Ucrania, en estado crítico dos años después del inicio de la guerra: "Cada vez que cruzo ese puente sigo sintiendo miedo"
Se cumplen dos años desde que Rusia inició su invasión en Ucrania y algunas personas cuentan cómo es su día a día
Ucrania, en estado crítico dos años después del inicio de la guerra: "Cada vez que cruzo ese puente sigo sintiendo miedo"
Enviado especial a Kiev
Algunos de los rostros más icónicos de esta guerra que protagonizaron las portadas del mayor movimiento forzoso de población desde la II Guerra Mundial han vuelto a sus hogares intentando recobrar algo de normalidad, aunque sigan sintiéndose inseguros. La bebé Emma, su madre Julia y su padre Olek siguen en Irpin después de meses refugiados de las bombas en el oeste del país.
Ucrania ha batido todos los récords en estos dos años de guerra, más de 3,4 millones de desplazados internos y casi 7 millones de refugiados en otros países mientras la guerra parece "estancarse y muchos somos víctimas ya de la fatiga que genera un conflicto que se alarga", afirma Víctor, que no ha abandonado Kiev en ningún momento.
"Siento realmente muchísimo miedo. Nos sé muy bien por qué, ya sé que en teoría ahora está todo tranquilo, pero cada vez que cruzo el puente me siento incómoda y realmente siento miedo, no es el mejor sitio de Irpin para mí y de hecho cuando voy en el coche intento mirar mi teléfono y evitar ver de nuevo los restos del puente por todo lo que significa para nosotros", confiesa Julia, la joven madre que hace dos años se hizo famosa en todo el mundo al captar los fotógrafos su imagen con su bebé en brazos alejándose de Irpin bajo las ruinas del puente que había demolido el propio ejército ucraniano para evitar que la columna de tanques rusos que se acercaba por Bucha e Irpin pudiera cruzar hacia Kiev.
Reportaje EP113 | Ucrania en estado crítico 2 años después
El éxodo de Irpin
Fue uno de los momentos más gráficos del éxodo ucraniano las miles de personas que se hacinaban bajo el puente de Irpin tratando de huir de los bombardeos de la pequeña ciudad dormitorio ubicada al norte de la capital ucraniana en la que vivían miles de jóvenes familias como la de Julia, su marido Olek y la pequeña Emma.
Ellos formaron parte durante meses de los desplazados internos, más de tres millones y medio en estos dos años, que decidieron alejarse de las bombas hacia el oeste del país y que ahora, en alto porcentaje, ya han vuelto a sus hogares, como esta familia que lleva más de un año de vuelta a Irpin, "aquí hay ahora más población que antes de la guerra, porque hemos vuelto casi todos y porque aquí han llegado también muchas de las zonas que siguen siendo castigadas a diario por las bombas rusas, como el Donbás, etc", asegura Olek, que teletrabaja como programador informático en su apartamento, desde donde son visibles aun muchos edificios destruidos por la guerra que continúa.
"Para ser honesta, siento el mismo miedo, hace dos años que perdí mi sensación de seguridad y no la voy a recuperar hasta que termine la guerra, por muy positiva que sea", añade esta ingeniera informática en su apartamento en Irpin que junto a Bucha fueron escenarios de algunos de los peores crímenes de esta guerra.
Su bebé se convirtió en un símbolo de la guerra cuando apareció en la portada de la revista time en brazos de un soldado de solo 19 años que conocimos cuando ayudaba a los civiles a huir. Julia nos enseña las fotos de aquel día, que ocupan un lugar especial del salón, en este caso, impresas sobre madera, en lo que es un regalo que le entregó el fotógrafo y periodista de El País Luis de Vega, que también fue testigo aquel día de la huida de esta familia mientras caían misiles o morteros en el horizonte de Irpín.
Hoy aquella bebe forrada en un mono rojo ya tiene pelo, no para de corretear por su casa y está empezando a hablar, más bien balbucear los nombres de sus padres o los de los animales cuyos sonidos imita con mucha gracia, "es una niña muy divertida y despierta, no para de reírse aunque le cuesta un poco relacionarse con otros niños. Está bien y espero que no le queden secuelas psicológicas de todo lo que hemos experimentado. Vivimos en una guerra por segundo año y claro que soñamos con el fin, pero todos nos hemos adaptado a esta situación", se resigna Julia.
