¿El síndrome António Costa?

Madrid

Los gestos más humanos son así. Sorprenden y remueven. Pedro Sánchez es un tipo duro, resistente, férreo. Que tenga dudas (y las manifieste) sobre si debe seguir en el poder legítimo, y que quiere un poco de tiempo para reflexionarlo con su esposa, es un gesto efectivamente muy humano.

Quizá pueda pensarse que se trata de un órdago, que busca cariño y apoyo. Para volver a la trinchera cotidiana. O una llamada reclamando el retorno a una política y una judicatura civilizadas. Pero el tono es muy firme, muy sentido y muy personal, personalísimo, e incluye una declaración pública de amor a su esposa: algo poco frecuente en el lodazal de la política.

El acusador es privado: una conocida organización ultra y corrupta, que usa métodos lindantes con el chantaje. Es de temer que el juez se haya precipitado en actuar contra la esposa del presidente.

Es muy probable que Pedro Sánchez haya reaccionado bajo el síndrome de António Costa, el primer ministro socialista portugués. Un fiscal acusó a su jefe de gabinete de lazos corruptos. Costa dimitió. Un juzgado superior concluyó, tras investigar el caso, que la fiscalía se había equivocado de medio a medio, que había actuado con "ineptitud”. Pero entre tanto, Costa ya había dimitido, y volver a su puesto era un escenario imposible.

¿Puede permitirse el pujante sur de Europa repetir ese drama contra un Gobierno legítimo y de acreditada eficacia económica y social? ¿Puede la península ibérica tragarse dos Costas en pocos meses, desperdiciarlos, sin que hayan aparecido causas de fondo que lo justifiquen? Sánchez lo está debatiendo con su esposa. ¿Y cada uno de nosotros, qué pensamos de verdad?

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