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Málaga 2024 | 'Los pequeños amores', los dilemas de las hijas a los 40 desde la sencillez de lo cotidiano

Celia Rico presenta en el festival su segunda película, una historia de madres e hijas con Adriana Ozores y María Vázquez que indaga en los cuidados, la gestión de las expectativas y los cuerpos en la madurez

Fotograma de Los pequeños amores / CEDIDA

La directora Celia Rico tiene una capacidad espacial para captar lo cotidiano de la vida, sobre todo de la vida de las mujeres, las madres y las hijas y su manera de relacionarse en una sociedad que siempre ha sido injusta hacia ellas. Ese era el tema de Viaje al cuarto de una madre, su ópera prima, con la que la directora se llevó varios elogios por su manera de acercarse a la tristeza y al amor maternofilial. Es precisamente eso en lo que indaga en su segundo trabajo, Los pequeños amores, que podría leerse con una especie de continuación de aquella primera historia. "Es tan compleja la relación madre-hija y hay tantas capas ahí que pensé que tenía que seguir indagando en todo eso. Cuando terminas una película y la compartes con el público y la gente te cuenta su historia, los personajes continúan en tu cabeza", confiesa la directora.

Presentada en la sección oficial del Festival de Málaga, Los pequeños amores cuenta el día a día de un verano en una casa de pueblo, donde una hija acude al rescate y cuidados de la madre que acaba de sufrir una leve caída, pero que la ha dejado coja por unas semanas. "Una cosa en la que pienso mucho es que los hijos somos siempre hijos, porque eso es un imperativo. No podemos no ser hijos. Pero cuando la gente tiene hijos, ya no solamente son hijos, son padres y madres. Estoy diciendo obviedades, pero no son tan obviedades, porque si no te conviertes en padre o madre, eres hijo para siempre. Y la palabra hijo te coloca como en un lugar casi infantil a veces porque sigues teniendo como ese rol. Y eso me hacía pensar en este relato biográfico de cómo vamos subiendo como escaloncito, lo que toca en cada edad. Por ejemplo, mi hermana es madre y ella cuida a sus hijos y yo no soy madre. Cuando sea mayor y tenga que cuidar a mis padres, mi hermana ya ha ejercido los cuidados, yo no. Eso pasa muy a menudo, es un modelo que no tenemos tantos referentes y me hacía pensar mucho en esto, en el paso a los cuidados cuando eres solo hija y no eres madre, puede ser muy fuerte", explica.

Si la relación de Viaje al cuarto de una madre entre Anna Castillo y Lola Dueñas nos acercaba al momento vital de cuando una hija se va de casa a estudiar fuera, coincidiendo con esa diáspora que provocó la crisis de 2008 y que obligó al exilio a una generación entera, Los pequeños amores salta de época, la madre ronda los sesenta y tantos, y la hija, los cuarenta. Son momentos en la vida de una mujer en las que las cosas vuelven a tambalearse. Para la hija porque han pasado muchas oportunidades y ahora tomar decisiones se vuelve más difícil. "De alguna forma exploro la relación madre e hija para pensarme más como hija y hacer balance a esa edad de los 40. Balance de las decisiones, pensar en el tema de las expectativas, de las incertidumbres de los cuerpos... ", empieza a analizar y profundiza en todo su diagnóstico de esta etapa vital.

"En la película he intentado elaborar como una especie de relato de las ficciones, de las expectativas. Al final no dejan de ser proyecciones, son relatos de ficción que no nos permiten vivir en el presente, nos hacen vivir siempre en lo que no tenemos. Al personaje de 40 le atrapa más lo que no le ha pasado que lo que le ha pasado en relación a una madre que por la edad que tiene y por la madurez y la sabiduría está más en las cosas que le pasan que en las que no le han pasado. Y también la pierna rota, que es como un macguffin o algo muy anecdótico, hace que se ciña a lo que realmente pasa en el presente inmediato. Es un ejemplo de lo más cotidiano de cómo igual no nos tenemos que instalar tanto en las expectativas y, sobre todo, en las expectativas de los otros, sino en lo que nos pasa y en lo que tenemos", opina.

