarostami, lo verdadero o falso no es importante. En el cine podemos mentir si con ello logramos extraer una verdad profunda. Sin embargo, aquí desde la puesta en escena se desvela el artificio. Vemos los maquillajes, los ensayos y la claqueta, todo en un viejo hotel de Tunez convertido en plató, algo así como un Dogville. La película no quiere engañar al espectador y no esconde la parte teatralizada del relato. Olfa habla con sus hijas que todavía viven en la casa familiar, Tayssir y Eya Chikhaoui, pero también con las actrices Ichraq Matar y Nour Karoui, que han sido "devoradas por el lobo", así deja claro la madre al principio del filme el origen de su tragedia. En medio de todo eso, hay llanto y hay risa, como en la vida. Hay un relato de la crónica familiar que va en paralelo a la historia de Túnez, un país que fue la chispa de la revolución árabe y que conocemos a través de los programas y noticieros que aparecen en la televisión.
La participación de la familia fue plena, hasta llegó al montaje. "Teníamos una responsabilidad hacia ellas y por supuesto le propuse que vieran el montaje. Era algo normal al tratarse de su propia historia. Pero ellas me dijeren que confiaban en mi. Eso supuso una gran responsabilidad y me daba miedo, porque es una película muy sensible, muy íntima. Es un terreno minado. Por eso, lo más importante era ser fiel a los personajes y mostrar su complejidad, sin fascinaciones, ni juicios. Era un equilibrio delicado que costó que el montaje durase mucho tiempo”, reconoce la directora que dice que este filme lo ha hecho bajo la influencia de Close up, de Kiarostami, y de Fraude de Orson Welles.
En esa intimidad, a la que alude la directora, Olfa se desnuda ante la cámara y cuenta su lucha por huir de su matrimonio, para recobrar su libertad huyendo antes de poder divorciarse. Su segundo marido que acabó siendo un criminal. Un recorrido lleno de violencia y machismo. Tan pronto como un hombre entra en su mundo, lo expulsan. Los hombres que las rodean no duran. Por eso, un solo actor, Majd Mastoura -que llega a derrumbarse de verdad en una escena-, interpreta a todos los hombres de esta historias, pues todas ellas tienen una relación muy compleja con la masculinidad. Pero también una maternidad tradicional y posesiva que no acaba bien. Pero sobre todo es una película sobre adolescentes que no saben encontrar su mundo, que lidian con la idea de la vida y la muerte y de la identidad.
La transmisión de traumas de madre a hija es un tema recurrente a lo largo de esta película, manteniendo una idea sumamente patriarcal y heredera de esas tragedias griegas con las que hemos crecido. También la película trata de confrontar los clichés sobre las mujeres árabes. "Me gusta confrontar esas ideas", explica la realizadora. "La mirada occidental está condicionada por el cine americano que da siempre papeles secundarios a los árabes y nunca a los protagonistas. Eso hace que siempre seamos personajes sin la complejidad que puede tener un rol principal. Eso es lo que rompe los clichés".
Ahora la película espera luchar por el Oscar en la categoría de mejor documental. "Es muy importante, también haber estrenado en Cannes, porque esa ventana para este tipo de cine funciona. Los directores no hacemos películas para nuestros amibos, la ambición de todos es que la gente las vea y el Oscar aumenta el interés en torno a una película, sobre todo una película independiente y documental que está subtitulada en árabe en un mundo donde solo se valora el entretenimiento".
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...