Economía y negocios

Agricultura sin agricultores

Bajo la cólera de los tractores que estos días se manifiestan en las carreteras españolas y europeas laten varias crisis distintas

Tractores en una protesta / RAQUEL MANZANARES (EFE)

Madrid

Bajo la cólera de los tractores que estos días se manifiestan en las carreteras españolas y europeas laten varias crisis distintas. Pero, sin duda, la espoleta que ha disparado las protestas ha sido el hundimiento de la rentabilidad de muchas explotaciones por la crisis de precios surgida tras la pandemia y la guerra en Ucrania. Sobre todo, al comprobar el desigual e injusto reparto de los costes de la inflación en la cadena alimentaria: todo ha subido en porcentajes de dos dígitos, menos los precios pagados al agricultor y al ganadero. Por eso nadie se ha extrañado de su hartazgo.

Sin embargo, el malestar ha crecido sobre un mar de fondo mucho más complejo y menos coyuntural. Una de esas causas es la revolución tecnológica que está transformando el sistema de producción agraria. Robotización, sensores, drones, control remoto y big data han llegado con fuerza al campo, donde a menudo hacen ya más falta ingenieros que agricultores.

El sector agrario ha sido siempre un gran consumidor de tecnología. Los tractores que ahora bloquean las ciudades eliminaron los empleos de muchos jornaleros. La nueva ola de cambio tecnológico, con sus sistemas hidropónicos de agricultura vertical, sus sucedáneos de carne y sus filetes cultivados en laboratorio, añade cierta angustia existencial: empieza a ser verosímil una agricultura sin agricultores y un campo sin explotaciones familiares, dominado por grandes instalaciones inteligentes y poderosos fondos de inversión.

Puede que no sea una distopía y que ese nuevo sistema resuelva algunos de los cuellos de botella de la alimentación mundial, pero no está claro qué hueco deja para la agricultura tradicional, esa que mantiene vivos los pueblos y habitable el medio rural.

En esa misma línea, el desafío del cambio climático añade restricciones y problemas a los productores agrarios. Alguno se ha arruinado haciendo la transición al cultivo ecológico, porque no es fácil contar con el colchón financiero necesario para hacer un cambio que cuesta varios años y mucho esfuerzo.

Con todo, agricultores y ganaderos conocen mejor que nadie que no se puede cerrar los ojos ante lo que está pasando. El aumento de las temperaturas obliga a cambiar cultivos, a hacer plantaciones en altura, a optimizar cada vez más el uso del agua. También el suelo -su principal activo- muestra signos de agotamiento en muchas zonas tras décadas de uso intensivo de fertilizantes químicos. Hasta un 70 % del suelo en la Unión Europea está en condiciones poco saludables.

Aunque haya grupos negacionistas y conspiranoicos que intenten rentabilizar la desesperanza de los agricultores y pongan en la diana a la Agenda 2030 -uno de los escasos consensos bienintencionados que quedaban en la inquietante escena internacional-, lo cierto es que no hay alternativa al avance hacia una agricultura y ganaderías medioambientalmente sostenibles en línea con el Pacto Verde europeo.

Además, las exigencias de trazabilidad de los procesos e ingredientes que intervienen en la producción de los alimentos no es una ocurrencia de los eurócratas, sino una demanda creciente de los consumidores en todas las economías desarrolladas, marcando las tendencias por las que se guían los mayoristas que sirven a las plataformas de distribución en toda Europa.

En consecuencia, frente al explicable enfado de los agricultores parece de interés general identificar correctamente el problema -márgenes dignos, ayudas efectivas a la tecnificación, más empatía de las administraciones competentes ante las exigencias de las políticas de sostenibilidad, líneas de financiación para asegurar la viabilidad de las explotaciones familiares, etc.- para evitar que toda Europa, incluidos los agricultores, se pegue un tiro en el pie.

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta,...