Berlinale 2024 | 'La Cocina', el virtuosismo de Ruiz Palacios para mostrar que la esclavitud laboral está en el restaurante donde comemos
El director mexicana adapta la famosa obra de teatro sobre la precariedad, el racismo y el estrés en un restaurante donde conviven americanos de clase obrera, como Rooney Mara, o migrantes sin papeles como un brillante Raúl Briones
Berlín
En su tercera vez en sección oficial de la Berlinale, tras Museo y Una película de policías, Alonso Ruiz Palacios lo da todo con La cocina, una película que tiene varios elementos para engatusar a algunos miembros del jurado. Virtuosismo técnico, un bello uso del blanco y negro, buenísimas interpretaciones, entre ellas las de Rooney Mara y Raúl Briones, y un tema político de primer orden, que no solo afecta a Estados Unidos, sino a cada país. Las condiciones de explotación laboral y vital de muchos de sus habitantes, la mayoría migrantes a la espera de papeles. La Cocina arrancó aplausos en su proyección ante la prensa, algo que cuesta en este gélido certamen, y lo hizo con sus dos horas veinte de intensidad, gritos y estrés.
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Arnold Wesker creó esta obra basada en su experiencia como cocinero y repostero en el hotel Norwick de Londres. En esa ciudad ambientaba su texto que contaba las malas condiciones laborales y los conflictos entre trabajadores, muchos de ellos extranjeros que buscaban sobrevivir en Inglaterra. La cocina como un lugar que se rige por las mismas normas, los mismos impulsos y las misma fricciones que cualquier otro trabajo. "Es una cocina, pero podría ser una fábrica o una oficina", escribió el dramaturgo inglés, cuyo texto adaptó en 2016 en el Teatro Valle-Inclán Sergio Peris Mencheta. Así funciona en la obra y en la película, como una olla a presión, como un lugar hostil, donde todos van contra todos, donde no hay alianzas y donde el miedo y el amor son sentimientos que hacen el mismo daño.
Como el dramaturgo, Ruizpalacios también trabajó en la hostelería. Fue lavaplatos y camarero en un local londinense mientras se costeaba los estudios. Allí sufrió el sistema de casta que todavía existe en las cocinas modernas, incluso en las que tienen estrellas Michellin. Recuerden los escándalos en España sobre prestigiosos y acaudalados cocineros que no pagan a los becarios. De hecho, ese sistema es el que permite que funcionen algunos restaurantes y es lo que denuncia el director en una película frenética que emula el ritmo de una jornada laboral, que va mucho más allá de las ocho horas, en un bullicioso restaurante. "Soñaba con hacer la película en México aunque se ambiente en Nueva York. Era un sueño raro. Esa secuencia nos llevó una semana y media. Hicimos muchos ensayos y mucha investigación. Pasé mucho tiempo en tantas cocinas como pude, para memorizar los ritmos específicos que hay", decía el director que encontró una fábrica de queso en Santa Fe donde rodaron el filme.
En lugar de Londres, la película nos lleva a Nueva York, en una callejuela de Times Square. La cámara guía a los espectadores desde Ellis Island, simbólico lugar donde paraban los inmigrantes europeos cuando huían de la guerra y la pobreza, hasta ese local de Manhattan, The Grill, y va saltando de un personaje a otro. De una joven mexicana, que todavía no tiene la edad legal para trabajar en Estados Unidos, los veintiún años, que acaba de llegar del país, pasamos a un cocinero también mexicano, carismático, pesado, malencarado y sin papeles, hasta una camarera americana que intenta abortar. El restaurante no vive su mejor día, ha desaparecido dinero de la caja y las sospechas se centran en los trabajadores que no tienen papeles.
La presión hace que el miedo se convierta en rabia, al que acaba desatando al personaje de Pedro, que no puede más, ni físicamente, ni moralmente en un restaurante, o podemos decir en un país, donde el cuento del esfuerzo y la meritocracia no sirven de nada, donde el racismo emerge en cada pequeño lugar, incluso al servir un pollo con salsa. "Estoy cansado de esa manera de retratar la comida como food porn, es la parte más común de la industria de la gastronomía, es casi una metáfora del capitalismo tardío y cómo la gente puede estar atrapada en esa tragedia, muchos son grandes cocineros, pero no tienen tiempo de hacer las cosas bien". El de la alta cocina es un mundo estratificado. Está el propietario del restaurante. Está el cocinero o artista, que muchas veces es la misma persona, y están los trabajadores a su cargo. Aquí hay varias categorías, cocineros, ayudantes de cocina, maitre, camareros, recepcionistas, friegaplatos, limpiadores… categorías que se amplían y se ensanchan dependiendo de la magnitud que tenga el restaurante en cuestión.