"Me temo que esto va a durar mucho y yo sigo separado de mi mujer y mis hijos"
Víctor tiene 42 años, esposa y dos hijos, que ahora están en Holanda. "Soy político, diputado regional en Kiev y también periodista y hoy, dos años después de la invasión a gran escala, estamos en un momento bastante serio porque la guerra o para, los rusos siguen avanzando y atacándonos. Rusia no quiere perder esta guerra y nosotros no podemos darles ninguna posibilidad de ocupar nuestra tierra", nos cuenta en el centro de Kiev dese donde lleva dos años viviendo muy de cerca la guerra, aunque separado de su familia.
Ha recorrido todo el país ayudando como traductor a ONG o misiones de distintas confesiones religiosas y también a periodistas extranjeros, lo que le mantiene muy en contacto con la primera línea de guerra "claro que hay dos realidades, la casi normalidad de Kiev y las ciudades del oeste y después la brutalidad del este, sobre todo del Donbás, sé que la fatiga de la guerra se prolonga, pero no solo está afectando a los ucranianos también a los europeos que parece que han perdido el interés en saber lo que sigue pasando aquí y en todo lo que les puede afectar", recalca Víctor.
Esas dos Ucranias en esta misma guerra, la de las regiones del este que siguen sufriendo cada día los bombardeos rusos y la de las ciudades como Kiev, donde en todo caso "comparte el mismo sentimiento, no perdonaremos nunca a Rusia, ni mi generación, ni la de mis hijos", concluye.
En el último año, la línea del frente casi no se mueve y los dos únicos avances se los ha anotado Putin con Bajmut y hace unos días con la Avdiivka la última ciudad ocupada por Rusia hace unos días después de alguna de las batallas más sangrientas de esta guerra, "como periodistas internacionales tenéis que trasladar que necesitamos más ayuda o esto será un desastre para Ucrania y para Europa", afirma con indignación Dolf, apodo de guerra de este médico del batallón Azov, al que encontramos evacuando heridos y cadáveres de Avdiivka antes de que Rusia la diera totalmente por controlada. "Tenéis que entender en Europa y EEUU, que en 2024 es imposible ganar una guerra con rifles o escopetas, necesitamos munición, artillería, aviación y drones", reivindica.
Falta de medios, munición y soldados
Una realidad, la falta de medios, munición y soldados que encontramos en otra unidad de tanquistas donde sirve Víctor, 23 años, un tercio de los que tiene el viejo tanque soviético que maneja, fabricado en 1964. Un tanque que no dispara porque no tiene proyectiles y un objetivo prioritario de los drones rusos, a los que le tiene verdadero pánico. "Tengo verdadero miedo a morir ahora, los drones me han afectado mucho psicológicamente porque ya he visto demasiadas cosas fuertes en estos dos años", 24 meses en los que a Victor le ha dado tiempo a casarse, tener un bebé que acaba de cumplir 10 meses y a olvidarse absolutamente de lo que sería la vida normal de un joven veinteañero porque ha visto morir ya a demasiados amigos y compañeros.
Esa es la sensación generalizada en el frente, que el ejército ucraniano no tiene medios para volver a recuperar territorio, solo para resistir sus posiciones, por eso Zelenski una y otra vez insiste en pedir a los países europeos que abandonen su conformismo y saquen de sus arsenales las armas que necesita Ucrania para poder enfrentarse a la macro invasión rusa a gran escala.
Dos años después la guerra está estancada, hay fatiga en los ciudadanos de dentro y fuera de Ucrania ante una situación que va camino de estancarse y cronificarse. Mientras más de 10 millones de vidas obligadas a dejar sus hogares no saben cuando van a volver a recuperar una sensación parecida a la de la paz. Ucrania dos años después sigue siendo el campo de batalla en el que siguen muriendo civiles, pero sobre todo soldados de ambos bandos (ninguno reconoce sus bajas reales) y tablero geoestratégico donde Putin sigue alargado la sombra de su amenaza mucho más al oeste de las fronteras ucranianas.