Rusia, Estado de muerte
Bajo él toda vida corre peligro de acabar abruptamente.
Rusia, Estado de muerte
Cuando el líder de la oposición, encarcelado por 30 años, Alexéi Navalni, muere en una cárcel de alta seguridad rusa, junto al Ártico. Cuando sabemos que fue trasladado a ese infierno después de varios días oficialmente desaparecido por haber llamado a votar a la oposición en las elecciones presidenciales del 15 de marzo. Cuando su madre declara que el lunes pasado, cuando le visitó, le encontró “sano y feliz”, ¿qué pensar?
Cuando eso sucede pocos días después de habérsele prohibido a otro líder democrático, Boris Nadezhdin, presentarse a las próximas elecciones, tras haber presentado más de las 100.000 firmas preceptivas, ¿qué concluir?
Cuando esta muerte resulta tan sospechosa que el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, proclama que el régimen de Putin es el único responsable, ¿qué sentir?
Cuando esta tragedia sucede a una quincena fallecimientos de oligarcas, examigos íntimos de Putin, por accidentes de coche, saltos por la ventana o caídas por una escalera, todos ellos ocurridos desde que empezó la invasión de Ucrania hace dos años, ¿cómo distinguir clases?
Cuando eso mismo ha sucedido con el líder de la división mercenaria ultra Wagner en una explosión aérea, y con periodistas, y con antiguos espías envenados mediante productos letales y con otros discrepantes, ¿cómo calificar al régimen responsable?, ¿de autocrático?, ¿de feudal?, ¿de dictatorial?, ¿de inquisitorial?, ¿de iliberal? Ahorremos adjetivos. Es un Estado de muerte. Bajo él toda vida corre peligro de acabar abruptamente.
Xavier Vidal-Folch
Periodista de 'EL PAÍS' donde firma columnas...