Maruja Torres confiesa lo que escuchó en la SER la semana del 11-M y que unió a toda España: "Lo puse bien alto"

Lo he contado mucho y lo contaré siempre, mientras me queden fuerzas y memoria. Pues de eso se trata. De memoria. La mañana del atentado hice lo único que podía hacer: ponerme a disposición del diario El País. Antes hablé con una amiga médica por cuya vida temía pero que ese día había acudido al hospital en coche. "Te digan lo que te digan", me alertó, "es más". "Es un horror inimaginable".

Musité que hubiera querido ser doctora, en vez de periodista, en esos momentos. “Y yo, cirujana”, respondió. Me dirigí al último barrio en el que había residido en la capital para hacer una crónica. Por entonces vivía en Barcelona y el día de la tragedia estaba en Madrid por casualidad. Laureano, el carnicero del que había sido mi súper, un hombre de mi cuerda, me abrazó llorando y, al oído, musitó: “Y ahora, ¿no es probable que los votantes escojan mano dura?”. Nadie podía saberlo.

Al día siguiente, el grito de "¿Quién ha sido?", empezó a alumbrar la esperanza. Era la airada puesta en pie de la decencia. En plena manifestación entré a descansar en el café Gijón, que estaba lleno. Saqué el transistor, lo puse en una mesa y sintonicé la SER, bien alto. En aquel mismo momento, y en medio de un silencio impresionante de la clientela, la conexión con Radio Barcelona nos trajo una dolorida interpretación de 'El cant dels ocells', de Pau Casals, desde la Plaça de Catalunya. Nunca los españoles habíamos estado tan unidos.

Veinte años después, Laureano, estés donde estés, soy yo quien se pregunta si la mentira repetida hasta nuestros días, si tantas falsedades, tantas calumnias, tanta bajeza y tanta ruindad, han alumbrado a una sociedad en gran parte sumisa; en gran parte, indiferente. Y en gran parte, sin memoria.