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No renunciar

"Se aprendían muchas palabras en las mercerías. Por ejemplo, laña, canilla, corchete, orillo... La palabra escarapela jamás la pronunciamos. Había en las palabras de más de cuatro sílabas un aire de familia numerosa, de hermanos que duermen en literas"

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Barcelona

Cuando se acercaba el día 14 de abril, mi madre cosía escarapelas con las cintas de los tres colores. Una, para mi padre; otra, para mi hermana; otra, para ella, y otra, para mí. Era la bandera republicana, que fue la bandera de su padre, y de ese modo iba a ser la mía. No teniendo yo bandera, heredé la de muchísima gente que murió por una que hubiera sido la mía si la cosa no se hubiese torcido. De sobras sabemos quién la torció. El mismo que siguió torciendo cuellos con el garrote vil en los patios de las cárceles. Recuerden la ejecución de Puig Antich. El franquismo me hizo ateo de banderas. Mi madre cosía aquellas tres cintas que había comprado en la mercería. Eran de color rojo, amarillo y lila, nunca dijo morado. Entonces, la gente podía encontrar en el cajón de una mercería una república perdida, como la Atlántida, bajo un océano de sueños. En la arqueta más humilde, hay guardado un pedazo de historia o toda una biografía. Se aprendían muchas palabras en las mercerías. Por ejemplo, laña, canilla, corchete, orillo... La palabra escarapela jamás la pronunciamos. Había en las palabras de más de cuatro sílabas un aire de familia numerosa, de hermanos que duermen en literas. Tenía también el día 14 de abril el misterio de la noche de difuntos, otro acontecimiento que alteraba el orden de la casa. Sucedía en la cocina, entre sombras. Mi madre les decía mariposas a aquellas mechas atravesadas en un redondel de cartón, que flotaban encendidas. Llenaba un cacharrito de aceite, y ponía tantas lamparillas como muertos teníamos. Invocaban a las mismas personas, y por eso se parecían tanto, las llamas de las mariposas y el fuego tricolor que alentaba la memoria familiar. Acordarse era la manera de no renunciar.

 
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