La ciencia dice que el cuento de Caperucita era al revés: "El lobo no suele acercarse a los humanos"
Un macro-estudio científico mundial desmiente el tópico del carnívoro atraído por la presencia de humanos. Suelen huir de las zonas pobladas mientras que los herbívoros hacen todo lo contrario y sí se acercan
Madrid
"Érase una vez un pequeño pastor llamado Pedro que se pasaba la mayor parte de su tiempo paseando y cuidando de sus ovejas en el campo de un pueblito. Como muchas veces se aburría, un día, mientras descansaba debajo de un árbol, tuvo una idea. Se acercó a la gente del pueblo y empezó a gritar: ¡Qué viene el lobo!"
Así comienza uno de los cuentos populares más famosos, el de Pedro y el lobo. En el de Caperucita leemos esta frase:
La niña caminaba tranquilamente por el bosque cuando el lobo la vio y se acercó a ella.
- ¿Dónde vas Caperucita?
- A casa de mi abuelita a llevarle esta cesta con una torta y mantequilla.
La narrativa popular -los cuentos, las canciones y el cine- han instaurado desde hace muchos años la idea de que el gran carnívoro -por ejemplo el lobo, en Europa; el león en África; el tigre en Asia o el puma en Sudamérica- amenaza a los viajeros y a los vecinos de los pueblos. Paralelamente a esta, existe otra en la que amables cervatillos -tipo Bambi- suelen huir de los humanos dando gráciles brincos.
Sin embargo, la ciencia dice que ocurre justo al revés. Un estudio observacional llevado a cabo con cinco mil cámaras de foto-trampeo señala que los animales marcados socialmente como "peligrosos", los carnívoros, son los que suelen huir del ser humanos y evitar los encuentros con nuestra especie y sus poblamientos. Sin embargo, los herbívoros, por ejemplo, los ciervos o los alces, "se activan" con la presencia humana y se acercan cuando entran en contacto con zonas pobladas.
El estudio
Se trata de uno de los trabajos más amplios hechos hasta la fecha sobre la actividad de la vida silvestre en nuestro planeta. Lo ha publicado Nature. Han participado 220 investigadores de 161 instituciones de todo el mundo. Entre todos han estudiado 163 especies de grandes y pequeños mamíferos. El estudio buscaba explicar el comportamiento de los animales salvajes cuando tienen al ser humano cerca o cuando su hábitat se ve amenazado para, luego, poder protegerlos mejor de nuestra presencia
Como curiosidad, se hizo durante justo antes y durante el confinamiento por la COVID. Las restricciones de movimiento por la pandemia sirvieron, en este caso, para estudiar mejor los comportamientos de muchas especies primero con y después sin la presencia de humanos.
El macro-estudio se ha fijado sobre todo en los animales que viven cerca, o se acercan a núcleos urbanos. La conclusión principal es que los herbívoros, sobre todo los más grandes, como los alces o los ciervos, "tienden a volverse más activos cuando los humanos están cerca". Sin embargo, los carnívoros, por ejemplo, los lobos o los glotones, "tienden a ser menos activos, más esquivos, y prefieren evitar encuentros arriesgados" con el ser humano.
En el caso de los ciervos, los uatipíes (foto) o los mapaches, lo que evidencian las imágenes de foto-trampeo de este estudio es que "se vuelven más activos a medida que se acostumbran a la presencia humana y, por ejemplo, encuentran alimentos entre nuestros desechos".
También buscan plantas nuevas que nuestra presencia -y la agricultura- les traen cerca de sus hábitats. Son nuevas oportunidades de alimento que les vuelven exploradores, curiosos y que, en muchos casos, les llevan a arrasar con todo en el sector agrícola. Estos cambios causados por el ser humano, esta "activación" de los herbívoros, suele producirse, sobre todo, por la noche.
Las conclusiones del trabajo también dejan hablan de grupos de animales que viven habitualmente más lejos de las poblamientos humanos: Ahí todo es distinto. Son -dice- "mucho más cautelosos a la hora de encontrarse con personas".
El Doctor Cole Burton, profesor en la Universidad British Columbia, y coautor del estudio ha explicado que la conclusión que se pueden sacar de estas observaciones es que "el comportamiento animal depende -sobre todo- de la zona en la que se encuentren pero -sobre todo- de la posición en la cadena alimentaria del animal estudiado".
Para explicarlo pone varios ejemplos de su propia investigación. En Canadá, los carnívoros (allí se ha estudiado a glotones, lobos y pumas) son menos activos y menos visibles en las zonas donde la actividad humana es mayor o donde se incrementa.
Los grandes carnívoros prácticamente "desaparecen" en los paisajes que empiezan a ser dominados por estructuras humanas. A veces están pero no los vemos o, simplemente, se marchan a otras áreas siempre alejándose de los humanos.
Sin embargo, señala Burton, "los grandes herbívoros reaccionan al revés": cuando su población entra en contacto con zonas humanas , aumentan su actividad nocturna, sobre todo en busca de nueva. Este efecto lo vemos por ejemplo en las poblaciones de ciervos, corzos y otros animales de montaña que suelen aprovechar las horas sin luz para "bajar" a las zonas rurales pobladas en busca, casi siempre, de cultivos humanos.
¿Qué hacer para coexistir?
La coautora del estudio, la bióloga de la UBC, Kaitlyn Gaynor, aboga por hacer hacer más áreas protegidas naturales o ampliar las que ya existen "para minimizar los efectos perjudiciales de las perturbaciones humanas en la vida silvestre".
En las zonas más alejadas del ser humano, explica Gaynor, "los efectos de nuestra presencia son particularmente fuertes". Para dar a los animales salvajes el espacio que necesitan, hay que establecer "corredores de movimiento libres de actividad humana" o considerar "restricciones estacionales, como cierres temporales de campamentos o rutas de senderismo durante las temporadas migratorias y de reproducción".
Los autores señalan el estudio evidencia que no podemos diseñar áreas protegidas y ya está. Es decir, "nuestras estrategias deben adaptarse a especies y lugares específicos", explica Gaynor.
En las zonas más remotas, por ejemplo, "será necesario mantener baja la actividad humana para proteger a las especies sensibles". Sin embargo, en áreas donde las personas y los animales se superponen, la noche es un refugio para la vida silvestre y "mantenerlo así puede ayudar a las especies a sobrevivir", explica.
En estos casos, los esfuerzos deben centrarse en reducir los conflictos entre humanos y vida silvestre después del anochecer. Por ejemplo, haciendo contenedores de basura más difíciles de abrir o volcar, o usando medidas para evitar que puedan entrar en carreteras donde puedan ser atropellados.
Javier Ruiz Martínez
Redactor de temas de sociedad, ciencia e innovación en la SER. Trabajo en el mejor trabajo del mundo:...