Opinión

Obi, Yeniséi y Lena

Todos tenemos una opinión sobre la educación, faltaría más. En realidad, la tenemos sobre casi todo, pero en el caso de la educación suele ser más firme y rotunda, dado que es un juicio de valor que establecemos a partir de una experiencia personal larga y profunda: la de nuestro paso por la escuela

Sillas y pupitres en un aula. / Europa Press

Madrid

Todos tenemos una opinión sobre la educación, faltaría más. En realidad, la tenemos sobre casi todo, pero en el caso de la educación suele ser más firme y rotunda, dado que es un juicio de valor que establecemos a partir de una experiencia personal larga y profunda: la de nuestro paso por la escuela. Como es obvio, se trata en realidad de una vivencia rabiosamente individual que no tiene que ver necesariamente con los resultados colectivos del sistema educativo. Es decir, que su utilidad para analizar la educación como política y servicio público es limitada por muy convencidos que estemos de nuestras propias ideas. Uno puede haber tenido la mejor educación en el peor sistema educativo.

Una segunda derivada de este planteamiento es que, quizás sin ser conscientes de ello, medimos la calidad del sistema educativo actual con arreglo a nuestra propia experiencia que quizás esté más bien obsoleta, pero le damos categoría de verdad absoluta. Cuando decimos que la calidad de la educación es pobre, la estamos comparando con nuestros recuerdos. Nuestra vara de medir es lo que nosotros aprendimos -por ejemplo, que los principales ríos del océano Glacial Ártico son el Obi, el Yeniséi y el Lena, una de esas cosas que sobreviven inexplicablemente al progresivo apagón de todo lo memorizado-, y eso nos lleva a juzgar que todo lo que no sea aprender lo mismo de entonces es peor.

Aparte de que a todos suele engañarnos la memoria, parece excesivo suponer que la educación que cualquiera de nosotros recibió fuese el patrón oro de la enseñanza a lo largo de los siglos. Alguna pista nos da el hecho de que la queja sobre la preparación de la juventud frente a lo que aprendieron las generaciones anteriores ha existido desde que hay documentos escritos. Un clásico entre los clásicos.

La encuesta realizada recientemente por Fundación COTEC pone cifras a este enredo educativo. El 52 % de los españoles cree que la escuela actual es peor que la de antes y un 55 % piensa que los alumnos salen peor preparados (aunque nunca antes haya habido tantos jóvenes profesionales españoles ganándose la vida con solvencia en otros países). Una de las posibles explicaciones a esa opinión tan negativa podríamos encontrarla sabiendo qué es lo que menos les gusta del sistema actual, pero aquí la sorpresa es que un abrumador 73 % dice que lo más necesario es un cambio de las metodologías pedagógicas hacia enfoques más prácticos y participativos, justo lo que la escuela raramente hacía antes -en los viejos buenos tiempos de la instrucción- y que las reformas educativas en todos los países intentan poner en marcha actualmente.

Somos complejos y contradictorios, y tenemos derecho a ello, porque las políticas educativas contienen esa misma complejidad y casi insolubles dilemas. Tres de cada cuatro españoles, según esta encuesta, señalan como principal problema que hay alumnos que no tienen interés en estar en la escuela, lo que evidentemente dificulta el trabajo de los docentes y entorpece el aprendizaje de los demás alumnos; pero al mismo tiempo a un 54 % les parece que frenar el abandono escolar es un problema urgente. ¿Los excluimos o no?

Tampoco debería ser llamativo que la mayoría considere el esfuerzo personal como uno de los factores principales para el éxito educativo, al fin y al cabo, es lo que dicen muchos políticos y tertulianos, y es un concepto intuitivo por naturaleza. Otra cosa es si sabemos que un alumno cuya madre no haya pasado de la enseñanza primaria tiene 14 veces más probabilidad de abandonar prematuramente la escuela que otro cuya madre tenga estudios superiores. Esfuerzo, por supuesto; pero para algunos multiplicado por catorce.

Sin embargo, más allá de paradojas y contradicciones que todos tenemos, en realidad hay un sentido común colectivo que es fácil rastrear en este y otros estudios y que permitiría avanzar paso a paso hacia una educación con la que reconciliarnos. Lo dicen en la encuesta de COTEC: hay un claro consenso en que la educación necesita más presupuesto y que la mayoría están dispuestos a pagar más impuestos para financiarlo.

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...

 
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