Adriana Ozores y María Vázquez protagonizan esta historia que hace prevalecer los pequeños detalles, como poner un lavavajillas, llamar a un albañil o hacer un gazpacho. Las actrices brotan los diálogos y brillan en un trabajo naturalista, sencillo y real, donde la directora también refleja el paso del tiempo en la imagen de esas mujeres y cómo se miran al espejo. "Quería mostrar los cuerpos de mujer, las menopausias, las reglas. También el tema de la maternidad o no maternidad vinculada a esa menstruación, cuando te vas acercando a los 40 y pico largos, cómo es verse esa regla y pensar que igual no te va a venir nunca más", dice la directora mientras bromea que durante el rodaje rodar la escena de una copa menstrual fue revolucionario porque ahí los hombres no podían opinar.

Sí hay toda una declaración de intenciones en el reparto, en buscar a dos actrices que se muestran al natural, sin apenas maquillaje ni siendo esclavas de su imagen, algo que está empezando a cambiar la nueva generación de directoras del cine español. "Las actrices están volcadas y muy agradecidas de que las miremos desde otro lugar. Yo planteo que no vayan maquilladas. Evidentemente hay ciertas cosas que hay que corregir por temas más técnicos, pero quiero mostrarlas como son y buscar esos cuerpos, quiero que una amiga mía cuando vaya al cine se sienta identificada. Y las actrices cuando tienes estas conversaciones se entusiasman y entonces te das cuenta de que no era lo normal, porque a lo mejor no se lo han permitido. Entonces de repente te das cuenta de algo, de la labor que haces desde un lugar supernatural, de la labor que tenemos para romper ciertas cosas. Que las actrices se involucren así y se entusiasmen con dejarse canas o que se les vean las arrugas me parece maravilloso. La arruga es bellísima, es el tiempo en los cuerpos, la madurez, la sabiduría. Y cómo voy a contar a estas mujeres y cómo pasa la vida si no ha pasado el tiempo por sus cuerpos, no se lo creería nadie", declara la autora del fantástico trabajo que componen las actrices.

De Viaje al cuarto de una madre a Los pequeños amores, la edad de las protagonistas cambia, pero la relación madre e hija continúa marcada por la incomunicación y la incapacidad para reconocer los logros de la otra. Es curioso cómo Celia Rico consigue contar una historia universal, en la que tantas madres e hijas se identifican, quizá porque el patriarcado ha modelado las relaciones entre mujeres y ahora los nuevos relatos culturales están haciendo aflorar esas dinámicas desde las experiencias propias. "Muchas veces las películas están vinculadas también a los procesos de escritura. Todo está más relacionado de lo que parece. En mi anterior película, al escribir sobre una una hija que se iba de casa, que es algo que a mí ya me había pasado hacía muchos años, estaba escribiendo sobre algo que, digamos, podía mirar hacia atrás y que yo lo llamo la escritura de la cicatriz. Es decir, que tengo tengo una marquita en la piel, la miro y digo vale, me ha pasado esto. Y esta película para mí era más como una herida, porque está viva en este momento. Y a lo mejor dentro de 20 años, si volviera a hacer esta película, la pensaría y lo escribiría desde la cicatriz, es decir, desde lo que he aprendido después de esta experiencia".

Celia Rico envuelve todo ese universo de pequeños detalles, gestos y silencios con una puesta en escena minimalista, donde la cámara se mueve por esa casa de campo que va arreglándose poco a poco y donde la música de Family nos trasladada una sensación de nostalgia por veranos que fueron más amorosos, más alegres y soleados. "Hice una película invernal donde la casa era como un nido casi como de protección. Y ahora tuve como una imagen del blanco. Tenía muy presente este cuadro de Sorolla que se llama Madre, que es una cama blanca inmensa y está la madre con el bebé. Es de estas cosas que te obsesionas pensaba en una casa blanca que puedes pintar. Cuando uno vive solo, tiene sus propias rutinas, su orden, que no le toquen nada, que no le muevan nada. Y pensaba, qué bonito que con un personaje inmovilizado venga otro y le toque las cosas y se las mueva. Esa casa representa el lugar de la madre, cuando somos niños los padres ponen las reglas y tú acatas y te educan para que seas la hija obediente. Qué bonito que esta hija pueda romper eso y tomar sus propias decisiones y cambiar un poco los roles", concluye la cineasta sobre esta historia sutil y honesta que pone sobre la mesa preocupaciones y dilemas desde la sencillez de lo cotidiano.

 
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