Luis García Montero utiliza este ejemplo real para explicar por qué la democracia en España se salva "por los pelos"

Madrid

Hace un tiempo se inició una campaña de descrédito contra una vicepresidenta de Gobierno por su afición a las peluquerías. Esa polémica fue desafortunada, y no sólo por el machismo que se cuela a la hora de valorar en público a algunas mujeres que no tienen un pelo de tontas, sino porque viendo el estado de ánimo de los debates parlamentarios, y algunas declaraciones que ponen los pelos de punta, quizás seas aconsejable pedirle a la política española que vaya más a la peluquería para peinarse con decoro en el espejo.

La experiencia de una sociedad acaba encarnada en las frases hechas de su idioma. Llevamos siglos hablando entre nosotras y nosotros. Y como ese es mi campo de trabajo, cuando pienso en la crispación, o en la falta de pudor que domina a la Comunidad Autónoma de Madrid, o en la prensa de medio pelo que se hace cómplice de la corrupción y la mentira, se me vienen a la cabeza muchas frases de nuestro idioma que invitan a impedir que nos tomen el pelo, a no asumir situaciones en las que haya que tirarse de los pelos, a valorar bien lo que se no dice cuando un energúmeno no tiene pelos en la lengua, ayudando sin despeinarse a los que degradan los servicios públicos en favor de los negocios privados. Hay muchos comisionistas a los que no se les cae el pelo, porque unos medios afines lo meten todo a pelo, o hacen pelillos a la mar, o dejan de informarnos con pelos y señales para que todas las cabelleras parezcan lo mismo.

En fin, que la democracia se salva por los pelos en el mundo de hoy, y que dan mucho miedo las voces autoritarias de pelo en pecho. Por fortuna es posible que en las próximas citas electorales pueda haber otro tipo de pechos, voces que se suelten el pelo a pecho descubierto.

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