Opinión

La culpa no era del ascensor

Si hay más universitarios y técnicos superiores de FP y el nivel de paro es limitado, ¿dónde está el problema?

Dos jóvenes estudian un grado de Formación Profesional. Archivo. / Málaga

Madrid

La movilidad social -entendida como la incorporación a una clase social superior de la que se procede por origen familiar- se detuvo en España a mediados de los años noventa del siglo pasado. Desde entonces se ha hecho un lugar común decir que el ascensor educativo está averiado, porque en aquellas fechas se empezó a comprobar con crudeza que el hecho de obtener un título universitario no garantizaba a los jóvenes un empleo mejor que el que tuvieron sus padres.

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La realidad era y es mucho más compleja. De hecho, en otros países se ha observado el mismo fenómeno con distintas intensidades. Lo que ocurre es que en España el frenazo en la movilidad social ascendente se notó mucho más porque veníamos de una época de fuerte crecimiento y modernización de nuestra economía por la integración en la Comunidad Europea y, sobre todo, por una masiva llegada a la universidad de hijos de familias trabajadoras que pudieron encontrar buenos empleos.

Sin embargo, lo cierto es que el sistema educativo no dejó de hacer su trabajo. El número de jóvenes con educación superior no ha dejado de crecer y hoy España está entre los países de Europa con una tasa más alta de jóvenes con estudios superiores. Además, la mayoría de ellos trabajan. La tasa de paro entre los titulados superiores hoy supera por poco el 7 %.

Entonces, si hay más universitarios y técnicos superiores de FP y el nivel de paro es limitado -aunque superior al de sus pares europeos-, ¿dónde está el problema? Desde luego, uno de ellos es la calidad del empleo creado por nuestro país desde hace tres décadas. Porque hay bastantes indicios de que, mientras los jóvenes y sus familias han seguido mostrando una clara vocación por mejorar su cualificación educativa, nuestra economía no ha tenido la misma diligencia a la hora de ofertar puestos de trabajo igual de cualificados y adecuadamente retribuidos. Solo un ejemplo: España ocupa el puesto 18 entre los 27 estados miembros de la UE en porcentaje de empleos intensivos en tecnología y, por añadidura, en los años posteriores a la gran crisis financiera incluso nos alejamos todavía más de la media europea.

Más o menos esto es de conocimiento común. Lo chocante es averiguar que esto no tiene que ver ni con los niveles educativos de nuestra sociedad ni con la mayor o menor propensión a las tareas científicas y tecnológicas. La verdadera razón de que la movilidad social se haya parado a pesar del intenso esfuerzo educativo de las últimas generaciones es el tipo de inversión priorizada por nuestro sistema productivo.

En un análisis dado a conocer recientemente por Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, se alerta de que la productividad de la economía española ha retrocedido más de 7 puntos desde que empezó el siglo XXI, fundamentalmente porque la inversión se ha centrado en activos inmobiliarios poco productivos y muy especulativos, y ha dedicado una insuficiente atención a la inversión en activos intangibles. Es decir, inversión en I+D, tecnologías de la información, diseño, innovación organizativa o formación, que son las que alimentan el crecimiento de la productividad en países como Estados Unidos o Alemania.

Ese comportamiento, no solo produjo un desequilibrio dañino para la competitividad de nuestra economía, sino que redujo las posibilidades de muchos jóvenes para acceder a empleos cualificados y abonó el terreno para la actual crisis de la vivienda.

Parece, entonces, que el ascensor no estaba averiado, pero nadie recibía a los que subían hasta el último piso. El consuelo es que, tras la pandemia, se está produciendo un aparente cambio de tendencia y hoy son las actividades más avanzadas las que están creando más empleo. Si unimos a esto el efecto que se espera por el fuerte crecimiento y la actualización de la Formación Profesional, quizás podamos empezar a atisbar ese nuevo modelo productivo que tanto tiempo llevamos esperando.

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José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...

 
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