Los trabajadores perpetúan esas diferencias, los unos con los otros. Si el americano es racista con el mexicano, el mexicano lo será con el salvadoreño. El racismo y la falta de derechos de los migrantes es uno de los temas de los que más se habla en esa cocina, que pasa de la broma al llanto o a la violencia en solo un segundo. "Hay muchas películas sobre cruzar la frontera, pero hay pocas sobre qué pasa una vez llegas allá. Quería hacer una película de cómo se vive una vez se ha conseguido cruzar la frontera, si esa gente ha conseguido sus sueños o no", explicaba el director que contaba que hay una broma entre los cocineros de Nueva York, de que toda la comida de la ciudad es en realidad comida mexicana. También está el machismo, algo que aparece en las cocinas y en cualquier lugar de la sociedad. Los hombres hablan a gritos, abochornan y sexualizan a sus compañeras y se comportan de manera violenta y paternalista.
El actor Raúl Briones, contaba que durante el rodaje del filme llevó a cabo su transición a persona no binaria. "Los hombres bajo esta toxicidad no tienen otro destino posible que un final trágico. Destruirse a sí mismos. Interpretando esta masculinidad en la película, en las últimas escenas incluso me rompí un dedo y me pregunté qué estoy haciendo. Por qué los hombres tienen que defenderse de esa forma tan violenta. No tengo otra respuesta que por los roles que tienen los hombres, lo que se espera de ser un hombre. Cuando llegué a mi casa con el cuerpo destrozado me dije: si este es el precio de ser un hombre, algo tiene que cambiar en esa construcción en torno a la masculinidad, porque si no, seremos nuestros peores enemigos".
El plano secuencia es la manera de meternos en ese estrés de una manera virtuosa, con el blanco y negro para evitar una estética realista al acercarse al interior de la cocina, para que los colores igualen a los personajes. "Al principio no pensamos hacer en blanco y negro. Los productores pensaron que algo suicida, pero esta es una película sobre contrastes, abajo y arriba, dentro y fuera, y el blanco y negro incidía en eso, pero también evitaba que hubiera un tiempo específico en la historia, ni pasado ni presente", decía el director que inunda con Cherry Cocke toda la cocina, aunque el espectador pueda pensar que es agua. La película peca de un exceso de virtuosismo que a veces estar por encima de sus personajes, con algunas decisiones visuales que pueden resultar algo reiterativas o pomposas.
Sin embargo, el director va mucho más allá de lo que han ido otras ficciones que en los últimos años han mirado al interior de los restaurantes, lugares que son sitios de lujo, de glamour, de estatus y sofisticación para los clientes, peor que son auténticos pozos de miseria para sus trabajadores. No solo por el salario y la cantidad de horas que trabajan, sino por la tensión, los gritos y el estrés que ocurren en las horas puntas, el almuerzo y la cena. Algo que ha contado una de las series de moda, The Bear, con Jeremy Allen White, mucho más centrada en el síndrome del trabajador quemado, en el duelo y en las relaciones tóxicas dentro del mundo laboral. “Todo nuestro esfuerzo y dinero se los lleva este sitio y solo nos devuelve rencor y caos”, dice uno de los personajes de la serie de Disney Plus, que podría representar a cualquiera de los personajes del filme mexicano. Desde Rooney Mara a Raúl Briones, un espectacular actor mexicano capaz de pasar del momento más cómico y carismático, a convertirse en el más odioso de los trabajadores.
La película incide también en cómo en esas condiciones es imposible que salga algo decente. La comida es horrible, lo saben los trabajadores y lo muestra el director con la cocina inundada mientras el trabajo continúa, donde cada plato se sazona con las gotas de sudor de los corredores de comida; donde la sopa se sumerge en bicarbonato de sodio para que dure tres días más de lo que es químicamente posible; donde la sangre del bistec medio cocido que va a la mesa ocho es en realidad la sangre del cocinero, que cometió un error casi fatal, todo debido a la presión. El trabajo es lo que nos da identidad en la sociedad capitalista, pero es también lo que hace que todos compitamos con todos, que las relaciones estén marcadas por el individualismo.
Hablaba Mark Fisher de la imposibilidad de imaginar otro mundo estando metido en la rueda del trabajo capitalista y podemos decir que es difícil repensar otra manera de vivir, de trabajar metidos en esa cocina, que podría ser cualquier fábrica, cualquier oficina. No hay posibilidad de imaginar, porque como dice el personaje de Pedro, "no se puede soñar en una cocina".
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada...